LA VIDA CONTIGO

Qué fue de… Andrea Petruzzelli, el novio italiano de Cristina la Veneno que jugó un papel importante en su declive

El de Turín fue testigo del salto al estrellato de la almeriense, que en los noventa triunfó como colaboradora de televisión

Cristina Ortiz y Andrea Petruzzelli.

Cristina Ortiz y Andrea Petruzzelli. / INTAGRAM DE ANDREA PETRUZZELLI

La vida de Cristina Ortiz, alias La Veneno, dio un giro de 180 grados en abril de 1996, fecha en la que unos reporteros del programa de televisión Esta noche cruzamos el Mississippi, emitido en Telecinco, le hicieron una breve entrevista mientras ejercía la prostitución en el madrileño parque del Oeste. Cuando el director de aquel espacio, Pepe Navarro, vio la grabación, se quedó embobado con el carisma de la almeriense. De hecho, después de emitir las imágenes en su programa se refirió a ella como uno de los seres más magnéticos que había visto en la televisión y se empeñó en volver a localizarla para invitarla a plató.

Apenas dos semanas después, Cristina apareció por primera vez en aquel espacio de entretenimiento. Durante veinte minutos estuvo charlando de forma espontánea sobre la transexualidad y abordó la tristeza que sentía debido a la complicada relación que mantenía con sus progenitores, a los que llevaba tiempo sin ver. Como la emisión del programa cosechó un gran índice de audiencia, el periodista cordobés volvió a llevarla un par de días después. Esta vez, eso sí, los responsables del Mississippi propiciaron un tenso e inesperado reencuentro entre ella y sus padres.

En el transcurso de la charla que los tres mantuvieron, Cristina comentó que el programa le había ofrecido un contrato como colaboradora y les presentó a sus progenitores a su novio Andrea Petruzzelli, un chico italiano de 25 años al que describió como "estudiante", aunque realmente no tuviera ni oficio ni beneficio, por temor a que pensaran que era un vago. 

Relación intermitente

Natural de Turín, Andrea había conocido a Cristina apenas unas semanas antes de que ella se diera a conocer, mientras estaba de vacaciones en España con un amigo. Por lo visto, ella le vio paseando una noche por la calle Almagro y, tras entablar una conversación con él, ambos se fueron de fiesta juntos y luego tuvieron sexo en el piso que Cristina compartía entonces con una compañera de oficio. Lo que siguió fue una relación tempestuosa e intermitente, de alrededor de cinco años de duración, en la que no faltaron la pasión y la toxicidad. 

Andrea fue testigo directo del cambio radical en la vida de Cristina, quien en cuestión de pocas semanas pasó de prostituta callejera a exitosa colaboradora de un programa que exprimiría al máximo su desparpajo a la hora de hablar sin tapujos de temas como la hipocresía de la doble moral social y sexual o los entresijos del llamado ‘oficio más antiguo del mundo’. Su fama creció como la espuma rápidamente. Y aunque es cierto que muchos espectadores disfrutaban con su descaro, también hay que decir que otros tantos la miraban por encima del hombro y que el movimiento asociativo de las personas trans en España la rehuía, pues consideraba que la presencia en televisión de una persona tan malhablada y políticamente incorrecta como ella no contribuía en absoluto a la normalización trans. 

Cuando Cristina empezó a realizar bolos por todo el país, su novio, que vivía a la sopa boba, decidió convertirse en su representante para poder recibir un porcentaje de comisión. También pasó a ejercer de centinela, lo que provocó episodios de celos y capítulos tan desagradables como el que ambos protagonizaron en un desfile, celebrado en la Joy Eslava, donde Cristina mostró sus pechos y llevó las manos al paquete de uno de los culturistas que la acompañaban. "Yo me sentí como un tonto y le pegué una torta delante de todo el mundo. Me echaron de la sala y me prohibieron la entrada allí durante una buena temporada", reconoció luego Andrea, que perdió los papeles y agredió a su pareja en varias ocasiones más.

