Opinión | GATO ADOPTIVO

Escuchen al Rey

Un toque de atención ante la creciente polarización, una llamada a que pongan freno a la deslegitimación del adversario, que nunca debería ser enemigo

PSOE y PP rivalizan por hacer suyo el discurso del Rey

El Rey Felipe VI ofrece su tradicional discurso de Nochebuena desde Zarzuela, en Madrid (España) a 24 de diciembre de 2023.

El Rey Felipe VI ofrece su tradicional discurso de Nochebuena desde Zarzuela, en Madrid (España) a 24 de diciembre de 2023. / EFE

Clamar en el desierto puede resultar estéril, pero queda el íntimo consuelo de que nada se ha quedado por decir. Veremos en los próximos meses si los líderes políticos han tomado nota del discurso del rey Felipe VI esta Nochebuena, seguramente el más político de los pronunciados por el monarca desde el 3 de octubre de 2017, cuando decidió tomar la palabra ante lo que sucedía en Cataluña y la inoperancia y parálisis del Gobierno de Mariano Rajoy.

El mensaje de este año del Rey debería marcar un antes y un después en la política española, pero la desconfianza que ha anidado en los dos grandes partidos y en sus líderes nos impide ser optimistas. La confrontación partidista ha arrasado con la institucionalidad y la entrevista del pasado viernes entre el presidente Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, celebrada en el Congreso y no en la Moncloa, como era preceptivo, no deja de ser el último y más nimio ejemplo.

Felipe VI lanzó esta Nochebuena a la mesa de los españoles dos potentes ideas que iban directas a la línea de flotación de la histriónica política española: no hay que permitir que se instale el "germen de la discordia" y la Constitución es el mejor instrumento "para superar las divisiones"; fuera de ella "no hay ley ni España en paz y libertad".

Como es habitual, cada formación política es muy libre de hacer la interpretación que quiera de estas palabras, como también lo es de lanzárselas a la cabeza de sus adversarios: pocas instituciones quedan ya en España que no hayan sido salpicadas por los garrotazos goyescos a los que son tan aficionados algunos de nuestros políticos.

Pero el discurso del Rey debería ser, al menos para las dos principales formaciones políticas, un toque de atención ante la creciente polarización, una llamada a que pongan freno a la deslegitimación del adversario, que nunca debería ser enemigo. En los últimos meses ha parecido que caminábamos peligrosamente al filo de ese acantilado. "No nos lo podemos permitir", subrayó el Rey.

Cuando al adversario se le ve como enemigo, es imposible alcanzar el más mínimo acuerdo con él, porque la desconfianza es absoluta. Como mucho, se pueden firmar treguas, como la suscrita por PSOE y PP para sacar de la Constitución el término "disminuido" y sustituirlo por "personas con discapacidad".

Para ir más allá, suele ser necesaria la participación de un tercero. Y esa es la ignominia a la que se ha llegado en la política española, donde no sólo se ha negociado una investidura presidencial en el extranjero y con un mediador, sino que el principal partido de la oposición ha propuesto que sea Europa la que intermedie para desbloquear el Poder Judicial.

Si ya era difícilmente entendible que el PSOE aceptara la exigencia de Junts de reunirse ante un relator internacional, igual de injustificable es la propuesta del PP de llevar ante las instituciones europeas la incapacidad española para la negociación y el consenso en algo tan básico como la reforma del Poder Judicial, uno de los tres pilares de nuestra democracia.

Pidió el Rey en su alocución que se respeten las instituciones "en el ejercicio de sus propias competencias" para "contribuir mutuamente a su fortalecimiento y a su prestigio". No hizo referencia explícita a la ley de amnistía que ha echado a andar en el Congreso para perdonar a los responsables del procés, pero no faltó quien quiso ver en estas palabras un reproche implícito a lo que para la oposición supone acabar con la separación de poderes.

Las palabras de Felipe VI siempre están muy medidas, abiertas a la interpretación de los ciudadanos y los partidos, que arriman el ascua a su sardina, pero sí quiso dejar claro que hay que defender los "valores constitucionales" cuando están en "cuestión" o en "riesgo".

Y como las interpretaciones son libres, se puede sostener que el de esta Nochebuena fue un discurso con el que el Rey quiso dar un toque de atención, un golpe encima de la mesa para recordar que en la batalla partidista no todo vale, que hay que preservar las instituciones, porque los líderes pasarán, pero esas instituciones pervivirán y deberían hacerlo lo menos dañadas posible. La imagen que acompañaba la alocución, una fotografía de los reyes y la infanta Sofía aplaudiendo a la princesa Leonor el día que juró la Constitución ante las Cortes Generales, era la metáfora perfecta de esa necesidad que tienen las instituciones de perdurar.