Opinión | ESPEJO DE PAPEL

El oficio de leer

Vale la pena, decía Albert Camus, vivir para este oficio. Te pasas la vida leyendo.

Eduardo Mendoza.

Eduardo Mendoza.

Desde que sé leer y escribir soy periodista. Me hice leyendo; tanto leía que hasta recogía del suelo los prospectos, cualquier papel que viera que tuviera letras y que me llamaran la atención. Hace ahora 64 años de mi primera crónica, y sigo con esta pasión como si fuera este el lunes en que comencé a publicar. Lo primero fue una crónica de fútbol entre juveniles, que el director del Aire Libre, el único deportivo de Tenerife, acogió destacando lo que él consideraba que era un adelanto de alguien, un muchacho, que sería alguien en este oficio. Alguien, es decir, un periodista.

Y aquí sigo, hasta hoy, y quizá, si la vida me va dando la salud que busco, hasta el último suspiro.

En los últimos años, en este grupo y antes en El País, me he dedicado sobre todo a la entrevista y al artículo o al reportaje. La verdad es que prefiero la entrevista o el reportaje a los restantes géneros que se le abren al oficio, pues ambos dependen de contar lo que sucede, o de lo que hacen otros, y no de la ocurrencia de lo que uno piensa sobre lo que sucede. Periodista, ya saben, es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente. Cuando me incorporé a Prensa Ibérica, y a sus numerosos periódicos, uno de mis compañeros más queridos me recibió diciendo que quería entrevistas, que hablara con la gente, que contara lo que pensaran otros. Le hice caso, hasta hoy y espero que hasta mañana y hasta pasado mañana, o hasta siempre. De hecho tengo delante de mi la consecuencia de su deseo, que tanto he agradecido, en forma de algunos libros de los que dependen ahora mis afanes o mis urgencias.

Esta semana entrevisté a Leila Guerriero, que ha escribo un libro fuera de lo común en el periodismo y en la literatura, pues ella misma es alguien insólito en estos dos oficios tan concomitantes. Se trata de La llamada, publicado por Anagrama. Tiene 430 páginas, que he leído, una a una, y para cuya interpretación haciéndole preguntas he tomado hasta sesenta notas, a partir de las cuales espero hacer girar nuestra conversación de esta misma mañana. Ojalá me salga bien.

Y este sábado entrevisté, durante una hora o más, a Sergio Ramírez, el novelista nicaragüense de cuya historia ustedes saben más que yo. El suyo es un libro insólito, impresionante, un ejercicio de imaginación fuera de lo común en la literatura de hoy. Se titula El caballo dorado, ha sido publicado, como casi todos los suyos, por Alfaguara, y para hacer el cuestionario (unas cincuenta ideas de preguntas) estuve leyéndolo durante días, pues tiene 413 páginas. La entrevista ya está para que ustedes hagan el escrutinio correspondiente, como lectores, sobre si valió la pena el esfuerzo del periodista.

El jueves entrevisté en Barcelona, en el hotel Alma, que es un hotel rabiosamente literario, a Eduardo Mendoza, uno de los grandes escritores de esta lengua, al que admiro desde que tengo uso de razón literaria, en primer lugar por La verdad sobre el caso Savolta, que lo convirtió en un escritor ya imprescindible del futuro. Su nueva novela es un torrente de risa e imaginación, y de lenguaje, y se titula Tres enigmas para la Organización, publicada como todos sus libros por Seix Barral. Nos sentamos, le fui desgranando el cuestionario, 54 cuestiones en este caso, y sólo les voy a decir (la entrevista saldrá el 24 de enero, como en los restantes medios, imagino) que nos hartamos de reír con lo que él dice, en nombre de sus personajes, en la novela, y lo que fue diciendo ante el periodista.

Vale la pena, decía Albert Camus, vivir para este oficio. Te pasas la vida leyendo.

Ah, por cierto: no me funciona twitter. Tengo más tiempo para leer.