LA VIDA CONTIGO

Urtain: las razones de su triste caída, las dos mujeres de su vida y las famosas con las que supuestamente ligó

Muchos suspiraron en su día por el atractivo boxeador, que se acabó suicidando tras haber sido un auténtico ídolo de masas

José Manuel Ibar Urtain, en una fotografía de Antonio F Navas.

José Manuel Ibar Urtain, en una fotografía de Antonio F Navas. / ARCHIVO

Cuando la mañana del 21 de julio de 1992 José Manuel Ibar, alias Urtain, decidió arrojarse desde la terraza de un décimo piso, tenía 49 años. Llevaba una temporada viviendo de alquiler en aquel bloque de la calle Fermín Caballero de Madrid, totalmente arruinado, alcoholizado y con una depresión de caballo. Lejos quedaban los tiempos en que llegó a ser dos veces campeón de Europa de los pesos pesados, fue recibido por Franco en El Pardo, y estaba considerado uno de los personajes más populares del país. Es cierto que en época de vacas gordas sus grandes manos de boxeador amasaron bastante dinero, pero él siempre fue demasiado desprendido y nunca pensó en ahorrar. De hecho, no nadaba precisamente en la abundancia cuando en 1977 optó por retirarse. Como aquellos que él creía sus amigos le fueron dando la espalda, tuvo que buscarse las habichuelas como pudo: ejerció de portero en una discoteca de Burgos, practicó otras disciplinas como la lucha libre, y hasta trató sin éxito de implicarse en varios negocios. 

En su último libro, Urtain. Retrato de una época, Felipe de Luis Manero recrea la vida y muerte del boxeador que fue un auténtico ídolo de masas en los años finales de la dictadura. "El objetivo siempre fue contar una historia real, y eso es lo que he hecho", comenta el periodista en su ensayo. "La gran base de esta narración, pues, son las entrevistas, los libros, la documentación de la época. Aunque también existen algunos fragmentos que, a partir de la realidad, han sido recreados con mayor libertad. Lo que siempre ha permanecido ahí ha sido ese poso de fatalidad. Incluso los momentos más delirantes, varios de ellos protagonizados por personajes secundarios (los que rodeaban a Urtain), han dejado en el que escribe un regusto amargo. Supongo que es lo que sucede al descubrir que los héroes también son de carne y hueso, y los golpes les hacen daño, y la derrota los persigue, y la vida los abruma".

Urtain pasó toda su infancia en un caserío vasco situado en un pequeño pueblo de Gipuzkoa llamado Cestona. Cuentan que era el más travieso de sus hermanos y que los libros no le iban demasiado. Cuando a los 12 años terminó su etapa en el colegio de Arrona, sus padres decidieron que algo había que hacer con el chico. "Lo mandan con unos tratantes de ganado de Ormáiztegui, pero no resulta", explica su biógrafo. "Segunda opción: irse interno a los jesuitas de Tudela. Allá que va, de pildu, una especie de sirviente que con su trabajo costea la estancia y la enseñanza. Le gusta jugar de portero en las pachangas del recreo, pero realmente aquello no es lo suyo: tanta norma, tanta disciplina, tanto estudio... Tiene que largarse de allí cuanto antes. No ha pasado todavía un año desde que llegó cuando decide escaparse".

Su padre comenzó a trabajar en una empresa de fundición de acero en Zumaia, donde consiguió incorporar a su hijo como moldeador. Según De Luis Manero en su libro, durante esta época sufrió un grave accidente, "provocado por la explosión de un horno, que le obliga a estar dos meses en cama. Tras aquel percance toma miedo a la fundición y prueba fortuna como albañil, oficio que tampoco le satisface. Le aterra pensar que ese es su futuro, que esa va a ser su vida: madrugar, fichar, trabajar, obedecer. Se refugia entonces en los placeres mundanos que le ofrece la vida y que él no tarda en descubrir: bebe whisky, fuma con generosidad, alterna con chicas. Es moreno, guapo y tiene un aire enigmático que las encandila".

Fotografía de archivo de José Manuel Ibar Urtain en 1971, inmortalizado por Antonio F. Navas

Fotografía de archivo de José Manuel Ibar Urtain en 1971, inmortalizado por Antonio F. Navas / ARCHIVO

A los 18 años perdió a su padre, que padecía una úlcera y tenía disentería. Aquella pérdida supuso el primer golpe serio en la vida de Urtain, que a partir de entonces intentó explotar su fortaleza física para conseguir parecerse a su progenitor, quien tiempo atrás llegó a destacar en el deporte del levantamiento de piedras. Pronto firmó su primer contrato como levantador de piedras, aunque, viendo que allí había demasiados intermediarios, decidió establecerse por su cuenta. Y en 1963 se casó sin estar muy convencido con su amor de adolescencia, una muchacha timorata y con aspecto de vieja llamada Cecilia, con la que tendría tres hijos. Después se vio obligado a ir a hacer el servicio militar a Ceuta, donde lo pasó en grande. 

Durante la mili recibió permiso para realizar algunas exhibiciones en Madrid, y mientras se hospedaba en el hotel Nacional se dio cuenta de que ya no quería volver a lo de antes. Su biógrafo asegura que regresó a Cestona "con el ánimo por las nubes y el pecho hinchado de ambición" y que su popularidad se disparó rápidamente en el País Vasco, donde se corrió la voz de que la fuerza de Urtain era "sobrenatural, primitiva, como sacada de las entrañas de la misma tierra", pues se trataba de un tipo que no se entrenaba ni cuidaba, alguien que podía beber, fumar y pegarse una juerga, pero que a la mañana siguiente destrozaba al que fuese".

