CINE

Carlos Saura: el director que mejor contó el flamenco en la pantalla

A lo largo de su prolífica carrera, el aragonés dedicó numerosas películas -algunas, documentales, otras, musicales- a mostrar una de sus grandes pasiones, el arte 'jondo'

El bailaor Farruquito y el director de cine Carlos Saura en una imagen de 2010 tomada con motivo del estreno de 'Flamenco, flamenco'.

El bailaor Farruquito y el director de cine Carlos Saura en una imagen de 2010 tomada con motivo del estreno de 'Flamenco, flamenco'. / Juan Manuel Prats

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

Siempre contaba en las entrevistas que trató de ser bailaor, y como no fue capaz de lograrlo, se convirtió en director de cine. Lo cierto es que desde su primer cortometraje -titulado Flamenco (de 1955)-, la carrera del director aragonés Carlos Saura, nacido en Huesca en 1932 y que ha fallecido este viernes, ha estado ligada al flamenco. “Quizá por eso he hecho las películas de flamenco: lo que no podía bailar yo, lo hacían los demás”, decía en una entrevista para el programa de RTVE Un país en danza en 2021.

Primero se acercó a él de la mano del gran bailaor Antonio Gades, con la trilogía Bodas de sangre (1981), Carmen (1983) y El Amor Brujo (1986). Fue la primera de las tres, en formato de ballet, la que cautivó al director como espectador y le llevaría a proponerle esta colaboración a Gades. Las tres películas sirvieron al director para alejar al flamenco de los estereotipos que le impuso la dictadura de Franco, tratado como un arte folklórico menor y para tratar, de la misma manera que estaba haciendo el bailaor Gades con sus montajes, de acercar el baile a la contemporaneidad y acercarlo al nivel de otras disciplinas artísticas, jugando con la ficción y el documental. Carmen, una adaptación de la ópera de Bizet, utuvo un gran éxito internacional además, y fue premiada en el Festival de Cannes y seleccionada para el Óscar.

Volvería al género, pero de una manera completamente diferente, en lo formal y en el contenido, con Sevillanas (1991), que rodó en pleno boom del género, en un momento en el que se vendían millones de discos y muchísimos artistas del flamenco se acercaron a él. No quiso abordar esta película, y las subsiguientes Flamenco (1995), y Flamenco, flamenco (2010), como hiciera con Gades: prefirió hacerlo en un formato más cercano al documental, pero con los artistas actuando en un estudio.

Los tres títulos ofrecen un abanico muy amplio de las tendencias que convivían en el momento en su género -en el caso de las sevillanas, también, desde las corraleras de Lebrija, las que popularizaron Lorca y la Argentinita, a las sevillanas lentas al piano de Manuel Pareja Obregón y por supuesto, diferentes formas de bailarlas también- y sirven, además, como registro de grandes momentos artísticos: un diálogo de guitarras entre dos maestros, Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, Lola Flores bailando con bata de cola, o un Camarón de la Isla cantando sevillanas en sus últimos meses de vida que le baila Manuela Carrasco, por citar algunos ejemplos.

Con estas cintas, Saura logró además desarrollar un lenguaje visual muy ligado a la propia representación escénica de la música y la danza, jugando con la iluminación, el movimiento de cámara y el propio decorado de los platós para acompañar a los artistas, pero sin robarles protagonismo. Fue además capaz de inmortalizar el flamenco del momento en cada una de las cintas, contando con los nombres de referencia de los 90, en el caso de Flamenco y de los 2000, en el caso de Flamenco, flamenco, pero siempre mostrando diversidad.