Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

Los decididos indecisos

No es necesario convencerlos para que voten por una opción, quizá sea suficiente con que no voten a la contraria

Papeletas, urnas, sobres, elecciones, municipales, autonómicas

Papeletas, urnas, sobres, elecciones, municipales, autonómicas / Europa Press

Con este aparente oxímoron definimos a aquellos electores que tienen totalmente decidido y dan por seguro que acudirán a votar el próximo domingo 23 de julio, pero que, sin embargo, todavía tienen dudas sobre la opción política por la que finalmente se decidirán. Es importante hacer esta distinción porque siempre que se acercan unas elecciones y se pone el foco en los indecisos, las cifras que se manejan suelen ser exageradamente elevadas. Se ha hablado en ocasiones, también ahora, de un 35% o un 40% de indecisos, lo que en términos absolutos y tomando como referencia estos próximos comicios generales, supondría entre 12 y 14 millones de electores. Claro, con un dato como este, la idea que se traslada es que la competencia electoral es alta, que el resultado está totalmente abierto y que cualquiera de los principales partidos podría ganar.

En realidad, lo que sucede es que dentro de este grupo de indecisos se camufla un porcentaje de abstencionistas crónicos, es decir, de personas que nunca o casi nunca votan en ningún proceso electoral. Es el sesgo de deseabilidad social que muchas veces habrán escuchado o leído: la tendencia de las personas a dar las respuestas socialmente más deseables, es decir, a dar respuestas no verdaderas, pero destinadas a parecer mejores personas o mejores ciudadanos de lo que realmente son. En este sentido, votar sigue siendo, en general, un comportamiento socialmente mejor visto que la abstención: es, digámoslo así, una cualidad que nos distingue como mejores ciudadanos.

En realidad, por tanto, las cifras de verdaderos indecisos son otras. En este momento, a falta de apenas tres días para la celebración de los comicios, suponen tres millones y medio de electores en el conjunto de España. ¿Son muchos o son pocos? Como casi todo en la vida y en política…, depende. Un primer dato que nos permite responder a esta pregunta se encuentra en la comparación con los últimos comicios. En las últimas elecciones generales de noviembre de 2019, el número de decididos indecisos que arrojaban las encuestas en los días previos a la votación se situaba alrededor de los siete millones. El doble que ahora.

Y otra diferencia importante. Si hace cuatro años, los decididos indecisos se dividían más o menos en partes iguales entre los dos bloques partidistas, ahora, la indecisión cae en mucha mayor medida del lado izquierdo. Pero es un votante en transición. Prevalecen quienes en las elecciones generales de 2019 y en las más recientes elecciones municipales optaron por candidaturas de izquierda. Sin embargo, algunos de ellos ya cambiaron su voto el pasado 28 de mayo, sobre todo, en dirección al PP. De hecho, la duda principal que prevalece entre estos electores es entre votar al PSOE o hacerlo por el PP. Esta es más importante que la que se da entre quienes dudan votar al PSOE o hacerlo por Sumar, el partido de Yolanda Díaz. Por dos motivos. El primero, numérico: quienes se plantean la duda entre los dos partidos tradicionales duplican a quienes están indecisos entre los dos partidos de la izquierda. El segundo, estratégico. Optar por una de las dos formaciones de izquierda no alteraría, o no sustancialmente, la relación de fuerzas entre los bloques. En cambio, el comportamiento final de quienes dudan entre PSOE y PP puede ser uno de los elementos determinantes que otorgue, o no, la mayoría absoluta al bloque de la derecha conformado por PP y Vox.

Escribo estas líneas cuando todavía no se ha celebrado el último debate electoral de esta campaña entre tres de los cuatro principales candidatos a la presidencia del Gobierno. El grupo mayoritario de decididos indecisos, quienes dudan entre PSOE y PP, solo van a poder escuchar al candidato de uno de los dos partidos entre los que duda. En este sentido, Pedro Sánchez, podrá intentar convencerlos de que vuelvan a confiar en el PSOE en estos comicios. La ausencia voluntaria de Alberto Núñez Feijóo le resta al líder popular, sin embargo, cierta capacidad de influencia entre este importante electorado. Peor aún, va a dejar en manos de Santiago Abascal la representación del espacio de la derecha. Esto es importante porque una parte de estos indecisos se habrían decantado ya por el PP si no intuyeran, como así ocurre, que los populares van a requerir el apoyo de Vox para gobernar y que, muy probablemente, el partido de Abascal va a exigir, como socio necesario, la entrada en un gobierno de coalición. Son electores que se ubican principalmente en el centro sociológico, que huyen de posiciones extremas y que en el debate solo van a escuchar el discurso más escorado a la derecha del posible gobierno alternativo al actual.

La decisión de ausentarse en este debate la adoptó Feijóo cuando el marco político y electoral le favorecía claramente. Los populares tradicionalmente no han hecho buenas campañas electorales (incluso en momentos en los que, en principio, parecían tener todo a favor). Ahora las encuestas arrojan un panorama mucho más competido que hace dos semanas entre los dos bloques y, por tanto, los decididos cobran más importancia de la que tenían al comienzo de la campaña. No es necesario convencerlos para que voten por una opción, quizá sea suficiente con que no voten a la contraria. De momento, la suerte no está echada.