Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Los cinco minutos de Víctor Jara

Al cantautor chileno no puedo recordarlo, porque lo asesinaron mucho antes de que yo naciera. Sin embargo, su voz ocupa un lugar importante en mi memoria desde que era niña

Un seguidor porta una imagen en recuerdo a Victor Jara.

Un seguidor porta una imagen en recuerdo a Victor Jara. / CLAUDIO SANTANA

"La vida es eterna en cinco minutos", cantaba el chileno Víctor Jara, sin saber que la suya acabaría antes de tiempo, puesto que fue asesinado el 16 de septiembre de 1973, hace 50 años. Sus asesinos, siete militares a las órdenes de Pinochet, acaban de ser condenados por la Corte Suprema de Chile a 25 años de prisión. Uno de ellos ya no cumplirá la condena, porque se ha suicidado, y quizá tampoco el resto de forma completa, ya que sus edades oscilan entre los 73 y los 85 años. Han pasado toda una vida en libertad, después de detener al cantautor en la universidad donde daba clase nada más producirse el golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el legítimo gobierno comunista de Salvador Allende, que solo duró tres años.

Jara militaba en el Partido Comunista y colaboraba con el presidente. Fue trasladado al Estadio de Chile –que actualmente lleva su nombre– junto a otros 5.000 prisioneros. Allí lo torturaron hasta la extenuación, rompiéndole las manos y los dedos con los que tocaba la guitarra, quemándolo con cigarrillos, cortándole la lengua para que no volviese a cantar. Era una figura muy popular en su país y los criminales descargaron su odio contra él. Días más tarde, fue fusilado, y un funcionario de Registro Civil identificó su cuerpo entre otros cientos de cadáveres en la morgue de Santiago de Chile. Tenía cuarenta y cuatro marcas de balazos que mostraban el grado de ensañamiento y crueldad de los militares. El funcionario, que era admirador suyo, consiguió un entierro digno –y clandestino– para él, al que solo pudo acompañarlo su viuda, Joan Turner. Después, tuvo que partir al exilio.

En el año 2000, los telediarios nos mostraron las imágenes de un inofensivo y aparentemente senil Augusto Pinochet que, nada más bajar del avión, abandonaba la silla de ruedas y caminaba sonriente por tierra chilena, aclamado por los sectores más conservadores del país. Dos años antes, había sido arrestado en Londres con una orden de detención internacional cursada por el juez Baltasar Garzón. Las alegaciones de la defensa, que sostenía que sus condiciones de salud lo debían eximir de la condena, acabaron triunfando. Su llegada a Chile en 2000, su paseo por el aeropuerto con una sonrisa en los labios, representaron un duro golpe para las víctimas de su dictadura, que había perdurado diecisiete años, hasta 1990. Aquel «inocente» ancianito era responsable de un régimen que había cosechado 40.000 víctimas, incluyendo asesinatos, desapariciones, detenciones y torturas.

A Víctor Jara no puedo recordarlo, porque lo asesinaron mucho antes de que yo naciera. Sin embargo, su voz ocupa un lugar importante en mi memoria desde que era niña. En casa, mis padres ponían a menudo su canción más conocida, Te recuerdo, Amanda, mientras me explicaban su historia. Qué importante es que los niños conozcan todas las historias, como yo conocí la de amor y muerte de dos obreros, Amanda y Manuel, cantada por Víctor Jara con esa voz suya, tan suave y melodiosa. Años más tarde, supe que eligió el nombre de Amanda en homenaje a su madre, muerta cuando él tenía quince años, y a su hija, que también se llama así. El amor entre la Amanda de la canción –la sonrisa ancha, la lluvia en el pelo– y Manuel se truncó bruscamente cuando él falleció en un accidente laboral: «y en cinco minutos quedó destrozado».

Amanda y Manuel pudieron existir en la realidad con otros nombres. Víctor Jara lanzó el tema en junio de 1969 como una denuncia de las pésimas condiciones de trabajo a las que eran sometidos los obreros chilenos. Sus canciones están cargadas de un mensaje crítico y audaz. Luchó contra la injusticia empuñando una guitarra y su voz, y esa inocente lucha lo condujo a la muerte. ¿Por qué los malvados siempre tratan de arrancar la poesía de cuajo? Tal vez porque es un arma cargada de futuro, como decía Gabriel Celaya, y yo añadiría: y de pasado, que la historia se ha ido componiendo también en versos que continúan ardiendo, como los de Víctor Jara.

He visto decenas de veces fragmentos de vídeos de sus conciertos; me ha conmovido su sonrisa ancha e ilusionada, igual que la de aquella Amanda que corría bajo la lluvia para ver a su amado en el descanso laboral, en esos cinco minutos que eran eternos. La condena de sus ejecutores ha llegado tarde, pero ha acabado llegando, pues, de otro modo, las heridas no podrían cerrarse. Así debería ocurrir en todos los países que han sufrido dictaduras.

Víctor Jara tenía cuarenta años cuando lo asesinaron. Su vida fue poco más que cinco minutos en la historia reciente, pero esos cinco minutos han logrado hacerse eternos.