Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Empezar el bombón por la corteza

La rutina es la serenidad de las personas inseguras, el territorio donde, a priori, nada se escapa de nuestro control. Por eso nos agarramos a ella y tratamos de convencernos de lo que suele decirse: “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

Bombones rellenos de caramelo.

Bombones rellenos de caramelo. / Shutterstock

Hoy me ha despertado la alarma del reloj. No es algo que suela ocurrirme: siempre me despierto antes y la cancelo para que no suene. Detesto profundamente el sobresalto que me causa y casi prefiero sacrificar diez minutos de sueño con tal de ser más rápida que ella. Alguien me dijo que esta inocente manía ofrece mucha información de mi persona; revela, por ejemplo, que vivo en un estrés constante y con el empeño de adelantarme a todos los plazos: los académicos, los laborales y los vitales. Siempre fui esa alumna que tenía que terminar el trabajo de turno casi el mismo día en el que lo mandaba el profesor.

En la otra orilla están esas personas que deben programar varias alarmas para asegurarse de que acabarán levantándose, porque la primera no resulta efectiva. Son los mismos que terminan el trabajo el último día, aprovechando las horas y los minutos disponibles, y aquellos que llegan tarde a las citas porque también salen tarde de su casa. Esto no quiere decir que sean menos efectivos. Hay gente que, simplemente, funciona mejor bajo presión y cuando el plazo amenaza con concluir.

Los del primer grupo queremos tenerlo todo bajo control, incluso el tiempo, al que no le concedemos el derecho de decidir cuándo tenemos que levantarnos. Cualquier tarea pendiente es una nube muy negra que planea sobre nuestra cabeza, y nos gusta deshacernos de ella para vivir a pleno sol. Quitarnos de encima cuanto antes “lo malo” para quedarnos tranquilos y disfrutar del tiempo que sobra. Es la misma idea que subyace en la acción de empezar a comerse el bombón helado por la corteza de chocolate, dejando la nata intacta para poder devorarla al final. Es más complicado que comerse el bombón a mordiscos, sin grandes pretensiones y combinando ambos sabores.

Ocurre que, a veces, no calculamos bien y un trozo de corteza de chocolate se cae al suelo o a nuestra camiseta. Y nos frustra, porque no entraba en nuestros planes. Solo queríamos comernos el helado de la forma más perfecta posible, sin contratiempos, y precisamente por hacerlo así nos lo acabamos comiendo “peor” que aquellos que se abandonan a los mordiscos tradicionales.

Puede pasar con los helados o con la vida, en general, que dista mucho de ser una línea recta o una llanura. Tiene desniveles, montañas escarpadas y hasta bosques de espinos peores que el que tuvo que sortear el príncipe de La Bella Durmiente antes de luchar contra Maléfica. Y no suelen entrar en nuestros planes. Los espinos no entran en los planes de nadie. Pero cuando llueven sobre la rutina, no podemos pararlos sin enfrentarnos a ellos con la espada de nuestra paciencia.

La rutina es la serenidad de las personas inseguras, el territorio donde, a priori, nada se escapa de nuestro control. Por eso nos agarramos a ella y tratamos de convencernos de lo que suele decirse: “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Desde la rutina, a veces soñamos e imaginamos la forma y el color exactos de otras realidades, realidades accesibles, escondidas tras los muros de las decisiones. Alguna vez, nos atrevemos a escalar esos muros y, al otro lado, descubrimos que el paisaje no era tan brillante ni tan azul como soñábamos. Pero otras veces, la realidad supera nuestra imaginación. Toda decisión conlleva un riesgo.

Lo malo de la rutina es que no siempre se termina por una decisión propia; a veces no somos los responsables de una lluvia de espinos que se precipita por ese prado del cual conocíamos hasta la más mínima brizna de hierba. Y no hay nada peor para una persona insegura que transitar por tierras desconocidas, con el desarraigo pisándole los talones. Resulta curioso que, para otras personas, lo imposible sea permanecer mucho tiempo en el mismo lugar, porque la necesidad de aventura les silbe en cada esquina y necesiten abrazarla para no marchitarse. ¿Qué nos hace ser de uno u otro modo? ¿Las experiencias o algo más profundo que subyace en nuestra personalidad? ¿O tal vez una mezcla de ambas cosas? ¿Se puede llegar a cambiar, asumir que nada en esta vida permanece, ni siquiera las cosas que imaginamos eternas? ¿Se puede asumir sin caer en el pozo insondable del miedo? En 2020 todos hicimos un cursillo intensivo, pero ya se nos empieza a olvidar.

Hoy me ha despertado la alarma del reloj y me ha fastidiado profundamente, porque estaba soñando que me servían un bombón helado y, en el sueño, ya me encontraba planificando el modo de comenzar a comerlo por la corteza de chocolate y continuar después con la nata… Resultó frustrante que todo se deshiciera de golpe. El tiempo fue esta vez más rápido que yo.