Opinión | VERDIALES

Eutanasia pasiva

Vivimos en un presente continuo de satisfacción y embeleso en el que la vejez es eso que les sucede a los demás, y no nos importa

Una persona mayor, sentada en un banco

Una persona mayor, sentada en un banco / EFE

Me doy cuenta ahora, a mis cuarenta años, de que siempre he mirado la vejez con los ojos equivocados. No buenos ni malos. Equivocados. Pasé la infancia a la vera de mis abuelos maternos, y lo mismo la adolescencia. Mi propia realidad, la de una cría huérfana de madre y gravemente enferma, impidió que fuera consciente de la suya: la tragedia vivida por dos personas mayores que, a la muerte de su hija, tuvieron que ejercer, en medio del luto, la paternidad con sus nietas. Hoy soy incapaz de recordar con cuántos años fallecieron. Más de ochenta, seguro. Pero, ¿cuántos? Tampoco me acuerdo de las fechas de sus muertes, aunque sé que llevo dos décadas sin ellos.

En ese tiempo, mi visión de la vejez ha ido virando al color desde el blanco y negro de la nostalgia, que tiende siempre a deformar los contornos de la memoria para complacernos. La autoindulgencia no es un pecado, pero tampoco conviene abusar de ella; de lo contrario, el ego se desborda y acabas siendo una versión de ti misma, un personaje que sólo busca el halago y no acepta la crítica.

Decidí saldar la deuda que tenía con mis abuelos rindiéndoles una especie de homenaje en Las formas del querer, novela que buscaba, desde su concepción, aportar mi pequeño granito de arena para que la sociedad empezara a hablar con seriedad de la muerte digna. No creo haberlo conseguido, pues son pocos los lectores que se quedaron con esa parte de la trama. Pero ahí queda, para cuando la madurez nos alcance.

El caso es que les veo, a mis abuelos, en los protagonistas de ese libro, pero también en cada persona mayor con la que me cruzo, por la calle o en mi vida. Eso ha provocado que, de manera inconsciente, me haya hecho una falsa imagen, fantasma, que diría Hervé Guibert, de la vejez. La he idealizado, y eso es profundamente injusto para quienes transitan por ella, a veces en soledad y, otras, desde la incomprensión familiar.

Deshumanización

Kafka era un genio y, además, un gran adivino. Profetizó los inhumanos procesos a los que el mundo digital nos ha condenado. Llevo semanas batallando con la insensatez de la burocracia y, hace unos días, me exasperé ante el trato recibido en una sucursal bancaria. Pero no el que me dieron a mí, sino al señor que me precedía en la cola. El hombre, ya mayor, acostumbrado a hacer gestiones en persona y verlas, después, reflejadas en su libreta de ahorros, no entendió ni una sola de las palabras que el empleado le dijo, todas relacionadas con las virtudes de la aplicación móvil de esa entidad bancaria. No es un caso aislado, y debería avergonzarnos.

El pasado 9 de marzo, casi dos años después de que España aprobara la ley de eutanasia, apareció publicado, en la sección de cartas a la directora de El País, un texto de Asunción Manresa Mira. Lo enviaba desde Madrid, se titulaba Eutanasia pasiva y acababa así: "Eutanasia pasiva es que te perdonen la vida por 'pobre viejo' si te rebelas a esclavitudes absurdas, etcétera. Eso ocurre todos los días y una se pregunta: ¿dónde he estado yo los 78 años de mi vida en que todo esto no ocurría? ¿Es esta mi civilización, mi cultura? Pues… No me gusta nada. Así que ya estoy preparada para que me apliquen la eutanasia activa legal para volar a sitios mejores, lejos de este mundo absurdo".

Así es, Asunción, hemos creado un mundo absurdo en el que la vejez es eso que les sucede a los demás, y no nos importa. Vivimos en un presente continuo de satisfacción y embeleso. Pero nosotros, todos, también seremos ancianos. Perderemos facultades. Tendremos achaques, dolores. Nos sentiremos solos, a veces aislados, incomprendidos.

“Qué mala es la vejez”, dice P. tras un acto de Debbie Harry (78 años) en Madrid. Lo repite después de ver el documental que Martin Scorsese (81 años) ha hecho sobre David Johansen (73 años), el que fuera líder de los New York Dolls, y también mientras escuchamos juntas el disco de homenaje a Joni Mitchell (80 años) grabado en Newport gracias al empeño de Brandi Carlile. Sí, P., es probable que lo sea, y nada podemos hacer para evitarlo, pero sí para que vivirla no sea tan injusto.