JÓVENES SIN HOGAR

Buscarse la vida en la calle con 18 años: "Me la pasé llorando todo el tiempo que estuve en el albergue"

Keren, Bryant y Mounaim forman parte de la iniciativa Futuro&Co, que aloja en pisos de siete ciudades españolas a 179 jóvenes en riesgo de exclusión

En diciembre, el proyecto se acaba y, si nadie lo remedia, volverán a la situación de sinhogarismo lo que les produce una enorme angustia

"No me gustaría volver al lugar dónde comencé", dice Keren, sobre su primer alojamiento en Madrid, un albergue; el mismo lugar donde Bryant, venezolano, pasó casi un año "horrible"

La joven sin hogar Keren Cuevas Cateño en Madrid. Fotos: Alba Vigaray

La joven sin hogar Keren Cuevas Cateño en Madrid. Fotos: Alba Vigaray

Nieves Salinas

Nieves Salinas

Si nada ni nadie lo impide, Keren Cuevas, Bryant Ramírez y Mounaim Magrane, tres veinteañeros que hoy viven en pisos en diferentes barrios de Madrid -como parte del proyecto de acogida Futuro&Co para jóvenes sin hogar, promovido por varias organizaciones- en breve volverán a asomarse al abismo. Su estancia en las viviendas tiene fecha de caducidad, diciembre, y ellos, muchísima inquietud. La trasladan a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA mientras, a cuentagotas, hablan de sus vidas. Muy cortas en edad. Muy trajinadas por lo demás. Llegaron a nuestro país solos. "Es esa angustia de pensar en no tener un techo donde puedas quedarte. Ese a dónde voy ahora", resume Keren, de luminosa sonrisa, que, sin conocer a nadie, el pasado verano cogió un vuelo a España, desde Lima, para escapar de una situación familiar muy complicada.

La incertidumbre planea a lo largo de una reunión que arranca a mediodía en un piso antiguo y austero -pocos muebles, paredes lisas- del madrileño barrio del Retiro donde recibe el venezolano Bryant, que vive allí. Rubor porque llegan a entrevistarles. Eso impone, cuando apenas se es un chaval. Los tres han accedido a relatar sus vivencias. Tienen sus motivos para hacerlo, dicen. Keren pregunta si la entrevista saldrá en la radio. 'No, en un periódico'. Y se ríe. "¡Qué bueno!", exclama.

En ese piso provisional arrancan sus historias. Las de intentar buscarse la vida y no fracasar en el intento. Es decir, no volver a ser parte de ese inmenso colectivo llamado sinhogarismo. Porque nadie sabe qué es vivir en la calle, en un albergue, en una fábrica abandonada... Hasta que lo hace. Sí, ese chico o esa chica que pasa por la acera, a nuestro lado, muy joven, bien vestido, paso ligero, cargadito de sueños... a lo mejor, la noche pasada, no ha sabido dónde refugiarse. Demasiado mayor para un centro de menores. Demasiado joven para echarse al mundo cuando se cumplen 18 años.

Keren, Bryant y Mounaim no tienen a ninguna familia que les asista y pelean por salir adelante con la ayuda de entidades sociales

Keren, Bryant y Mounaim no tienen a ninguna familia que les asista y pelean por salir adelante con la ayuda de entidades sociales. Como, también, muchos chicos españoles. En España, más de 6.000 jóvenes de entre 18 y 29 años están en situación de sinhogarismo. Son el 20% de la población en riesgo de exclusión socio-residencial.

Tres historias, un destino


Keren, que proviene de la ciudad de Huancayo, en la parte central del Perú, en plena cordillera de los Andes; Bryant, que llegó de Venezuela, un octubre de 2021, y Mounaim -que desembarcó en patera, en Cádiz, en 2018- ponen cara a las cifras. Saben bien lo que es no tener a dónde ir. ¿Qué se siente?. "Depresión, ansiedad... pero aquí estoy, con optimismo", dice el venezolano. "Es muy difícil vivir en la calle y más con el frío que hace en Madrid", sintetiza el marroquí. Dicho esto, los tres tienen un problema de urgente resolución que es lo primero a abordar. Les quedan apenas dos meses de estancia en los pisos donde ahora viven.

"No, no y no", menea la cabeza Bryant cuando se imagina la opción volver al albergue en el que pasó en torno a un año

¿Qué va a pasar entonces?, ¿a dónde van a ir?. Porque si Bryant piensa en aquel albergue de Madrid donde pasó un año "horrible", se le ponen los pelos de punta. "No, no y no. Me la pasé llorando todo el tiempo que estuve", menea la cabeza. A Keren tampoco le convence volver a aquel lugar, su primera vivienda en Madrid durante un par de semanas. Se nota que le asusta muchísimo. Ella que está ahora tan contenta por estar cobijada, protegida. Que se siente segura. ¿Y lo de dormir otra vez en una fábrica abandonada durante meses como tuvo que hacer Mounaim?. Pues que no. Que aquello, que sabe bien lo que es, no mola nada.

