Opinión | ANÁLISIS POLÍTICO

Investidura y señores incómodos

Están indignados porque el mundo no se ajusta mejor a ellos, a su plan, a su tiempo, a sus prejuicios, a sus costumbres, a su voluntad

Alberto Núñez Feijóo, durante una intervención en la investidura

Alberto Núñez Feijóo, durante una intervención en la investidura / EDUARDO PARRA

Si algo nos está dejando claro esta investidura y la que vendrá después, es que hay algunos señores que no están cómodos con el tiempo que les ha tocado vivir. Están incómodos y están indignados, porque el mundo no se ajusta mejor a ellos, a su plan, a su tiempo, a sus prejuicios, a sus costumbres, a su voluntad.

El primero es Feijóo. Este señor vive permanentemente en el tiempo que no toca y se siente y se muestra incómodo con lo que le va tocando hacer en cada momento. Cuando estábamos en campaña electoral, él no quería hacer campaña electoral. No le gustan los debates, no le gusta exponer un plan para el país, no le gusta esa competición porque él a lo que venía no era a convencer, era a gobernar. Le habían prometido que iba a ser muy fácil. Por eso se pasó toda la campaña como si ya fuese presidente, se fue directo a la siguiente pantalla y la realidad -tozuda ella como los españoles- no le dio la mayoría. Tampoco está muy cómodo liderando su partido, porque él tampoco venía a eso. El no pidió venir a coser ni a convencer, a él le pidieron que viniese porque esto ya estaba hecho e iba a ser fácil, todos estarían con él. Esa parte pesada, de acordar con todos los compañeros se la ahorró, llegó directo a triunfar sin tener que pedir.

Lo de Aznar no lo vio venir, ni tampoco sus consecuencias, y ahora le toca gestionar el conflicto interno y no se le da bien, está incómodo. Gracias a esa inestimable colaboración de Aznar, convocó una manifestación, que luego fue un mitin, justo antes de su investidura. Una convocatoria que le daba por amortizado a él mismo. No se sentía cómodo tampoco en su papel de tener que proclamar el proyecto de país para lograr su propia investidura, de la mano de Vox -esos sí que incomodan, pero les necesita- y, como en la campaña, pasó a la siguiente pantalla, y habló solo de los apoyos de Sánchez, proclamándose a sí mismo perdedor en su propio acto.

Y así llegó a esta semana en que le tocaba debatir su investidura. Pero esta también resultaba muy incómoda. En un discurso de investidura se supone que debes dirigirte a otros para pedir que te apoyen, y ya hemos visto que no es lo que mejor se le da, así que volvió a pasar pantalla, entendió que Sánchez ya va a gobernar y le planteó una moción de censura preventiva. Da la sensación de que siempre está dos pantallas por delante de lo incómodo que le toca hacer en cada momento. A ver si así, intentando adelantar, llega antes la parte que le gusta. Probablemente, si antes de la investidura de Sánchez ya le ha colocado una moción de censura, no duden que en la siguiente ronda viene la petición de convocatoria electoral. Y así seguir evitando su responsabilidad en cada momento, porque todo lo que no sea que le den el gobierno -sin que él tenga que hacer grandes esfuerzos para convencer a otros- le incomoda.

Pero para señores incómodos lo de Alfonso Guerra se lleva la palma. Porque a él este siglo es que no le va nada y acaba de descubrir -para su incomodidad- que las señoras podemos ir a la peluquería cuando nos da la gana, incluso hacernos las uñas, tomar gin-tonics con las amigas para poner a parir a los dinosaurios y, además, ostentar tanto o más poder del que tuvo él y no pasa nada. Somos mujeres y sabemos hacer muchas cosas al mismo tiempo. Nos peinamos, hacemos leyes, pactamos gobiernos, barremos el machismo y nos pintamos las uñas. Tan ricamente. Este señor probablemente no lo va a entender nunca, está más atónito que Rubiales, pero, oigan, ¿a quién le importa lo que piense?

Luego están Aznar y González. Estos están incomodísimos, porque después de ellos -que lo hicieron todo bien- cualquier tiempo (o presidente) posterior fue peor. Estos señores tampoco han entendido muy bien lo que les toca ahora, por eso se incomodan todo el rato. Ninguno de los dos ha aprendido a ser expresidente. Probablemente ambos, en su inmenso concepto de sí mismos, entienden que les corresponde una especie de presidencia honorífica eterna. Y, entiéndanme, no me parece mal. Pero eso hay que ganárselo. Uno puede elegir seguir siendo un referente, teniendo un papel en la vida pública y poner su experiencia y valía al servicio de su país e incluso de su partido. Bien. Para eso están los puestos del consejo de estado, el compromiso cívico y las labores diplomáticas, o la vuelta discreta a su profesión anterior, que le ponen a uno en disponibilidad de seguir aportando cuando se le requiera. Y hay otra posibilidad. Uno también puede decidir abandonar la vida pública y dedicarse a tareas privadas, ganar mucho, muchísimo dinero con las grandes empresas, tener nacionalidad de otro país, e incluso podría ahorrarse los impuestos y fumarse puros mientras se critica a gobiernos y partidos propios y extraños con sus amigotes. Es perfectamente legal (hoy no hablamos de moral). Lo que es difícil es pretender tener la legitimidad para hacer las dos cosas al mismo tiempo, porque lo segundo te deslegitima absolutamente para poder hacer lo primero, por más que a ellos les incomode.