ENTREVISTA

Alejandro Zambra y Miqui Otero, el juego de la ficción

'Abril' pone a conversar a estos dos escritores, que no se conocían, pero cuyo universo narrativo comparte cimientos

Los escritores Alejandro Zambra y Miqui Otero, fotografiados en Madrid

Los escritores Alejandro Zambra y Miqui Otero, fotografiados en Madrid / Alba Vigaray (Fotos)

Inés Martín Rodrigo

Inés Martín Rodrigo

Por esas conclusiones, a veces más basadas en la invención que en los hechos reales, a las que te conduce la lectura, quien firma estas líneas pensaba que Alejandro Zambra (Santiago, Chile, 1975) y Miqui Otero (Barcelona, 1980) no sólo se conocían sino que eran buenos amigos.

Nada más lejos de la realidad de dos escritores cuyo universo narrativo comparte cimientos (los relatos orales, la música, la paternidad, la pasión por las palabras, la diversión como motor creativo), de ahí la errónea conclusión que me llevó a relacionarles fraternalmente.

Pero, tanto en la literatura como en la vida, nada hay más bonito que el azar, y a él me aferré para proponerles un encuentro que los dos aceptaron con gusto y al que acudieron sin saber muy bien de qué charlarían, confiando en que fuera yo quien les guiara.

Aunque no hizo falta, pues en cuanto sus miradas se cruzaron, tras estrecharse las manos, sus risas, acompasadas, se convirtieron en la banda sonora de una entrevista que no fue tal, o sí, precisamente fue lo que siempre ha de ser: una conversación.

Sin perder de vista sus libros más recientes, Literatura infantil (Anagrama), en el caso de Zambra, y Simón (Blackie Books), en el de Otero, ambos hicieron memoria y rastrearon en un pasado mucho más común de lo que creían, más allá de que la causalidad haya querido que el hijo único del autor chileno y el mayor del español nacieran el mismo año.

Lean y disfruten del juego de la ficción.

P. ¿Recordáis cuándo comenzásteis a acercaros a la literatura?

Miqui Otero: Creo que empecé a escribir cuentos antes de saber leer.

P. Porque la escritura implica una elección, y una renuncia también…

Alejandro Zambra: Claro.

P. ¿Y cómo fue?

A. Z. : A mí me interesa mucho la educación preliteraria. Cuando los escritores comparecemos en público no le hacemos un favor a la literatura, porque siempre estamos con el libro terminado, con esta especie de promoción que aceptamos ambiguamente. Está la idea de que el trabajo del escritor consiste en escribir libros, y se elimina el error, no aparece el proceso. Cuando sales al público es una excepción, no es lo normal, si eso fuera el trabajo, sería un trabajo terrible.

P. Un trabajo que probablemente muchos no elegirían.

A. Z. : Claro, pero parece que ese fuera el trabajo. Entonces, a mí me gusta insistir en lo preliterario. Incluso si mencionas tus lecturas de infancia, ya estás dentro de la literatura. Hay varias generaciones de escritores, no sé si es tu caso, Miqui, en las que la literatura fue más bien un hallazgo que estableció una continuidad con otra cosa anterior que tenía que ver con el humor, con la música. Nos acercamos a la literatura como una desviación del camino, no como una confirmación de saberes heredados. Yo no tenía una biblioteca en casa, tenía una sensibilidad literaria que tenía que ver con los relatos orales de mi abuela.

"Creo que yo empecé a escribir cuentos antes de saber leer"

— Miqui Otero

P. Yo creo que para los dos la oralidad es muy importante.

M. O. : Sí. En realidad, yo creo que escribes por tus limitaciones. En mi caso, la limitación fundacional era que tenía asma; un niño con asma puede destacar en poquísimas cosas y explicar historias puede ser una. Yo tampoco tenía librería en casa. Mis padres emigraron de Galicia a Barcelona en el 75, y en ese momento estaban construyéndola con el Círculo de Lectores. Los libros que había en mi casa cuando era niño los vi crecer como si fuera un jardín. Y la oralidad, sí… Yo recuerdo estar en Galicia en verano, que sonara el teléfono, descolgar y que una voz medio metálica dijera: "No me conoces de nada, pero soy tu primo".

P. Qué gran comienzo para un cuento o para una novela.

M. O. : Eran esquejes perdidos de familia, de antepasados míos que habían ido a Argentina y Cuba. Empecé a completar las historias de estos que luego venían a visitarnos y me fascinaba lo bien que mentían. La ficción les servía para maquillar la miseria de lo mal que les había ido haciendo las Américas.