A mediados de la década de los sesenta aparecen en su vida unos empresarios de San Sebastián que le proponen convertirlo en boxeador, prepararlo y hacerle ganar mucho dinero en el mundo de la competición profesional. Como él se veía entonces atrapado en una vida que no había elegido, terminó aceptando. Durante los siguientes años se erigió como campeón de los pesos pesados y empezó a codearse con gente importante. De Luis Manero explica en su libro que Urtain terminó convertido "en una especie de nómada hedonista. Sin residencia fija, va de hotel en hotel, de estadio en estadio, de ciudad en ciudad, sin hacerse demasiadas preguntas. No se cuida, duerme poco, sigue bebiendo y fumando, siempre disponible para otorgar atenciones a las mujeres interesadas".

Fiestas legendarias

Uno de los puntos de inflexión en su vida fue su decisión de instalarse en Madrid, donde a fin de cuentas se decidía todo. Eso llevó entre otras cosas a que se distanciara de su esposa, quien, atenazada por el miedo al cambio, prefirió quedarse con sus hijos en Cestona, y a que su familia se empezara a resquebrajar. Entonces residía en un piso en la calle Víctor de la Serna, al lado de otro inmueble ocupado por el también boxeador Pedro Carrasco, con quien compartiría muchos viajes, entrenamientos y conversaciones. Según algunas personas de su círculo, las fiestas en aquella vivienda eran legendarias. “Las chicas que venían ya sabían que tenían que llamar al timbre con las bragas en la mano. Si no, no entraban”, llegó a soltar el propio Urtain, que nunca se rigió por las leyes de la monogamia y en esos años eran tan popular en las discotecas como entre el público que abarrotaba los recintos.

En unas memorias escritas para cierta revista del corazón, Urtain se atrevió a hablar sin pelos en la lengua acerca de las mujeres famosas que según él pasaron por su cama. De la actriz Amparo Muñoz contaba que la conoció cuando les tocó hacer juntos el saque de honor en un partido del Atlético de Madrid. Tras el evento, la pareja fue invitada a una gran fiesta en la que estuvieron bailando sin parar. "Le pedí el teléfono del hotel en que se hospedaba y también la dirección para recogerla cuando se terminase la fiesta", aseguró. "Pasamos casi toda la noche en mi apartamento, hasta que sobre las seis de la mañana la llevé al hotel. Qué andaluza más deliciosa era Amparo Muñoz… Solo una cosa no me gustó de ella, y fueron unos pequeños granitos que tenía en la cara. Por lo demás un 10, incluido su sensacional comportamiento en el ‘cine de las sábanas blancas".

En las mismas páginas contaba que también tuvo un escarceo con Tita Cervera, a quien, atendiendo a su versión, estuvo viendo con cierta frecuencia durante una temporada: “Comíamos y cenábamos en algún que otro discreto restaurante y enseguida nos íbamos a mi apartamento [...]. De Tita recuerdo que era mucho más experta que yo, en cuanto a la cuestión sexual se refiere. Era una mujer insaciable, teniendo para ella el sexo una vital importancia. Mis encuentros con ella fueron tan terribles que yo me quedaba mucho más cansado que en cualquiera de las peleas que hacía”.

Algo más relajadas fueron al parecer sus citas con la cantante Rocío Dúrcal, de quien escribió que “era dulce y cariñosa y perdía su aparente timidez nada más comenzar a desnudarse. Nuestros encuentros fueron un tanto fortuitos y ella pasó por mi vida como yo por la suya, sin pena ni gloria, dejando solo en mí ese dulce recuerdo de aquella alegre jovencita con la que compartí unos agradables e íntimos momentos llenos de una descomunal pasión sexual”.

Matrimonio y separación

Ya había abandonado Urtain la cresta de la ola cuando, estando en un pub una tarde de 1975, se fijó en Marisa, una atractiva y sofisticada mujer de quien se enamoraría como un adolescente. “A partir de ahí, mi alocada y desorganizada vida comenzó a tener un sentido, una ilusión: la de crear un hogar, ese hogar que yo jamás había tenido antes y que en mi interior tanto añoraba”, confesó a 'Pronto' el deportista, que entonces fue acusado de adulterio y de abandono de familia por su primera mujer y, tras separarse de ella, tuvo con Marisa dos hijos muy seguidos en el tiempo. La actitud del vasco puso a prueba la paciencia de su señora cuando el dinero se fue acabando y la pareja empezó a arrastrar deudas —ella había dejado de trabajar por deseo expreso de Urtain, que debido a su conservadora mentalidad no veía bien que un hombre dependiera del sueldo de su mujer—. 

Todo aquello, sumado a lo agresivo y pesado que él se ponía cada vez que empinaba el codo, dio pie a fuertes peleas entre ellos. Hasta que, a principios de julio de 1992, Marisa le comunicó que necesitaba un tiempo para tomar oxígeno y se fue de casa con los niños. Fue en ese preciso instante cuando Urtain se derrumbó por completo. "Hay un ciclón salvaje que se ha metido en su pecho y le impide moverse", narra al respecto su biógrafo. "No puede salir de la cama. Y entonces lo piensa. Hay una salida, una escapatoria. Se imagina marchándose, se visualiza haciéndolo. No sentiría el dolor, se acabaría la tristeza, no sentiría nada. Es eso o continuar en lo más hondo del pozo. Llama a su abogado, Marcos García-Montes, y lo verbaliza: ‘Si Marisa y los niños no vuelven, me tiro por la ventana’. Más dura será la caída. Pero nunca más dura que seguir viviendo".