Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Viva Javier Marías

"En aquel concierto había una luz como despejada, las claraboyas emitían fogonazos que parecían ritmos de las partituras, y resultaba imposible no imaginar, con los sonidos, que por allí estaba el autor de tanta ficción escribiendo lo que ya no se podrá leer"

El escritor Javier Marías. 

El escritor Javier Marías.  / J. P. GANDUL

Se llenó la Librería Rafael Alberti para celebrar la vida, la literatura, la inteligencia civil y literaria, de Javier Marías, que murió hace un año, el 11 de septiembre, en Madrid y que este último 20 de septiembre hubiera tenido 72 años. Se llenó la librería hasta la zona de los libros de Bolsillo, cerca de la calle, y hubo gente en la misma calle. Un sábado por la tarde, en Madrid, de donde la gente se va los viernes.

Había, por ejemplo, dos amigas del escritor de Corazón tan blanco, Julia Altares y Mercedes López Ballesteros. Esta última fue no sólo su secretaria sino la que de una manera u otra le repasaba sus libros o le ayudaba, con nombres raros o sucesos extraordinarios, a avivar su ficción, ejercicio en el que él fue un maestro fuera de serie, acaso el mejor de su tiempo y de su edad. Y Julia fue uno de esos ejemplos de amistades, de mujeres, de hombres, de las que Javier Marías no presumía porque eran parte de él, igual que él fue parte de las amistades (las grandes amistades) que tuvo.

En el salón, ante aquel auditorio lleno de gente con libros de Marías en las manos, en la memoria o en el pensamiento, estaba Javier Serena, el director de Cuadernos Hispanoamericanos, que ha dado a la estampa un número especial dedicado a Javier Marías. (Javier Marías. Madrid, 1951-2022)… Da tanta rabia ver a este gran hombre, a este singular escritor de fábulas inolvidables, citado entre corchetes de adiós, cuando siempre dio la impresión de que la literatura, y la vida, lo iban a tener aquí durante tantos años. Siempre como aquel joven Marías al que bautizaron sus mayores de la literatura y de las calles.

Serena congregó, con Lola Larumbe, la directora de la Alberti, a algunos amigos del autor de Negra espalda del tiempo. Como el acto estaba entre los que organiza Centroamérica Cuenta en la ciudad, por alguna de las filas se vio a Sergio Ramírez, el gran escritor que vive ahora aquí su exilio, mezclado ya con las simbologías literarias de lugar de cuya nacionalidad disfruta, una vez que la satrapía del país en el que nació lo ha despojado de casi todo menos de las ganas de estar, de escribir y de querer. En la mesa en la que se iba a recordar a Marías, dos amigos, Pilar Reyes, directora de Alfaguara, editora durante años de los libros del autor de Mañana en la batalla piensa en mí, y Manuel Rodríguez Rivero, amigo desde las primeras juventudes de ambos. Fueron las suyas dos maneras de hacer resurgir al Marías maniático y genial, ayudados al final por los testimonios directos, más acá y más allá de la literatura, de Julia y de Mercedes.

Lo extraordinario de estas sucesivas intervenciones fue que entre unos y otros, y con la complicidad del público, que parecía venir de estar leyendo esa tarde los libros o los artículos de Javier Marías, fue que el autor que a veces parecía enfurruñado y rabioso surgió una imagen que es mucho más cierta y verdadera: era, dijeron Pilar Reyes y Rodríguez Rivero, un personaje más cercano a todo lo que ocurría, y de ello se reía, cuando no se enfadaba, como cualquiera que vive en una ciudad, y en un país, tan dado a sorprender y a agitar, y a hacer reír, naturalmente. Sus manías de escritor, en las que abundaron Pilar y Manuel, convirtieron en legendarias hasta su obsesión por las máquinas de escribir, que nunca se tornaron ordenadores, y sus preferencias por la pluma y los papeles antes que por las nuevas tecnologías en curso.