P. ¿Y a ti, Alejandro, para qué te sirvió la ficción al principio?

A. Z. : Creo que la idea de contacto. Yo todo lo ligo a mi abuela materna, que fue el personaje principal de mi infancia, y las historias que sustituyen los cuentos infantiles que ella nos contaba. Eran historias sobre el terremoto del año 39. Muchos años después, ese seguía siendo el gran tema en su vida, pero cuando nos hacía dormir a mí y a mi hermana nos contaba historias muy chistosas sobre personas que ella había conocido en su adolescencia, en su primera juventud… En algún momento se acordaba de que habían muerto y se ponía a llorar.

P. La tragicomedia que es la vida.

A. Z. : Ese tono yo lo ligo a lo narrativo, siempre he sentido que el que te hace llorar es capaz de hacerte reír y el que te hace reír es capaz de hacerte llorar. Para mí, el relato está ligado a eso, y también a la música, porque mi abuela era muy musical, cantaba, están muy mezcladas las dos cosas. Ella se podía poner a cantar en cualquier momento.

M. O. : ¿Se ponía a cantar?

A. Z. : Sí, de pronto, simplemente como "laralalalalalala"... Y había que escucharla.

M. O. : El tono que dices que dominaba tu abuela es con el que me gustaría escribir, como una canción con una letra muy triste, pero que es para bailar, que de estas hay mogollón y se las pongo a mis niños.

A. Z. : ¿Y cómo ha sido la educación musical de tus niños?

M. O. : Ahora te cuento, porque tenemos nuestros rituales. Lo que decía del tono, la imagen para mí es cuando ves a alguien que está muy triste e intentas hacer un chiste o le preguntas qué te pasa y te dice: nada. Creo de verdad que detrás de ese nada está lo que quiero escribir.

A. Z. : Es que eso es muy delicioso en la conversación, el que debería llorar, pero se ríe de sí mismo.

M. O. : Claro, y le sale mal. Y lo de la educación musical de mis hijos… Cada viernes por la tarde hay una discoteca que va cambiando de nombre y ya parece Studio 54.

A. Z. : Es muy buena la idea. Yo en Literatura infantil hablo poco de la música y en realidad es importantísima en la crianza. La música es casi lo que a mí más me interesa. Al principio, en el arrullo, es impresionante lo que sucede con las melodías que no recordaba. Y hay un momento muy temprano en que empezamos a escuchar a los Beatles.

"Nos acercamos a la literatura como una desviación del camino, no como una confirmación de saberes heredados"

— Alejandro Zambra

P. ¿La paternidad os cambió como escritores?

A. Z. : Yo estoy en ese tránsito… Sí. Ahora, ¿de qué manera? Y se me mezclan dos niveles, porque yo también me cambié de país. Vivo en otro acento, y en el español eso es muy decisivo, mucho más de lo que parece. Y eso es simultáneo con mi paternidad. Cualquiera que haya presenciado el proceso de adquisición del habla de un niño y tenga algún interés en el lenguaje es, como dicen los gringos, mind blowing [alucinante]. No puede no cambiar tu idea del lenguaje escuchar lo cerca que están los niños de lo metafórico, presenciar ese momento en que hacen chocar las doce palabras que tienen para poder nombrar cuarenta cosas…

M. O. : O la primera vez que son irónicos, eso es increíble.

A. Z. : Es precioso eso, no lo había pensado.

M. O. : Ven el lenguaje como un juego divertido y que puede ser súper certero. Por ejemplo, mi hijo llamaba al sitio donde escribo, que podría ser un estudio o un despacho, estuche, y efectivamente es una habitación muy pequeña, no le cambié la palabra porque me parecía mucho más exacta. Yo abrí una libreta, un diccionario de los niños.

A. Z. : Un diccionario de palabras efímeras, esas palabras que en su cabeza caducan de repente.

M. O. : Ves las palabras como algo con lo que jugar, divertido, una vía rara que lleva a cosas interesantísimas. Ves en bruto los mecanismos para contar historias gracias a que descubres cómo los descubren ellos.