El desarraigo

A la calle se llega por caminos tortuosos. Por pérdidas, por dramas familiares, por rupturas, por precariedad, por violencia, por adicciones o, simplemente, porque la vida se te tuerce y te deslizas cuesta abajo sin frenos. Siempre, hay detrás un desarraigo. Es durísimo cuando eres adulto. Es crudísimo cuando se es joven. La línea entre quienes pasamos deprisa, sin fijar la mirada -a veces por la vergüenza insoportable de saber que sí tenemos a dónde ir- y quienes se arrinconan en una esquina, hacen cola a la entrada de un albergue, se camuflan en la entrada de un portal...es finísima. Todos podemos acabar siendo parte de ese amplio colectivo bautizado como personas sin hogar. Eso no hay que olvidarlo nunca, vienen a decir los chicos.

Keren y Bryant huyeron de situaciones familiares muy complejas que no quieren detallar

Keren -que ahora está trabajando por las tardes como empleada de hogar y por las mañanas hace cursos de formación en atención al cliente- y Bryant, en búsqueda de empleo, huyeron de situaciones familiares muy complejas que no quieren, ni se les pide, detallar. Mounaim se escapó de casa en Salé, una ciudad situada en la costa atlántica marroquí, que, junto con la capital (Rabat), forma una de las grandes áreas metropolitanas del país. Relata que se coló en una patera destino a Cádiz. 44 horas en el mar.

"Pasé miedo. Era la primera vez que me metía tan adentro en el mar", dice Mounaim muy serio.

"Pasé miedo. Era la primera vez que me metía tan adentro en el mar", dice muy serio. De 7 hermanos, era el único que quería migrar a España. Es más, ni avisó de que se iba para disgusto de su familia. Huyó de la falta de oportunidades, asegura. Era el 9 del 12 de 2018, recuerda con precisión. ¿Cómo fue aquel viaje?. "Muy largo, muy duro, vomitaba todo el rato", contesta.

Los centros de menores

Ya en Andalucía, el joven pasó por varios centros de menores en Cádiz. Se escapó. Llegó a Jerez y, desde allí, viajó en autobús a Madrid. Tenía 21 años. Acabó en otro centro de menores. Luego, fuera de nuevo. Durante un tiempo, durmió en la calle. Después, se refugió varios meses en un centro de Cruz Roja; pasó por el Albergue de San Juan de Dios, uno de los más antiguos y grandes de Madrid, y salió un día antes de declararse la emergencia sanitaria por el coronavirus. Lo tiene clavado. La pandemia la pasó en una fábrica abandonada en la localidad de Vicálvaro.

Volvió al centro de Cruz Roja, vivió con un amigo, recibió una llamada de la organización San Martín de Porres y, tras ser entrevistado, ahora vive en un piso en Carabanchel junto a otros compañeros del mismo proyecto Futuro&Co. Estudia una FP de electricidad. Le gustaría terminar un grado superior. No trabaja. Tiene que resolver su situación de irregularidad, igual que Keren. Le gusta Madrid, pero tiene un pero: "Hay mucho racismo con los marroquíes", sentencia.

Reunión improvisada

Los chicos no se conocen entre sí. En común, que los tres forman parte del retén de 179 jóvenes del proyecto de innovación social Futuro&Co, financiado por los fondos europeos Next Generation e impulsado por el Ministerio de Derechos Sociales. Por el proyecto, que arrancó en 2022, han pasado algo más de 200 muchachos. La Universidad Complutense de Madrid colabora en la medición de resultados de esta iniciativa. Pero, como se ha dicho, los fondos se acaban. El asunto tiene fecha de caducidad y, ahora, la competencia de dónde pueden acabar los jóvenes está en manos de los gobiernos autonómicos o locales. Un lío que les aboca a la incógnita de dónde vivirán dentro de dos meses.

Un piso solo no es suficiente; los jóvenes necesitan apoyo a nivel salud (sobre todo salud mental), a nivel formativo y de acceso al mercado laboral

Los impulsores de la iniciativa la defienden como innovadora. Creen que la vivienda es importante para superar una situación de sinhogarismo, pero no solo. Un piso no es suficiente. Necesitan apoyo a nivel salud (sobre todo salud mental), formativo y de acceso al mercado laboral. También formar parte de la comunidad. Sobre el funcionamiento de los pisos, las 11 entidades sociales que han apoyado el proyecto -Cáritas, el Albergue Covadonga, la Fundación San Martín de Porres, el Albergue San Juan de Dios o la Fundación Albéniz, que forman parte de la Federación de Asociaciones y Centros de Ayuda a Marginados (FACIAM)-, explican: tienen varias viviendas donde se alojan los jóvenes en Madrid, Barcelona, Gijón, Oviedo, Salamanca, Zaragoza y Valencia.