Era, además, y esta no es una hipérbole postmortem, sino una realidad que uno mismo vivió, una buena persona. Es decir, alguien que, a la vista de que otros lo necesitaban, se despojaba de sus obligaciones o de sus apresuramientos para dedicar tiempo a quien lo necesitaba. En cuanto a sus libros, los dos editores, Pilar, editora de Marías, y Manuel, que fue editor y es un importante crítico literario y agudo comentarista de lo que le pasa al mundo de los libros, sacaron a relucir sus preferencias, a petición de Serena. Como Pilar Reyes ha trabajado tanto con ese título, ella eligió de entro todos aquellos que la han tenido como editora Los enamoramientos (el primero que ella editó, en 2011) y Tu rostro mañana, en un solo volumen. Se admiró, al leer como editora este último, y fue dando detalles de los breves apuntes de lo que escribía para que ella (y seguramente sus amigas más arriba citadas) fueran sabiendo lo que él iba proponiendo en esa novela grande y arriesgada.

Rodríguez Rivero fue al principio de la última etapa literaria de Marías para resaltar Negra espalda del tiempo. Ese es el libro en el que confluyen el pasado y la memoria personal de Javier como el destello de un ser humano que jamás dejó de tener, además de la imaginación que le regaló a tantos libros, las heridas o las incertidumbres que marcaron, en un sentido u otro, su vida de familia. Un libro extraordinario que, quizá, no ha tenido el recuerdo que para él ahora se reclama.

En la revista que dedica este número especial a la obra y a la vida del autor de esta novela, que también es autobiografía, escribe Juan Gabriel Vásquez, el autor colombiano que para muchos es el epígono más brillante de los que ha dejado Javier Marías. “Negra espalda del tiempo”, escribe Vásquez, “tiene un lugar crucial en su obra. (…) Sin esta falsa novela, acaso no habría tomado cuerpo la enorme novela verdadera que es Tu rostro mañana, la casa en la que Marías viviría durante una década. Hay misteriosas identidades entre las dos obras, o misteriosos lugares de contacto, o descubrimientos que hizo Marías en la primera y acabaron encarnando en el gran proyecto siguiente”.

Para el gran escritor colombiano, Negra espalda del tiempo tiene como “preocupación vertebral” la constante meditación “sobre la influencia que tienen las historias contadas en las vidas vividas”.

Días atrás, cuando hacía el año de la muerte de Javier Marías, el músico Diego Fernández Magdaleno ofreció un concierto que incluía obras inspiradas por libros del escritor fallecido. Fue en la Academia de Bellas Artes, y aquel recinto, marcado por las súbitas mareas de sol que desprenden las claraboyas, resonó como una obra literaria ordenada por el autor que las inspira. Hubo allí, con Diego Fernández al piano, obras de Enrique Franco (tío de Javier), Francisco García Álvarez (una versión de Berta Isla), Carme Fernández-Vidal (Javier Marías in memoriam), Jesús Legido (Corazón tan blanco, estreno absoluto), y, entre otras composiciones y compositores, una Pavana a la memoria de Xavier I, Rey de Redonda, estreno también de Francisco García Álvarez, en homenaje al rey que ahora ha dejado vacante su sede en un reinado que él, Javier Marías, cuidó tanto como cuidó las amistades y los libros.

En aquel concierto había una luz como despejada, las claraboyas emitían fogonazos que parecían ritmos de las partituras, y resultaba imposible no imaginar, con los sonidos, que por allí estaba el autor de tanta ficción escribiendo lo que ya no se podrá leer.

Diego Fernández Magdaleno le dijo a este periodista: “Al leer a Javier Marías sentimos un contexto sonoro construido por el ritmo de una sintaxis de inmediato reconocible. El aliento de la frase, la tensión de la escritura, es parte de esa música de Marías que siempre resonará en nosotros”.

Eso pasaba en la Alberti el sábado. Esa parte de la música de Marías hizo que alguien del público, al final, gritara “¡Viva Javier Marías!”.

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