BIENAL DE FLAMENCO DE SEVILLA

Israel Galván: bailar para que no se desafine el cuerpo

Estreno en la capital andaluza de 'Seises', inspirado en una danza ceremonial de la capital andaluza con origen en el siglo XVI, que permite al consagrado artista volver a vivir la danza como un juego

El bailaor y coreógrafo Israel Galván durante su actuación este sábado en el Teatro Central de Sevilla presentando su espectáculo 'Seises', incluido en la Bienal de Flamenco.

El bailaor y coreógrafo Israel Galván durante su actuación este sábado en el Teatro Central de Sevilla presentando su espectáculo 'Seises', incluido en la Bienal de Flamenco. / EFE/José Manuel Vidal

Ángeles Castellano

Ángeles Castellano

"Cuando trabajas en espectáculos nuevos no sabes qué vas a hacer, lo bueno es sorprenderte a ti mismo", explicaba el bailaor flamenco Israel Galván a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA por teléfono hace unos días. "Pero es importante que no te canses de bailar. Te tiene que gustar bailar, porque si no, se te desafina el cuerpo".

Buscando esa afinación corporal, Israel Galván de los Reyes (Sevilla, 1973), Premio Nacional de Danza 2005, presentó este sábado en la Bienal de Sevilla su última creación, Seises, estrenado en julio en el Festival Grec de Barcelona. La obra está inspirada en un baile ceremonial que se ejecuta por un grupo de niños vestidos de pajes en diferentes festividades -Octava del Corpus Christi, Octava de la Inmaculada y en el Triduo de Carnaval- en la catedral de Sevilla desde el siglo XVI, acompañado por un coro de voces blancas.

En Seises, Israel Galván está contando Sevilla. Y a la vez, se cuenta a sí mismo. Con un ritmo impecable, y una escenografía que no es tal, y que se concentra en diferentes texturas de suelo que ofrecen diferentes sonidos con un centro rectangular, el bailaor va llevando a los espectadores por la ciudad. Están todos los elementos reconocibles: la cotidianeidad del azahar y las naranjas en el suelo, que a finales de primavera se mezclan con las cucarachas que se cruzan en la noche por el camino. Está el peso de la Sevilla de las tradiciones: esas que se hunden en el Barroco, de la mano de los seises y Scarlatti. Está la Sevilla de la Inquisición y la gravedad con la que Sevilla se cuenta a sí misma, quizá, también, herencia de aquel pretérito Barroco, representadas en la repetición hasta el cansancio del sencillo baile de los seises, o en las sevillanas Que también es de Sevilla de Manuel Pareja Obregón. También la Sevilla del silencio, a la hora de la siesta. La de bailar en un colchón para no molestar a los vecinos. Y está el propio Galván, el niño que creció en un tablao pero no sabe bailar sevillanas ni tocar las castañuelas. Aquel niño confrontado con una ciudad que quiere marcar y explicar, constantemente, en qué consiste ser sevillano: una niña -Helena Astolfi- que le señala y le recuerda, reiteradamente, "tú no sabes tocar los palillos" (nombre que reciben popularmente las castañuelas en Sevilla), "tú no sabes bailar sevillanas".

Pero lo explicaba el bailaor a este periódico unos días antes de presentar su nueva obra: al encontrar ese elemento vertebrador, el de los niños danzantes de la catedral, quería recuperar el espíritu alegre y juguetón de la infancia. Recordar cómo se sentía cuando bailaba sin más pretensión que pasárselo bien, mientras pensaba en el balón que su padre le había prometido si continuaba bailando. Y Galván confronta en Seises el peso de esa Sevilla eterna con sus símbolos, sacados de contexto, aislados, o relacionados con otras situaciones carentes de sentido aparente, que provocan la risa, a veces involuntaria, en el espectador. Parece querer decirle a la ciudad: no te tomes tan en serio. No es para tanto. Relájate un poco.

En el estreno en Barcelona la obra tuvo muy buena aceptación de público y crítica. Lejos quedan los tiempos en los que Galván era recibido con gritos y abucheos o que el patio de butacas se quedaba vacío a mitad de la actuación. Esta vez, admite, el estreno "no supuso un suplicio". En Sevilla, un Teatro Central con entradas agotadas se puso en pie para aplaudirle al acabar la representación.

