Opinión | EL LÁPIZ DE LA LUNA

Generación Tamagotchi

Me resulta curioso cómo intentamos ponerle puertas al río mientras se nos cuela el agua en forma de inofensivo juguete para niños de siete años

Juguete virtual japonés llamado Tamagotchi en 2004.

Juguete virtual japonés llamado Tamagotchi en 2004. / REUTERS

Cuando tenía diez u once años tuve por primera vez un Tamagotchi. Creo que todas mis amigas tuvieron uno. Recuerdo que lo único que podíamos hacer por aquel entonces era alimentar, cuidar y mimar a la mascota que vivía dentro de un huevo del tamaño de un llavero. Una vez que el Tamagotchi se moría, después de pasar tu duelo (había a quienes les costaba reponerse ante semejante pérdida), salía otro juguete y te olvidabas del asunto, así funciona nuestra sociedad capitalista. A rey muerto, rey puesto.

No había vuelto a pensar en mi Tamagotchi gris y con la pantalla en blanco y negro hasta hoy, que decidí pedirles a los niños de segundo de primaria que escribieran su carta a los Reyes Magos. Ellos se lo tomaron como un pasatiempo mientras que mi maldad educativa lo que quería era evaluar el uso de los conectores y de la ortografía que hemos dado este trimestre. Ganamos todos. Una vez escrita la carta salían al centro de la clase y se la leían a los compañeros. Nuevamente, para ellos era un juego, mientras que a mí me interesa que se acostumbren a hablar o a leer en público usando un ritmo y un tono de voz adecuados. La mezquindad de los docentes no tiene límites.

La sorpresa llegó cuando tras la lectura de la cuarta misiva encontré un nexo común: todos pedían un Tamagotchi. Pero ¿eso sigue existiendo?, pensé. El primer Tamagotchi salió a la venta en el año mil novecientos noventa y siete y desde entonces se han vendido más de ochenta y tres millones de unidades. Me puse a investigar para saber qué le ofrece esta nueva versión a una generación infantil tan exigente como la que tenemos ahora y lo entendí todo. Además de cuidarlo, alimentarlo y mimarlo como antaño, el Tamagotchi tiene la pantalla a color, diferentes carcasas, a cual más mona, cámara de fotos y, además, logra crear la mascota adecuada a la personalidad de cada niño: creativo, deportista, cocinillas… Y no solo lo ven nacer y crecer, sino que pueden verlo desempeñar una profesión. Asimismo, el ser que vive dentro del huevo es más exquisito que el de los noventa, ya que te permite fotografiar alimentos para crear distintas recetas. Todo un gourmet, el bicho.

La cosa no acaba aquí, con su nueva modernidad, el Tamagotchi es más popular que en el pasado, cuenta con más de cien amigos y un montón de opciones de juegos «para jugar sin parar», con este eslogan hacen campaña publicitaria, lo que permite que te conectes con los Tamagotchi de tus amigos. ¡Qué miedo!, me dije. Hace unas semanas se empezó a hablar de los problemas que han generado, generan y sin duda van a generar los móviles y las redes sociales en los jóvenes, planteando la posibilidad de prohibirlos hasta los dieciséis años o al menos impedir que los puedan llevar a los centros educativos y hagan uso de ellos en los recreos, una medida que creo que llega tarde –como tantas otras–.

Me resulta curioso cómo intentamos ponerle puertas al río mientras se nos cuela el agua en forma de inofensivo juguete para niños de siete años. «Para jugar sin parar», retumba en mi cabeza. Lo que viene a ser lo mismo a estar conectado sin parar y a generar adicción sin parar. Yo no soy quién para decirle a un padre o a una madre lo que deben regalarles a sus hijos, desde luego. Pero, aceptando que cualquier dispositivo electrónico usado con control parental y límite de tiempo no tiene por qué ser perjudicial, ¿no echan de menos ustedes aquella época en la que los más pequeños salían a la calle a jugar unos con otros, mirándose a los ojos, inventando historias, siendo dueños de sí mismos y no presas de la tecnología? Ahí lo dejo.