Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Una vez en diciembre

A los ocho años, cuando asistí al estreno en el cine, yo no sabía que el personaje estaba basado en una persona real: Anastasia Romanov, la cuarta hija de Nicolás II, el último zar de Rusia

Busto de Rasputín

Busto de Rasputín / Alba Vigaray

"Una vez en diciembre". Para muchos de los que fuimos niños en los noventa y comienzos de los dos mil, estas cuatro palabras nos traen una canción a la memoria y recordamos a una joven pelirroja, de grandes ojos azules, bailando en las salas abandonadas del Palacio de Invierno de San Petersburgo, mientras, a su alrededor, empiezan a despertar los fantasmas, y de pronto la sala se llena de gente, de vestidos vaporosos y refulgentes colores, de risas y alegría. La escena pertenece a una célebre película de animación de Warner dirigida por Don Bluth y estrenada en 1997: Anastasia.

A los ocho años, cuando asistí al estreno en el cine, yo no sabía que el personaje estaba basado en una persona real: Anastasia Romanov, la cuarta hija de Nicolás II, el último zar de Rusia. La película desarrolla una historia ficticia en la que, en 1926, tras diez años de amnesia, una joven mendiga, Anya, regresa al palacio donde pasó parte de su infancia y comienza a recordar.

Según la película, Anastasia fue la única superviviente de su familia, después de que esta fuera atacada por los bolcheviques, y el suceso supuso un trauma para la pequeña, que olvidó todo lo relacionado con su vida anterior. Gracias a la ayuda de dos carismáticos hombres del pueblo, Dimitri y Vladimir, Anya irá descubriendo su verdadera identidad y acabará reuniéndose en París con su abuela, María Fiodorovna, "la Emperatriz Viuda". Al final, elegirá permanecer en el anonimato para poder disfrutar de su romance con Dimitri: el amor triunfará sobre la posibilidad de una vida de lujos y comodidades…

La historia es ficticia, digo, porque Anastasia Romanov fue asesinada en 1918 junto al resto de su familia, en plena revolución rusa. Sus asesinos, soldados bolcheviques bajo la dirección de un tal Yákov Yurovski, consideraban que los zares y sus hijos simbolizaban el poder de la monarquía y que era necesario ejecutarlos. Desde que Nicolás II abdicó en 1917, las tropas bolcheviques retuvieron como prisioneros a toda la familia: el antiguo zar, su esposa Alejandra y sus cinco hijos: Olga, Tatiana, María, Anastasia y Alexei. Los jóvenes tenían, respectivamente, 22, 21, 19, 17 y 13 años.

La madrugada del 16 al 17 de julio, los soldados despertaron a la familia y a sus sirvientes y los condujeron hacia un semisótano de la casa de Ekaterimburgo donde los retenían. Allí, tras leer rápidamente una declaración en la que condenaban a Nicolás a muerte, la emprendieron a tiros contra todos. Posteriormente, llevaron los cadáveres a un bosque cercano, los desnudaron y los mutilaron, y los enterraron en unas tumbas improvisadas.

Durante muchos años, las autoridades soviéticas ocultaron las muertes a la opinión pública. Esto contribuyó a alimentar la leyenda de que alguno de los niños había sobrevivido. Incluso surgieron numerosas mujeres que decían ser Anastasia, como en la película de Bluth. El caso más sonado fue el de Anna Anderson, cuya reclamación dio la vuelta al mundo, aunque finalmente un análisis de ADN descubrió que no tenía parentesco con la familia de Nicolás II.

Después de conocer la verdadera historia de Anastasia, me sorprendió que Warner eligiera un tema tan controvertido como objeto de una película dirigida a un público infantil, incluso bajo riesgo de manipular nuestra opinión. Para empezar, las fechas y lugares resultan erróneos. El antagonista de la película era Rasputín, una especie de cura hechicero que maldecía a la familia Romanov para acabar convirtiéndose en algo parecido a un zombi y seguir atormentando a Anastasia. Él fue quien "abanicó la chispa de infelicidad" que existía en Rusia, hasta convertirla en fuego.

Ni la Rusia de los zares era "un mundo encantado de elegantes palacios y grandes fiestas", ni el descontento y la pobreza que asolaba el país podían definirse como una "chispa de infelicidad". Tampoco Nicolás era solo el amoroso padre que aparece en la película –lo bautizaron Nicolás el Sanguinario–, y Rasputín gozaba de plena confianza en la familia Romanov, gracias a sus dotes de curandero que, supuestamente, eran beneficiosas en el tratamiento de la hemofilia que sufría el pequeño Alexei.

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