El bailaor y coreógrafo Israel Galván durante su actuación este sábado en el Teatro Central de Sevilla presentando su espectáculo 'Seises', incluido en la Bienal de Flamenco que se celebra en la capital andaluza.

El bailaor y coreógrafo Israel Galván durante su actuación este sábado en el Teatro Central de Sevilla presentando su espectáculo 'Seises', incluido en la Bienal de Flamenco que se celebra en la capital andaluza. / EFE/José Manuel Vidal

Un bicho raro en busca de un lenguaje propio

Lleva toda su vida subida en los escenarios. Galván, como los seises, fue un niño artista. Hijo de padres bailaores -su padre, José Galván, mantiene hoy una escuela abierta en Sevilla), desde que nació les acompañaba y casi desde que comenzó a andar le sacaban en el final de sus espectáculos y el público, entusiasmado, le tiraba billetes al escenario. Su primera obra con compañía propia,  ¡Mira! / Los Zapatos Rojos (1998) supuso una auténtica revolución. Él se veía heredero de Enrique el Cojo, Vicente Escudero, Antonio el bailarín y algunos otros, pero para el público y crítica suponía una absoluta ruptura con todo lo anterior. Sus padres, contaban hace años como anécdota, salían a escondidas del teatro para no enfrentarse a las críticas. Esa sensación de sentirse raro, diferente, y necesitar romper con la herencia de maestros como Mario Maya o Manolo Soler le hicieron emprender un camino que hoy, 24 años después, le han llevado a ser reconocido como el más internacional y renovador del flamenco actual, con más trabajo en los grandes teatros europeos (y fundamentalmente en Francia, donde fue condecorado en 2016 como Oficial en la Orden de las Artes y las Letras) que en el circuito nacional.

"La última vez que bailé para otros fue precisamente en el concurso de la Bienal de Sevilla, cuando empezaba", recordaba en la presentación de Seises en el Teatro Central. "Había un jurado y yo quería ganar, así que bailé para ellos. A partir de ahí dije: se acabó. A partir de ahora tengo que bailar para mí, buscar un lenguaje propio".

Después de Los zapatos rojos, Galván abordaría en diferentes obras esa inquietud vital que le acosaba: La Metamorfosis (2000), inspirado en la obra de Kafka, Galvánicas (2002), Arena (2004), La Edad de Oro (2005), Tábula Rasa (2006), Solo (2007), El Final de este estado de cosas, Redux (2008) sobre el apocalipsis, La Curva (2010), Lo Real / Le Réel / The Real (2012). Cuando estrenó este último, inspirado en el genocidio gitano de Hitler y el III Reich, confesaba que se veía mayor y quería empezar a bailar menos. Ahora, preguntado por esa cuestión, justifica: "Lo Real cerró una etapa mía que hablaba de la muerte siempre. Y creo que es un peso que yo sentía al bailar, y que con ese espectáculo lo terminaba, con una canción de Antony and the Johnsons (Hitler in my heart ) que decía 'de los cadáveres crecen flores'. Yo creo que a partir de ahí estoy viviendo como otro momento, como una segunda vida del baile".

Esa nueva vida del baile estuvo acompañada, además, de muchos cambios. En los siguientes años dejaría de trabajar con Pedro G. Romero como asesor y director artístico. También en su vida personal. Durante un tiempo, incluso, estuvo viviendo con un circo itinerante en Francia.

-¿De qué manera te influye lo que vas viviendo en tu vida personal en tu baile?

"Yo creo que tiene mucho que ver con la gente que conoces. De repente conoces a una persona, aunque no baile, pero es un maestro. Se te mete dentro del baile lo que siente, lo que piensa. Los maestros son las personas que tienes al lado, que vas conociendo, se convierten en musas", reflexiona.

Cada vez que aborda una nueva obra, Galván busca en lo más cercano para aprender una nueva forma de bailar. "Las tradiciones son lo que mejor me sale", confiesa. Hubo algo viendo bailar a los seises que captó su atención, un relevé que le hizo querer conocer más, profundizar en esa danza histórica y que desembocaría en lo que se ha visto en el escenario este sábado. "Es un movimiento pequeño, pero yo creo que en los movimientos chicos se abre la posibilidad de crear un universo", explica. "Cuanto mayor soy más me fijo en los movimientos pequeños. Cuando era más joven me fijaba más en el virtuosismo, en Michael Jackson. Nunca me habría fijado en los seises".

