Opinión | EL OBSERVATORIO

Los peligros del negacionismo

En el mundo que nos ha tocado vivir, es conveniente llamar a las cosas por su nombre, porque estas corrientes utilizan medias verdades y conceptos indefinidos para penetrar en la sociedad

La UE duplicará su consumo de renovable en 2030, tras un dura pugna entre París y Berlín

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Numerosos científicos escribían, en el año 2014, un manifiesto solicitando que no se denominara "escépticos", sino "negacionistas" a aquellos que cuestionan el cambio climático (de la misma forma que se les llama a los que niegan la evolución o el carácter redondo de la Tierra).

En aquel texto se argumentaba que precisamente es su método el que cuestiona la "realidad" desde una aptitud crítica a través de preguntas que hay que responder y contrastar de forma objetiva. Por el contrario, el negacionismo se limita a rechazar un hecho sin tener en cuenta su carácter objetivo y contrastado.

En el mundo que nos ha tocado vivir, es conveniente poder llamar a las cosas por su nombre, porque precisamente las corrientes negacionistas utilizan las medias verdades y los conceptos poco definidos para penetrar en la sociedad. 

Según diferentes estudios, España es uno de los países del mundo donde todavía existe una importante conciencia sobre el cambio climático y un gran porcentaje de ciudadanos creen que este está causado por el hombre en un 64% de los casos frente al 16% de Indonesia o cotas muy bajas en EEUU.

Sin embargo, esto puede cambiar, pues el discurso negacionista lleva años intentando propagarse por todo el planeta apoyado por diferentes think tanks de Europa y EEUU con el objetivo de frenar o al menos retardar las políticas públicas de mitigación necesarias para responder a las evidentes consecuencias del calentamiento global. 

El negacionismo funciona de una forma simple: negando la realidad. El problema no existe, o en el caso de existir, no es causa del ser humano, se origina de forma natural y sus consecuencias tampoco son para tanto. Esta estrategia directa y planificada va calando en la sociedad, arropada por discursos dirigidos especialmente a las clases populares y las zonas rurales con el objetivo de contraponer su forma de vida y sus posibilidades de prosperidad futura a las políticas necesarias para luchar contra el cambio climático. 

Además, la estrategia negacionista se diversifica entre los retardadores, que pretenden retardar las políticas de lucha para continuar priorizando sus intereses cortoplacistas; los distractores, que pretenden poner el acento en otros temas que son para ellos realmente importantes, y los opositores, que directamente pretenden que desaparezcan estas prioridades de la agenda política. Lo cierto es que este riesgo aumenta exponencialmente cuando el discurso pasa de foros residuales a altavoces institucionales, como ya estamos viendo en España en el Gobierno de Castilla y León o algunos discursos de la presidenta de la Comunidad de Madrid. 

El argumento es siempre el mismo, apelar a la libertad como elemento fundamental para rechazar las políticas y cuestionar la evidencia científica, intentado asociar la lucha contra el cambio climático con determinada ideología. Es exactamente la misma estrategia que utilizaron en su día contra algunas políticas públicas que protegen la salud frente a las grandes tabacaleras o la que se utiliza contra la Agenda 2030.

Una agenda que fue aprobada en el 2015 por más de 190 países con diferentes gobiernos e intereses (en el caso español aprobado cuando gobernaba el PP) y que no pretende otra cosa que garantizar un futuro de oportunidades a las nuevas generaciones sin hipotecar sus recursos disponibles. Las elecciones del 23J son especialmente relevantes en esta materia y afectan no solo al futuro sostenible de España, sino al liderazgo europeo, que necesita de un fuerte consenso en la Unión Europea y de países con una fuerte determinación y liderazgo.

Como hemos visto en el caso de la tuberculosis bovina, negar la realidad no evitará el problema, más bien al contrario, multiplicará los riesgos y las consecuencias en medio de una batalla fundamental contra el tiempo, pues en 2018 el panel de expertos de Naciones Unidas preveía un máximo de 12 años para intentar contener el calentamiento de la atmósfera antes de que sea irreversible y el tiempo poco a poco se acaba.