P. Es que la literatura es un juego.

A. Z. : Sí, pero hay algo de personalidad, también. Cuando acompañas a un niño, te sientes autorizado para jugar todo el día. A mí me parece muy divertido reivindicar el animismo, porque nunca lo descarté, que las cosas tengan movimiento y formen parte de la realidad es algo muy natural de suponer, o que la gente hable con sus peluches…

P. Además, los niños te obligan a estar alerta desde el punto de vista creativo, te activan la imaginación.

A. Z. : Claro, el juego se juega en serio. Y luego está ahí el pensamiento mágico, todo está mezclado.

M. O. : Como está mezclado, que es lo más divertido, qué es ficción y qué realidad, en qué momento dinosaurio sí, sirena no. Y les vienen los miedos de verdad: los superhéroes no existen, pero los villanos sí…

"La literaturate sirve para anticiparte a lo que te va a suceder, es como vivir una especie de simulacro"

— Miqui Otero

P. El peor momento es la primera vez que te preguntan por la muerte o que oyen hablar de ella...

A. Z. : Sí, pero sin ningún ánimo de ofrecer lecciones, que es algo muy delicado. Solemos olvidar que todos los niños son distintos, lo que sirve en un caso ante un problema no sirve en otro. Hay una pregunta clásica que yo no la he visto formulada mucho, que es: qué rasgo de un hijo le pertenece a la infancia y qué rasgo a la personalidad de ese niño. 

M. O. : Que el adulto ve al niño como una masa informe se ve muy claramente con cómo se viste a los niños. Es lo que dice Santiago Alba Rico de que el adulto es lo que queda del niño, no que el niño es un proyecto de adulto.

A. Z. : Es muy bonito eso. Lo importante es que haya compañía, tratar de tener la mayor cantidad de tiempo posible de contacto en torno a algo, que puede ser incluso ver televisión. Para mí, la literatura es lo más natural, pero no siempre es así.

M. O. : Claro, la literatura no es algo que te recetan en la farmacia, pones esa píldora y el niño tendrá un capital simbólico que le hará más próspero y más feliz. Y eso sucedió mucho con la generación de nuestros padres, ellos entendieron que esa receta sí que funcionaba. ¿Tú escribías de niño?

A. Z. : Sí, pero esto es culpa de esta abuela. Ella tenía la obsesión de que escribiéramos, aunque yo nunca la vi con un libro en las manos. Y luego eso se fue vinculando a la lectura y a la música. El primer libro que me compraron fue uno en el supermercado de la editorial Sopena.

M. O. : Yo de niño era Stephen King, pero con ColaCao en vez de speed: cada mediodía tenía que escribir un cuento. A veces me llegaba el deadline y si no había acabado me ponía fatal. Me tomaba muy en serio la idea de escribir una novela.

"Me parece particularmente claro hoy día que quien lee o escribe está en rivalidad con el tiempo cronológico, y eso es muy importante"

— Alejandro Zambra

P. ¿Creéis que, al final, escribir consiste en reescribir la realidad? Y os lo pregunto porque eso es un poco lo que hacemos con los niños.

A. Z. : No sé si reescribir o acompasar, sobrellevarla y encontrarle un ritmo, y ahí escribir y leer son lo mismo. Me parece particularmente claro hoy día que quien lee o escribe está en rivalidad con el tiempo cronológico, y eso es muy importante. Ahí, escritura e infancia se juntan, porque el espacio del juego anula el tiempo y, claro, de a poquito, ellos van entendiendo el tiempo cronológico y ahí hay un duelo, también.

M. O. : Lo de acompasar con la realidad me parece bonito. Cuando escribes, incluso cuando buscas en la lectura, lo más desastroso, lo más azaroso, de repente forma parte de algún tipo de plan, aunque sea muy fantasioso, y eso va muy bien, refugiarte en que incluso lo más inesperado sirve de algo, le encuentras una lógica narrativa a cualquier accidente. Y, luego, la literatura también te sirve para anticiparte a lo que te va a suceder, es como vivir una especie de simulacro. La literatura tiene que ser como los virus del primer año de guardería: el padre primerizo piensa que son letales, pero lo que hacen es generar defensas para cuando vengan los virus serios. Y la literatura, si es que hay que buscarle una utilidad, que tampoco lo creo, más allá de acompañarte, también tiene que ver con eso, con saber reconocer, antes de que llegue, la euforia, la muerte, la decepción, la lealtad, la amistad… lo que quieras, vamos.

'Literatura infantil'

Alejandro Zambra

Anagrama

232 páginas 

18,90 euros

'Simón'

Miqui Otero

Blackie Books

448 páginas 

23,90 euros