En Seises, Galván toma ese sencillo paso, mecánico y repetitivo, para construir casi toda la coreografía. O como él dice: para marcar, a su cuerpo, una forma de bailar distinta. Es la referencia que le permite desarrollar un estilo que, como suele ocurrir en sus espectáculos, juega mucho con los sonidos -baila sobre una moqueta con las zapatillas de los seises, con botas sobre castañuelas, desarrolla un zapateado atronador en otros espacios del escenario mientras Astolfi lee las crónicas de los mártires...-. Y no es hasta el final de la obra cuando se le ve bailar en plenitud, en un momento casi de éxtasis en el que recupera las sevillanas del arranque en las voces blancas de un coro infantil, que le eleva y le confiere mayor emoción en su ejecución. En Barcelona, al bailaor y coreógrafo le acompañó la Escolanía de Montserrat, un coro infantil que en Sevilla ha sido sustituido por la Escolanía de Los Palacios, que interpretan varias obras y cierran con las sevillanas del siglo XVIII Viva Sevilla, viva Triana, que inmortalizaron en una grabación Federico García Lorca con La Argentinita.

La obra cuenta con partes habladas, un poema de amor y textos sacados de las crónicas de los mártires. Quería bailar la palabra, y en Seises lo hace. Primero, un poema de Lorca (Mi beso era una granada...) interpretado por Ramón Martínez, que en Seises da la réplica a Galván actuando casi como una némesis interpretativa: un alter ego que ejecuta con propiedad lo que Galván hace a su manera: un zapateado, tocar las castañuelas, leer el poema.

Además, Astolfi recita pasajes de las crónicas de los mártires. Le interesaba especialmente, confiesa, esa lucha contra la propia supervivencia. "Como esa frase de una mártir que dice: 'todavía no estoy bien quemada, dadme otra vueltecita", explica. Para ayudarle a bailar la palabra está Carlos Marquerie, dramaturgo y director de escena.

Galván baila la intensidad del relato de los mártires con un zapateado atronador que poco a poco se va modulando y transformando en un baile completo, mientras la repetición continua vuelve a presentar esa Sevilla del exceso.

Música y musicalidad

Después de haber explorado todos los acompañamientos musicales imaginables (flamenco tradicional, música heavy, experimental, piano contemporáneo, por citar algunos), en Seises Israel Galván baila a Domenico Scarlatti, compositor italiano del Barroco que aquí es interpretado por un clavicordio y un piano por Gerard Bouwhuis. Con eso, explica, acerca este baile ritual al flamenco, encuentra su conexión. "Scarlatti, interpretado con un clavicordio es como una guitarra, quizás sea porque vivió en Sevilla", indica Galván. "Tiene un montón de variaciones, pero las que he cogido van perfectamente con todos los ritmos del flamenco: por tangos, por soleá…"

A Sevilla, el bailaor ha llegado procedente de París, donde ha puesto en escena su obra Solo durante ocho días seguidos (con uno de descanso), una pieza que va mutando desde su estreno en 2007, en la que Galván baila sin música y se adapta al espacio en el que la representa, siempre fuera del teatro, en esa búsqueda constante de nuevas sonoridades. En París lo ha hecho en una iglesia, la Chapelle Saint-Louis de la Salpêtrière, donde obligaba al público a seguirle por todo el recinto ("es enorme", confiesa) haciendo resonar sus pasos en todos los espacios. Y cada día, con una propuesta diferente pero, en todas, con una pieza de Scarlatti acompañado por el órgano del templo. "En ese momento se conectaba todo: la Escolanía de Montserrat, los seises, la iglesia de París... Es un momento muy espiritual".

Justo después de su presentación de Los Seises se queda en Sevilla para acompañar al Ballet Flamenco Andaluz en Gimnasio del 19 al 22 de septiembre, una representación que no es tal, sino una suerte de taller para los bailarines de la compañía pública andaluza abierta al público (y con la peculiaridad de que se desarrollará en un parque de la ciudad) en la que Galván les dará unas pautas para que ellos bailen una propuesta diferente cada día.

