Opinión | MANO DE PÁGINA

Cortazariana

El padre de la antinovela llevó al paroxismo la máxima de Gilles Deleuze "toda escritura es una carta de amor"

El escritor Julio Cortázar

El escritor Julio Cortázar / EPE

Entre sus punzantes consignas, contundentes y abiertas, legó su famosa propuesta (¡a ver si cuela!): "Ven a dormir conmigo. No haremos el amor. Él nos hará". Entonces, lo de veras ciego no es el espejismo del amor, sino el de su retirada: "Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son" (Un tal Lucas). Y, una vez restaurada la rutina, la humanidad empieza a bifurcarse en dos tipos de personas: quienes aprietan, puntillosamente, el dentífrico desde abajo y quienes lo hacen por cualquier parte.

Julio Cortázar nació en el mismo 1914 que su colega, también del Cono Sur, Nicanor Parra. Solo que, mientras el padre de la antipoesía falleció hace apenas un lustro, a los 103 años (con muchísimo tiempo, por tanto, para reciclar su compartido izquierdismo originario en un escepticismo político feroz: "¡La izquierda-derecha unida jamás será vencida!"), el padre de la antinovela, radicalizado con la edad, falleció hace 40 febreros, a sus 69. Desde su magicismo realista (¿se puede decir así?), Cortázar lleva al paroxismo la máxima de Gilles Deleuze: "Toda escritura es una carta de amor".

Su fama de eximio narrador, autor de magnéticos cuentos, siempre en ebullición (Alfaguara los acaba de reeditar al completo), y de ese magistral artefacto de la fusión de géneros que es su Rayuela (una "contranovela", la llamaba), ha eclipsado al gran teórico y crítico literario. Una faceta que rebasa sus más destacadas monografías, como el estudio sobre su venerado poeta John Keats (que, a su manera, también honró a Cupido: "El amor en el lugar del excremento"), o la traducción y glosa de las obras completas de Edgar Allan Poe. Son las teorizaciones que inocula, sobre todo, en su obra narrativa, y que forman parte inextricable del relato, del mismo modo que el agujero de un dónut sigue siendo dónut...

Aparente error de cálculo

Lo determinante en Cortázar es que, sólo a partir de un riguroso cálculo, erigió su obra como un aparente error de cálculo. Para pertrecharse en su candorosa insolencia de sacarle la lengua a las convenciones del idioma, y engendrar sus cuerpos textuales a partir de los pies de página, cierra un perfecto sistema literario, bajo la radical premisa de su imposibilidad; es un sistema de cepos imaginarios, preconcebido para denunciar la impostura de cualquiera que pretenda –siquiera abrir– un sistema literario.

Desde el centro del margen en que se posiciona, la literatura está sucesivamente y siempre del otro lado. En La vuelta al día en 80 mundos, por ejemplo, subraya: "Escribo por falencia, por descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas".

Como es sabido, Cortázar reivindica la figura del lector activo, capaz de infiltrarse, incluso, como personaje del relato. Su transversal Rayuela admite ser leída como un portentoso manifiesto literario, en el que se invita al lector a combatir juntos "el más que podrido principio de razón suficiente y otras pajolerías infinitas"; con el objetivo, cómplice, de "hacerle la guerra al lenguaje emputecido, a la literatura, por llamarla así, en nombre de una realidad que creemos verdadera, que creemos en alguna parte del espíritu, con perdón de la palabra".

El principal cometido de su antinovela, afirma, es trazar un plan para salirse, mas que sea a la pata coja, del "callejón sin salida al servicio de la Gran-Infatuación-Idealista-Realista-Espiritualista-Materialista del Occidente". No por nada, con su irreductible eros literario sin concesiones, llega a cifrar un idioma intransferible, e intraducible, que, por más señas, tiene la duración exacta del acto del amor. Con las lenguas fundidas desde varios capítulos atrás, ya no habrá lenguaje que valga: "Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes...". ¿No es el adviento de un polvazo?