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Franco, juergas y ring: la historia de Urtain, el boxeador de éxito víctima de sí mismo

El periodista Felipe de Luis Manero ahonda en la vida del púgil guipuzcoano para explicar los últimos años de la dictadura, los entresijos del boxeo y los efectos de una fama excesiva mal gestionada

José Manuel Ibar 'Urtain', tras vencer un combate en 1971.

José Manuel Ibar 'Urtain', tras vencer un combate en 1971. / Antonio F. Navas

"No sé si fue el mismo día en que se produjo su muerte o en un momento posterior. Lo que sí recuerdo es que estaba en un banco con mi padre. Él estaba leyendo el Marca y de repente comenzó a hablarme de Urtain, de su carrera y del suicidio. Me lo contó muy impactado, un poco aturdido. A partir de entonces, empecé a interesarme por el personaje y vi que había artículos, reportajes largos, un documental pero no un libro que contase toda su vida", explica Felipe de Luis Manero, periodista especializado en deporte —"ahora cada vez menos", puntualiza— que, después de abordar la faceta futbolística del narcotraficante Sito Miñanco en Sito presidente, acaba de publicar Urtain (Pepitas de calabaza, 2024).

"La historia de Urtain lo tiene todo. En una época en la que el boxeo tenía muchos seguidores, consiguió conectar, no solo con los aficionados a ese deporte sino con la masa total. Aunque es muy difícil hacer comparaciones, fue un héroe anónimo que subió a lo más alto, que llegó a ser tan popular como lo puede ser ahora Rafa Nadal y que después sufrió una caída enorme", recuerda De Luis Manero que, además de relatar la vida del deportista, describe en su libro lo que fue el tardofranquismo, los últimos años del sátrapa, el uso que la dictadura hacía de los deportistas y las intrigas palaciegas protagonizadas por personajes como Alfonso de Borbón, el por entonces príncipe Juan Carlos, el Marqués de Villaverde o Vicente Gil, el médico personal de Franco y presidente de la Federación Española de Boxeo.

"A Franco le gustaba el deporte, pero el boxeo no era algo que le apasionara especialmente. Su interés fue fruto de la influencia de Vicente Gil, por lo que no es descabellado pensar que, si Gil se hubiera dedicado al ciclismo, no estaríamos hablando ahora de Urtain", reflexiona De Luis Moreno, que destaca el interés de la dictadura por que España tuviera, en la categoría de los pesos pesados, un boxeador semejante a Paulino Uzcudum. Este vasco, que en 1935 se llegó a enfrentar en Nueva York a Joe Louis, combatió con el bando sublevado en la Guerra Civil, llegó a comandar una cuadrilla de milicianos, ordenó ejecuciones de civiles republicanos y, según testimonios de algunos de sus contemporáneos, llegó a apretar él mismo el gatillo en no pocas ocasiones.

Urtain, en pleno combate.

Urtain, en pleno combate. / Antonio F. Navas

"Si bien no fue una relación con el poder como la que mantuvo Primo Carnera con Mussolini, es indudable que el franquismo se aprovechó de cualquier ganador. Los boxeadores, por ejemplo, combatían con el águila en el calzón y, si ganaban, eran recibidos por Franco, cosa que a Urtain le trajo algunos problemas en su tierra. Además, se llegó a decir que, los días en que se emitía uno de sus combates por televisión, se aprovechaba para, por ejemplo, subir la gasolina porque así la gente no reparaba en la subida".

Picaresca en el ring

Aunque se hizo esperar hasta finales de los años 60, el sustituto de Uzcudun también surgió del País Vasco. Su nombre era Juan Manuel Urtain, un harrijasotzaile —levantador de piedras—, nacido en Aizarnazabal y criado en un caserío de Cestona, que tenía graves dificultades para expresarse en castellano porque su lengua materna era el euskera. Noble, candoroso, simpático, inocente, pero también ambicioso, José Manuel Urtain no dudó en empañar su prestigio como harrijasotzaile engañando a sus contrincantes sobre su buen estado de forma, para así aumentar las apuestas y obtener mayores beneficios con las victorias. Al descubrirse la artimaña, Urtain se encontró con que sus antiguos contrincantes ya no querían competir contra él, por lo que, cuando un promotor le propuso cambiar de deporte y dedicarse al boxeo, aceptó.

Sin experiencia ni preparación como púgil, fumador, juerguista y poco amigo de las rutinas, el orden y los entrenamientos, el fenómeno Urtain se cimentó con combates amañados y artículos laudatorios de unos periodistas que primero fueron cómplices y, después, críticos despiadados que no dudaron en hacer leña del árbol caído.

Urtain, en un entrenamiento.

Urtain, en un entrenamiento. / ARCHIVO

"El tema de los tongos es algo bastante antiguo. Cuando Urtain salta a la fama, en España se empieza a vivir lo que ya se vivía en el boxeo americano y sobre lo que ya se habían escrito libros y rodado películas como, por ejemplo, Más dura será la caída [Mark Robson, 1956]. A eso se sumaba el papel de la prensa, en la que destacaron tres periodistas: Fernando Vadillo, que apoyaba a Urtain, Manuel Alcántara, hombre equilibrado que vio que el boxeador tenía fuerza física, coraje pero muchas carencias técnicas y luego José María García, que se convirtió en su gran enemigo. Aunque al principio se acercó a Urtain y actuó como confidente, posteriormente escribiría un libro sobre él que llegaba a ser tendencioso y en el que incluso contaba cosas que el boxeador le había compartido off the record".

Generoso hasta el extremo, manirroto, vanidoso y confiado, Urtain fue siempre una presa fácil para los aprovechados y los desaprensivos. Durante años, el boxeador fue estafado por sus promotores, nunca fue ahorrador y, cuando llegó el momento de retirarse, su situación económica no era precisamente boyante. Abandonado por los que habían sido sus amigos en los buenos momentos, Urtain se buscó la vida como portero en una discoteca de Burgos, practicó la lucha libre, intentó montar su propio negocio sin éxito, se alcoholizó, perdió a su familia por los malos tratos a los que sometía a su esposa e hijos y, un día de julio de 1992, decidió poner fin a su vida lanzándose al vacío desde su piso alquilado en el popular Barrio del Pilar de Madrid.

"La figura de Urtain es difícil de entender en la actualidad —comenta Felipe de Luis Manero—. Para empezar, no hay deportistas que se inicien en una disciplina a los 24 años. Por otra parte, aunque siempre ha habido deportistas más o menos amantes de la noche, creo que en la alta competición ya no vale solo con tener talento. Hay que trabajar, tomárselo como un oficio. Por último, el deporte es una actividad que se ha profesionalizado y eso ha hecho que los deportistas tengan otra relación con la prensa. Antes era muy sencillo hablar con ellos, algunos periodistas incluso entrenaban con los boxeadores o los futbolistas. Con esto no digo que lo ideal sea hacerse amigo de ellos, pero el problema es que ahora son inaccesibles. En ese sentido, al escribir el libro he sentido una cierta nostalgia por esa época del periodismo deportivo que no he llegado a vivir. Ese oficio en el que había mucha noche, mucha bohemia, en el que se podía contar de primera mano lo que hacía Urtain… En definitiva, conocer ese mundo que ahora mismo resulta completamente inverosímil".