Opinión | GARABATOS
Los libros del velador
Hay dos grupos distinguibles: el de los libros que estoy leyendo o que planeo leer, y el de los libros que llevan años en la mesita de noche y que también estoy leyendo pero cumplen una función religiosa
Acá en México, por motivos para mí misteriosos, se usa el galicismo buró para designar el mueble que en España se llama mesita o mesilla de noche, en Argentina mesita de luz, y en Chile y en buena parte de Latinoamérica –y en las Islas Canarias, según me informa el escritor Juan Cruz–, es conocido como velador.
Aunque hablo desde mi monolingüismo crónico, matizado solamente por la curiosidad, parece que son muchas las lenguas en las que ese mueble imprescindible es definido como mesita de noche, lo que vuelve aún más interesante la expresión argentina mesita de luz. Me gusta pensar que, mientras la mayoría del planeta entiende que la noche es para dormir, mis hermanos argentinos postulan que la noche es para leer o para conversar mirándose a los ojos.
Pero claro, lo que la expresión mesita de luz realza es el reinado de la lámpara. La hermosa palabra velador remite más bien a un mundo desaparecido. Qué cosa tan emocionante debe haber sido conciliar el sueño tras ese último soplido brioso, sumidos en la aromática oscuridad de la llama recién extinta, como si acabáramos de celebrar un cumpleaños permanente, que debería llamarse cumpledías o cumplenoches. Manoteamos, en cambio, como imbéciles, los esquivos interruptores de nuestras desangeladas lámparas.
A todo esto, en francés, al velador-buró-mesita-mesilla se le llama table de nuit o más frecuentemente table de chevet, de manera que la castellanizada palabra buró debe referirse al despacho u oficina o escritorio llamado bureau, lo que puede crear la impresión, muy probablemente errónea, de que los mexicanos trabajan en la cama. "El buró viene de una confusión esencial", me comenta a propósito Juan Villoro, por e-mail: "En algún momento de su trayectoria, el mexicano decidió que el trabajo pertenece al sueño: te duermes y esperas que el mueble haga lo demás".
Escritura placentera
Ahora que lo pienso, tal vez yo, que me siento tan plenamente chileno, soy ya moderadamente mexicano, porque escribo estas líneas en la cama, bajo la luz de una lámpara apenas equilibrada entre los libros que mantengo en el buró. No padezco, que yo sepa, clinofilia, esa enfermedad que consiste en la costumbre de permanecer en cama sin aparente justificación, entre cuyos máximos cultores se cuentan Marcel Proust y Juan Carlos Onetti. Pero algunas noches simplemente se me hace placentero escribir en el mismo lugar donde suelo leer.
No padezco 'clinofilia', esa enfermedad que consiste en la costumbre de permanecer en cama sin aparente justificación. Pero algunas noches simplemente se me hace placentero escribir en el mismo lugar donde suelo leer
Tiendo a pensar el velador como un único mueble atávico que me hubiera acompañado toda la vida, lo que por supuesto es falso, pues en casi todas las numerosas mudanzas he cambiado de velador. Lo que ha permanecido es más bien la costumbre de acumular en él una cantidad de libros que en efecto le dan a dicho mueble la apariencia de una oficina o de un escritorio. Con todo, hay dos grupos plenamente distinguibles: el de los libros que estoy leyendo o que planeo leer, y el de los libros que llevan años ahí y que también estoy leyendo pero cumplen una función, por así decirlo, religiosa.
Desde hace más de veinte años, por ejemplo, comparecen en mi velador obras de Emily Dickinson, Gonzalo Millán y César Vallejo. Y los Apuntes de Elias Canetti. Y dos libros que se llaman libros: el del desasosiego, de Pessoa, y el de la almohada, de Sei Shōnagon. Los abro en cualquier página y a cualquier hora, y nunca tengo la sensación de haberlos terminado, de haberlos leído. Supongo que es eso lo que sienten los creyentes que duermen junto a sus ejemplares de la Biblia y el Nuevo Testamento. Y supongo que también a ellos les gusta pensar que hay unos libros velando su sueño.
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