Películas porno

En su pico de popularidad, Cristina accedió a rodar dos películas porno en las que compartió protagonismo con su novio, quien exigió por contrato ser el único que podía penetrarla. Cuando su carrera televisiva se truncó a finales de 1997, tras la repentina cancelación del programa de Antena 3 La sonrisa del pelícano, la almeriense se sintió perdida. Debió ser triste para ella pasar de ser uno de los personajes más solicitados del país a verse ignorada por los productores y directores de programas. La situación destrozó su estado anímico, como también lo hizo el hecho de tener al lado a una pareja que sufría un serio problema de ludopatía y se mostraba incapaz de conseguir un trabajo estable —huelga decir que Cristina no veía con agrado que el muchacho hiciera sus pinitos como escort, ni tampoco le dejó aceptar un trabajo para realizar espectáculos de sexo en vivo en la mítica sala Bagdad de Barcelona—.

Acostumbrados a cierto nivel de vida, los dos empezaron a maquinar un plan para volver a aumentar sus ingresos de forma rápida. Primero estafaron a varias compañías aéreas, fingiendo que les habían perdido las maletas para conseguir cobrar la correspondiente indemnización. Algo más tarde tuvieron la idea de contratar seguros del hogar con cuatro empresas distintas, llegando a reclamar 17 indemnizaciones a lo largo de dos años. La guinda del pastel se puso en octubre de 1998, cuando originaron un fuego de forma intencionada en el piso de Cristina, en el madrileño barrio de Tetuán. 

Según el relato de la almeriense, fue su novio quien quemó su casa para cobrar el seguro. Su versión de los hechos difiere bastante de la ofrecida por Andrea, que siempre ha dicho que el día de marras se encontraba lavando su coche en la calle cuando, de pronto, Cristina cerró la puerta de su dormitorio, le prendió fuego al sofá del salón de la casa y bajó rápidamente las escaleras a la calle simulando que aquello había sucedido de forma accidental. Al poco del episodio, enrabietado con su novia por no querer compartir con él parte del dinero conseguido con las estafas, la denunció de forma anónima ante la empresa de seguros La Estrella, que inició una investigación y puso a Cristina en el punto de mira. 

El tiempo de la cárcel

La almeriense fue detenida y, en enero de 2002, el Juzgado de lo Penal 27 de Madrid la declaró culpable de simulación de delito, falsificación de documento mercantil y estafa, condenándola a tres años de cárcel. Cuando esto último pasó, Andrea y ella ya habían dejado de convivir, aunque dicen que donde hubo fuego, cenizas quedan, y varias fuentes comentan que durante un tiempo siguieron teniendo encuentros sexuales esporádicos. Tras entrar en el módulo de hombres de una prisión en abril de 2003, Cristina le entregó a su ex las llaves de su piso junto con una carta de autorización en la que le concedía permiso para quedarse a vivir en su casa hasta que saliera en libertad, con la única condición de que fuese a verla con asiduidad. "Al día siguiente, me fui a vivir a su casa junto a la que era mi nueva pareja en ese momento, por no dejar el piso solo y también porque entonces estaba viviendo en un hostal", explicó Andrea al respecto en una entrevista concedida para la realización del libro Veneno. De Adra a las estrellas. Una biografía ilustrada.

Superado su periplo carcelario, Cristina reapareció públicamente, visiblemente desmejorada, y sacó del baúl de los recuerdos su personaje televisivo, que esta vez era una especie de potro desbocado sin reparos a la hora de hablar de la pésima relación que mantenía con su familia, ni remordimientos al soltar por la boca comentarios hirientes y despectivos hacia otras mujeres trans. "Después de romper con Cristina, estuve cinco años con una chica ecuatoriana y luego con otra, también llamada Cristina, que estaba operada", ha dicho Andrea. "Entonces no trabajaba en nada. Era joven y guapo, y las travestis que ejercen a la prostitución suelen mantener a sus parejas. No es una obligación, pero es algo que pasa. Y la que te diga que no lo hace, miente".

La malograda intérprete de Veneno pa tu piel dejó de tener contacto con su ex a finales de 2013, fecha en la que el susodicho abandonó Madrid para regresar a Italia. En 2017 se mudó a Nicaragua por amor y en plena pandemia mundial volvió a la palestra mediática gracias a Veneno, una serie de Los Javis que, en su opinión, rebosa demasiada fantasía —como aquella escena en la que, tras una discusión, él aparece matando al perro de su novia, tras meterlo en un microondas en funcionamiento—. Hoy en día Andrea tiene 53 años, vive en la casa de su anciana madre en su Turín natal, donde dedica tiempo a montar en bicicleta, su gran pasión, y a ratos trabaja como vigilante de seguridad en una tienda.