Vivir sin conocerse

La convivencia en las viviendas no siempre es fácil, dirá Keren. Tiene sus cosas, añade Bryant. Por ejemplo: él quiere que la bandera arcoíris ondee en su piso del Retiro -"porque soy bi", detalla- y a sus compañeros no les gusta. El llegar cada uno de un sitio, de un hogar, aunque sea desestructurado, de una calle, de... y no tener por qué pensar igual, ni tener la misma cultura, o las mismas aspiraciones, complica el día a día. Eso lo deja Bryant más que claro en numerosas ocasiones.

Mounaim Magrane en Madrid. Fotos: Alba Vigaray

Mounaim Magrane en Madrid. / Fotos: Alba Vigaray

Cuesta hacer hablar a los chicos. Por un lado, la timidez del interrogatorio por suave que este sea. Dos, no les gusta la etiqueta del 'sinhogarismo', ese término que ya se ha pedido que entre en la RAE. Es más, ni Keren ni Mounamid habían oído, en su vida, pronunciar esa palabra. Que los tres protagonistas hayan migrado a nuestro país no quiere decir que en España no haya jóvenes sin hogar. Lo advierte Futuro&Co. Otra cosa es que no hayan querido salir en este reportaje. Con sus datos, del total de jóvenes acogidos, un 48% de los jóvenes procede de Marruecos; un 25% de Europa y América; un 14% de África y un 13%, son españoles.

A jornada completa

Datos recientísimos del Ministerio de Desarrollo y Vivienda de Reino Unido, muestran un aumento del 6,8% de la cifra total de personas sin hogar en Inglaterra respecto al año pasado y de un 3% respecto a los niveles prepandemia. Lo más chocante: el 14% de las personas sin hogar en ese país trabajan a jornada completa. Es tan solo -y tan crudo- como que no tienen acceso a una vivienda.

En España, hay un total de 37.000 personas en situación de sinhogarismo

Vayamos a España. Los datos son los que son: las personas que no tienen un hogar han aumentado de 2012 a 2022 en un 25%, hasta situarse en 28.552. Las asociaciones añaden a esa cifra entre 8.000 y 11.000 personas que estarían fuera del sistema. Son todas aquellas que no acuden ni a centros, ni a comedores sociales, ni a albergues. Que, a ojos de las administraciones y de la sociedad, no existen. Unas y otras cifras sumarían un total de 37.000 personas en situación de sinhogarismo. No hay más que darse una vuelta por cualquier calle de cualquier ciudad. La realidad aparece de bruces.

La historia de Kevin

Del pequeño grupo de jóvenes en acogida, Bryant es el que más se explaya: va cogiendo carrerilla a medida que pasa el tiempo. Dirá que está demasiado acostumbrado a estar solo. En realidad, que siempre estuvo solo, desde que le echaron de casa en la ciudad venezolana de Maracay con 14 años, y eso hace que le sea más difícil relacionarse. Cuenta que su madre murió y que la convivencia con su padre era inviable. Que tuvo que denunciarle porque no le daba un dinero que le correspondía por herencia familiar. Luego, que se buscó la vida y, desde muy chico, ya emancipado, trabajó y estudió.

Llegó a España hace dos años. Su primera estancia fue en Lavapiés, Madrid. donde cogió un piso de alquiler turístico con el dinero que tenía. Luego, acabó en Lugo, en plenas fiestas patronales de la ciudad. ¿Qué cómo acabó allí?. Porque conoció a una gente que le pagó un billete a la ciudad. Allí estuvo tres meses. Y le gustó muchísimo. Pero no cuajó. "Todas las personas que he conocido, no han sido específicamente buenas", explica. Un día, viajó a A Coruña, que no le convenció tanto y acabó durmiendo en la calle. Vuelta a Lugo y, de nuevo, a Madrid. A un gran albergue, el de San Juan de Dios. En torno a un año. "Horrible", resume con mucho énfasis.

Bryant Ramírez Puertas en el piso que comparte con otros jóvenes.

Bryant Ramírez Puertas en el piso que comparte con otros jóvenes. / Alba Vigaray

Los protagonistas de este reportaje sintieron miedo en muchas ocasiones. Keren cuando cogió el vuelto Lima/Madrid y llegó a Barajas y se vio, con el resto del pasaje, retenida por la policía. Gracias a una compatriota que viajaba en el avión, tuvo su primer contacto en España: una trabajadora social. Llevaba 200 euros en el bolsillo. Cuando "sueña alto", lo hace con convertirse en "profesional". Por ejemplo, médico, azafata de vuelo o, lo que más le gustaría, enfermera.

Acaba la reunión con Bryant ejerciendo de entrevistador. Es uno de los motivos por los que accedió a participar. Su sueño a lo grande es ser periodista. Si ese no le sale, le gustaría ser dependiente de una firma de moda de lujo. Quiere saber cómo empezó esta redactora, qué le gusta de su profesión, cómo cree que él puede hacerse un hueco, por ejemplo, en TikTok, haciendo sus propias entrevistas -ya lo hace a veces- para dar voz a las personas sin hogar. Él, que sabe bien lo que eso, dice con ironía.

de disolverseEsa sonrisa luminosa quiere volver a lo suyoserán dueños de su destino "No me gusta sentirme como un homeless
", zanja Bryant.