Opinión | ESPEJO DE PAPEL

Las andanzas de 'If…', aquel 'Si…' de Rudyard Kipling

Ese poema era If…, de Rudyard Kipling, en la traducción del poeta Jacinto Miquelarena, amigo de José Ortega y Gasset, y a ambos se debe la anécdota que más ha durado entre los hechos habidos en torno a aquel traductor de Kipling

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Durante años sesenta y tres años vive conmigo un poema que, cuando lo supe de memoria, lo copié con bolígrafo en la pared de mi casa en el Puerto de la Cruz, Tenerife, donde nací, donde vivieron mis padres y mis hermanos. Ese poema era If…, de Rudyard Kipling, en la traducción del poeta Jacinto Miquelarena, amigo de José Ortega y Gasset, y a ambos se debe la anécdota que más ha durado entre los hechos habidos en torno a aquel traductor de Kipling.

Ortega regresaba de un largo viaje en tren, y Miquelarena fue a recibirle a la estación de Atocha. En aquellos tiempos, previos a la guerra civil, había mucho rebumbio en Madrid y no era menor el que se vivía en la estación, así que la gente gritaba haciendo de aquel apeadero una loquería. En esas circunstancias, el muy exquisito filósofo le espetó al poeta:

--¡Qué país, Miquelarena!

Aquel Miquelarena era, pues, el autor de la traducción más conocida de todas las que tuvo el extraordinario poema de Rudyard Kipling, y de su texto me la aprendí. Fue tal mi adhesión a esos versos que en mi memoria no omití ni siquiera la última línea que, obviamente, ya no pertenecía al poema, sino que era el pie de autor que le correspondía en ese caso: Traducción, Miquelarena… ta fue a recibirle an brevete formara parte de lo que un da traducculinas ruidas, ba de un largo viaje en tren, y Miquelarena fu.

He contado muchas veces, en los periódicos, en los libros, que mi madre, al ver lo que había hecho este hijo sobre aquella pared blanca me ordenó que borrara, verso a verso, aquel poema. Lo hice con la uña, hasta que creí haber dejado limpia la mampostería. Mi madre pasó por allí y dio por cumplida la tarea de restituir aquel encerado y yo seguí jugando a poeta, o a cronista desde los doce años.

Desde aquella inscripción en la pared, borrada por mi propia uña, pasaron muchísimas cosas en torno a ese poema de Kipling. A lo largo de los años, quedé admirado, e inquieto, cuando descubrí el poema como parte de la decoración de distintas consultas médicas, a las que asistía acompañando a mi madre. Escuchaba en taxis los numerosos recitados que se han grabado, por rapsodas españoles, de esos versos tan llenos de evocaciones sobre la conducta humana y sobre el porvenir de los jóvenes. Conté cientos de veces la anécdota de aquel borrado al que me obligó mi madre, y jamás he sido capaz de desdeñar el poema ante aquellos que aluden a su decadente manera de inspirar optimismo.

Mi hija Eva, que es escritora, me escuchó muchas veces esa letanía, de modo que sabía también que, cuando mi madre me ordenó limpiar la pared yo había usado la uña para no dejar huella. Pues la niña encontró la huella. Tenía dieciséis años, quizá, fue a mi casa natal, rebuscó en la pared en pos de aquella pequeña leyenda paterna y encontró allí las huellas del dichoso poema de Kipling. “¡Encontré tus huellas, padre!”

Desde entonces tanto el poema como las diferentes anécdotas que han corrido en torno a él han pasado como hechos que nadie cree. Lo cierto es que antes de este fin de año me encontré con otro primo de Eva, Paco Cruz, que lleva el apellido del abuelo y el del padre y el mío. Empresario ya muy importante, me estuvo hablando del tiempo que le toca su generación, y por eso le hablé de aquel poema. Sería bueno, le dije, que lo leyera para interpretar enseñanzas de cara al futuro.

Días después Paco me envío su propia traducción y yo sentí que aquel poema borrado seguía en nuestras vidas como si se hubiera inscrito hace unas horas en aquella mampostería de la casa de la Calle Nueva. Me emocionó leer la traducción de Paco Cruz, como si de alguna manera yo mismo estuviera escribiendo todavía en la pared de mi casa, esta vez con los versos en español debidos a un muchacho como él: “Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor/ la pierden y te culpan a ti./ Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,/ pero también toleras que tengas dudas. (…) Si puedes llenar el implacable minuto/ con sesenta segundos de diligente labor/ Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,/ y --lo que es más--: ¡serás un Hombre, hijo mío!”

Paco tradujo del inglés el poema de Kipling. Lo obtuvo de un cuadro con el que me obsequió hace años alguien que me escuchó contar tantas veces las historias de esos versos. Esta mañana de Reyes se lo puse de regalo a Oliver, mi nieto, que tiene ahora los años que yo tenía cuando dejé aquella huella en la puerta de mi casa. Ahora hay, además de la de Miquelarena y de tantos otros, la novísima traducción debida a Francisco Cruz. o﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽e es mar el implacable minuto/ con sesenta segundos de diligente labor/ Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella, e