FICHA TÉCNICA

Dirección artística, coreografía e interpretación: Israel Galván

Espacio visual: Carlos Marquerie

Colaboración en el vestuario: Micol Notarianni 

Música en directo: Gerard Bouwhuis

Con Helena Astolfi, Ramón Martinez y Coro de voces blancas Escolanía de los Palacios

Diseño sonido y dirección técnica: Pedro León

Supervisión de iluminación: Ruben Camacho

Regiduría: Balbi Parra

Una producción de la Israel Galván Company. Coproducido por: Grec Festival de Barcelona, Théâtre de la Ville - Paris, Bienal de Flamenco de Sevilla, Teatro della Pergola - Fondazione Teatro della Toscana, Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, MA scène nationale - Pays de Montbéliard, Fira Mediterrània de Manresa, Théâtre de Nîmes, Scène Conventionnée d’intérêt national – art et création - Danse Contemporaine, Flamenco Biënnale Nederland. Con el apoyo del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música del Ministerio de Cultura

Diversidad de propuestas y resultados en la primera semana de Bienal

Sevilla es una ciudad construida en capas, que se van superponiendo, de manera más o menos visible, unas sobre otras. Ocurre en la arquitectura, donde es fácil seguir el trazado de la ciudad medieval, intuir el esplendor que vivió cuando fue la capital del mundo conocido, o disfrutar de esas propuestas contemporáneas que tras provocar ríos de tinta -siempre en contra- terminan convirtiéndose en parte de un paisaje cotidiano.

También con las tradiciones. Y cada dos años, ocurre con el flamenco. La Bienal, una cita que acontece puntual y sin interrupción desde 1980, también se construye a capas: muestra lo que está ocurriendo a nivel artístico a distintos niveles, en distintos espacios. Lo que buye en las cabezas de los creadores que, desde Sevilla, proyectan sus propuestas para comenzar a recorrer los teatros del mundo.

La primera semana de esta cita, la vigésimo segunda, ha mostrado esa diversidad. La de hoy. La de ahora. Unas horas antes de que Israel Galván subiera a las tablas del Teatro Central de Sevilla para presentar Seises, otro Israel, Fernández, lo hacía en el Cartuja Center CITE para ofrecer un recital de cante conteniendo su Universo flamenco. Fernández, que confesó sentir mucha responsabilidad por debutar en la Bienal, abordó un repertorio clásico, en el que mostró que está sobrado de sensibilidad (las seguiriyas fueron especialmente emotivas. También el Vino Amargo que popularizara Rafael Farina, en la que él mismo se acompañó al piano), y que tiene inquietudes que aportar al cante. Su carrera recién empieza, tiene tiempo para ampliar sus registros vocales más allá de los ecos camaroneros y caracoleros.

Desde que <strong>Eva Yerbabuena </strong>arrancara la programación de la cita flamenca de mayor duración del mundo, la semana ha sido diversa y abundante en propuestas (27, en total, de sábado a sábado) y en resultados. Varias Premio Nacional de Danza, entre ellas.

Ana Morales lo hizo el viernes, en el Maestranza, donde presentó su obra más reciente, <em>Peculiar</em>. Es un espectáculo coral, pero no a la manera tradicional del baile: cada uno de los artistas que participan en el montaje juegan un papel protagonista, muestran su versatilidad en su disciplina (Tomás de Perrate, cantaor, explora los límites de su voz en los graves, por citar un ejemplo), y también mezclándose con el resto del elenco y saliéndose del papel asignado. Morales no ocupa un lugar protagónico ni omnipresente y sin embargo muestra cómo su lenguaje corporal sigue creciendo, ensanchándose, sin perder la elegancia y fuerza que le caracteriza.

<strong>Patricia Guerrero, en la misma línea, mostró <em>Deliranza </em></strong>el miércoles, una obra estrenada en Francia el pasado verano. El resultado es un montaje que no da respiro al espectador, con un baile muy físico y con mucho protagonismo del zapateado, organizado en torno a una música magistralmente compuesta y ejecutada por el grupo liderado por Dani de Morón. Sin duda la sensación que provoca el montaje es de desasosiego, de inquietud, quizás de manera un tanto repetitiva.

Por las tablas del Teatro Central, ese reservado para las propuestas más contemporáneas del baile, también pasaron Olga Pericet y David Coria. La primera, con La Leona, un espectáculo muy cuidado que sin embargo cuesta entender. El ritmo de la obra es desigual, la intención se desdibuja conforme avanza, los interludios musicales roban el protagonismo. Ella es, en todo caso, una creadora en plenitud, de baile personalísimo, con momentos de mucha emoción y un gran elenco de músicos que llevan el espectáculo en volandas.

