CRÍTICA

'La casa eterna', de Yuri Slezkine: de verdugos a víctimas

Esta obra está a la altura de ‘Guerra y paz’ y ‘Vida y destino’

El escritor Yuri Slezkine

El escritor Yuri Slezkine / EPE

Quim Barnola

La casa eterna aúna magníficamente el rigor histórico con el relato costumbrista. Una obra a la altura de Guerra y paz de Lev Tolstói o de Vida y destino de Vasili Grossman. El profesor de Berkeley Yuri Slezkine (Moscú, 1956) consigue construir un relato histórico de la URSS mediante las memorias de los protagonistas de la revolución bolchevique. Con un nexo en común: todos vivían en la Casa del Gobierno.

Todos los arrendatarios de este edificio, levantado en la orilla del río Moscova, delante del Kremlin, formaban parte de la Nomenklatura, altos oficiales con derecho a bienes y servicios. En 1935 había 2.655 inquilinos en 507 apartamentos de hasta siete habitaciones, asignados según el rango en el partido o la jerarquía del Estado. 

Slezkine nos muestra la decoración de las casas, propia de la inteliguentsia, aristocracia socialista culta, con libros, obras de arte y un piano. Con servicios comunitarios de ambulatorio, hotel, cine, galería de tiro, salas infantiles, peluquería, pista de tenis, guardería para perros, cafetería y seguridad.

Una vida de lujo mientras pergeñaban las colectivizaciones en el campo: abolición de la propiedad privada y creación de koljós comunitarios que provocaron una caída de la producción y que culminaron con una hambruna que mató a 12 millones de personas, además de los cientos de miles de kulaks, campesinos prósperos, que fueron deportados a Siberia u otros campos de trabajo forzado.

Las colectivizaciones fueron claves en el primer plan quinquenal porque representaban la destrucción del capitalismo y la burguesía junto a la industrialización como base económica del socialismo. Además de la revolución cultural que era la conversión de todos los soviets al marxismo leninismo con el fin de que el patriotismo substituyera la religión.

Decía un juez proletario en una novela de Andréi Platónov: "El capitalismo hizo que surgieran los idiotas y los pobres. Podemos arreglárnoslas con los pobres, pero ¿qué haremos con los idiotas? Y esto, camaradas, nos lleva a la revolución cultural" (La casa eterna). Hoy como ayer, a los idiotas no nos los sacamos de encima. Y lo encantados que están de serlo. 

Pero el asesinato de un funcionario mediocre, Serguéi Kírov, en 1934 truncó la felicidad de la Casa del Gobierno. Stalin respondió con una purga política. Hizo ejecutar a altos mandos como Grigori Zinóviev, León Trotski y Nikolai Bujarin, críticos con los abusos del régimen. El terror se extendió a todo el edificio. Cualquiera que hubiera dudado de Koba podía ser víctima del NKVD, el comisariado del pueblo para los asuntos internos, encargado de la seguridad del Estado.

Entre 1937-1938, fueron sentenciadas a muerte 700.000 personas. Cada noche fueron ejecutadas en sitios secretos entre 100 y 500, delatadas por vecinos y familiares. Lenin les había enseñado que cada miembro del partido debía ser agente de la Cheká. La camaradería dio lugar a un estado de naturaleza hobbesiano.

"El anterior jefe del directorado de venta de libros David Shvarts se pasaba la noche despierto mirando por la ventana que daba al patio. Cada vez que un cuervo negro (coche de la NKVD) entraba a la Casa del Gobierno, el hombre empezaba a vestirse" (La casa eterna).

Nadie estuvo a salvo: Mijaíl Koltsov, recibido con honores a su regreso de España por sus diarios de la Guerra Civil y nombrado miembro del Soviet Supremo en 1938, fue condenado a muerte por ser crítico con la gran purga y por haber reconocido, bajo tortura, su participación en actividades terroristas.

Cuando se dio por satisfecho, Stalin ejecutó a los responsables de las liquidaciones para no dejar rastro. El líder soviético Nikita Jrushchov reveló años después que fueron agentes secretos del NKVD los que mataron al funcionario como pretexto para orquestar el asesinato masivo de opositores y rivales políticos.  

Slezkine concluye que la reforma bolchevique no fue un movimiento popular sino una campaña organizada por una secta milenarista que pudo conquistar un imperio, pero no pudo convertir a toda la sociedad. La URSS duró lo que dura una vida humana, una generación. Porque mientras los revolucionarios miraban al futuro los hijos vivían en un pasado romántico leyendo a Goethe.

"Ciego y a punto de morir, Fausto parece darse cuenta de que la vida no consiste en llegar al otro lado y detener el tiempo sino en nadar a contracorriente, aunque eso suponga quedarse en el mismo sitio".

'La casa eterna'

Yuri Slezkine

Traducción de Miguel Temprano García

Acantilado

1.632 páginas

46 euros