David Coria, sin embargo, presentó un trabajo en proceso, De lo humano, una obra que, pese a estar inacabada -se estrenará en el próximo Festival de Itálica, se mostró casi redonda. De ritmo, de emoción, de contenido. El diálogo entre los tres cantaores -unos soberbios David Lagos, Tomás de Perrate y Pepe de Pura- y el envoltorio musical de Juan M. Jiménez y Artomático auparon a un bailaor del que destaca la ductilidad de sus movimientos, la fuerza y la ternura, en un intento de expresar la fragilidad humana.

Y frente a las propuestas más contemporáneas, hubo baile más anclado en la tradición en el Cartuja Center CITE (espacio obligado tras un problema técnico que obligó a cerrar el teatro Lope de Vega). Alfonso Losa, bajo la dirección de Estévez y Paños, presentó una obra que, bajo el título Flamenco: Espacio creativo mostró su madurez como bailaor organizando el espectáculo en torno a diferentes palos, de una manera más tradicional.

Entre los cantaores, la propuesta que más expectación había levantado la primera semana de Bienal era la del jerezano David Lagos. Cantaor de largo recorrido que merece -por facultades, conocimientos y asunción de riesgo- mayor reconocimiento popular del que goza, tenía previsto estrenar Cantes del silencio, un grito adolorido en torno a algunos sucesos ocurridos en la Guerra Civil -la matanza de civiles conocida como la desbandá, en la carretera entre Málaga y Almería, que aquí viene a decir el cantaor "Andalucía tuvo su Guernica", entre otros-. Acompañado por unos músicos que siempre superan las expectativas, Proyecto Lorca y el pianista Alejandro Rojas-Marcos (la seguiriya que acometió en clavicordio quedará para siempre en la memoria) y por supuesto el guitarrista Alfredo Lagos, siempre sensible y de perfecta ejecución, David Lagos mostró un montaje sólido, que explora nuevas sonoridades aunque resuenen ecos morentianos y que las enriquece con letras de mucho contenido que invitan a la reflexión. Sin duda el cambio de escenario -estaba previsto que estrenase en el Teatro Lope de Vega pero un problema técnico hizo que tuviese que trasladarse a un espacio de características radicalmente diferente, el Cartuja Citi Center- ensombreció el estreno por afectar claramente al ánimo y los temores de Lagos. Suerte que el baile siempre preciosista, sentido e íntimo de Isabel Bayón le ayudaran a crear magia, especialmente durante las cantiñas.

En paralelo, esta primera semana ha arrancado también el ciclo dedicado a la guitarra en formato de concierto, en solitario. Guitarra sola, dirigido por Gerardo Núñez, ofrecerá 14 conciertos durante las casi cuatro semanas que dura el festival. Era precisamente Núñez el encargado de abrir el ciclo y lo hizo por todo lo alto. Con cinco guitarristas invitados, todos presentes en la Bienal, ofreció un concierto en el que demostró ser un líder, como él denominó a Manolo Sanlúcar, recientemente fallecido y a quien quiso dedicar el recital, por dos características que le definen: pasión y disciplina. Con gran entusiasmo, el ambiente era festivo y disfrutón, el de un encuentro entre amigos, cada uno mostrando un color, una personalidad propia, un registro de tantos que puede ofrecer un instrumento imperfecto que encierra todos los matices posibles. Núñez fue, así, prologando a un jovencísimo Álvaro Martinete -ganador del Bordón Minero en La Unión en 2021-, Rycardo Moreno -siempre instalado en el riesgo y la exploración de los límites-, Salvador Gutiérrez -curtido en el acompañamiento y más cercano a la tradición-, Canito -que quiso tocar de pie y mostrar su gran sensibilidad desde la diferencia- y Jesús Guerrero -uno de los que mejor dominan la técnica en la actualidad-.

En los márgenes, los espectáculos colectivos presentados en el Hotel Triana, evocadores de los grandes festivales de verano tradicionales, dedicados a Triana, Huelva o los artistas más jóvenes. Y frente a esto, la programación del Teatro Alameda, con unos destacados <strong>Los Voluble</strong>, que con su mezcla de audiovisual y música electrónica en Jaleo is a crime quieren invitar a la reflexión sobre la actualidad y el flamenco, incluso sobre la misma Bienal.