RUGBY

La brecha salarial persigue a las jugadoras de rugby incluso fuera de España

Internacionales con las Leonas se han ido a buscar fuera una oportunidad económica en clubes de las ligas grandes, pero las mujeres siguen conviviendo con un entorno semiprofesional en el rugby

La española Isabel Macías, jugadora del Stade Français parisino

La española Isabel Macías, jugadora del Stade Français parisino

Un informe del sindicato Central Sindical Independiente de Funcionarios (CSIF) publicado hace menos de un mes denunciaba que la brecha salarial entre hombres y mujeres había aumentado por primera vez de 2017 hasta llegar al 20%. Dicho de otro modo, las mujeres estarían trabajando gratis 73 días al año. La previsión es que se tardará medio siglo en alcanzar la igualdad salarial. En el rugby español, si se habla de la selección, el aspecto económico está a la par en lo que a dietas se refiere. Falta aún por visualizar una mayor presencia femenina en los staff técnicos, en las directivas de federaciones y clubes o en el estamento arbitral. A nivel deportivo, que una chica apueste por salir fuera para ganarse la vida como profesional solo sirve para darse de bruces con la realidad al comprobar que dicho estudio no es que sea una realidad latente, sino que además peca de optimista.

“Las jugadoras vamos a estar siempre ahí, y como de jóvenes somos fácilmente manipulables por la ilusión que tenemos por entrar en el equipo nacional, éramos capaces de ir a entrenar sin que nos pagasen y, pese a todo, solo pido que nos valoren”. Una afirmación tan contundente sale de boca de Isabel Macías, una jugadora de 34 años, que lleva más de un lustro residiendo en Francia. El rugby se cruzó en su vida cuando estaba en quinto de Arquitectura. De la liga universitaria pasó a la máxima categoría del rugby femenino con el Olímpico de Pozuelo. Antes de instalarse en París consiguió con Las Leonas algo tan “épico” como acudir en 2017 al Mundial de Irlanda tras ganar a una selección con tanta tradición como Escocia. Sentir el rugby en la calle y elevar su nivel fueron los motivos que le llevaron a emprender su aventura en el país vecino. Allí también aprovechó el tiempo para recorrer en metro toda la ciudad con su contrabajo al hombro por su afición a tocar música clásica con su orquesta en las iglesias.

Internacional sin contrato por 600 euros

Tal vez sorprenda a los aficionados saber que Macías no vive del rugby a pesar de jugar en el Stade Français, un equipo de la máxima categoría. Por el día trabaja como arquitecta en una consultoría donde asesora a promotores en la construcción de instalaciones deportivas como palacios de hielo, campos de rugby o de los gimnasios que se van a utilizar en los Juegos Olímpicos. En su club, lo máximo que puede cobrar una internacional son 600 euros “y sin contrato ni nada”.

Por el contrario, un 'espoir' que empieza a jugar a los 18 años puede percibir 1.000 euros mensuales, mientras que el sueldo medio de un jugador del TOP 14 son 19.600 euros. Por ejemplo, el que fuera apertura del club, Nicolás Sánchez, cobraba 680.000 euros anuales en 2019, el noveno mejor pagado del mundo. Si alguien se pregunta si en la plantilla del primer equipo masculino hay algún arquitecto, la respuesta es “no”. Para desequilibrar aún más la balanza, ellos tienen su propio vestuario. “El nuestro está en la otra punta del estadio y cuando llego de trabajar, voy con tanta prisa que me cambio en el baño porque es más rápido”, añade. Eso sí, el club les deja a entrenar en el mismo campo que los chicos y compartir gimnasio.

Por ver el vaso medio lleno, en España las diferencias no son tan abismales. “Es que yo, en Francia, me pongo mala cuando nos hacen algunas comparaciones sobre el nivel de exigencia sin tener en cuenta que solo nos dan una prima por jugar y tengo que ganarme la vida lejos del rugby”. Critica, sobre todo, el tono “paternalista” que emplean los directivos con sus jugadoras, “y ese sentimiento seguro que no sería el mismo si tuviéramos que tratar con mujeres”. También lamenta que la actual Federación haya prescindido de sus servicios, y más aún cuando uno de sus objetivos es construir un nuevo campo de rugby y convertirlo en una especie de sede para la selección.

Y es que Macías llevaba desde 2016 trabajando como autónoma para la RFER haciendo homologaciones de campos. “Es una pena porque yo quería seguir”, afirma. No se rindió. Les volvió a enviar su curriculum y la respuesta fue de nuevo negativa. Aun así, se muestra optimista de cara al futuro. “Espero que se lo piensen mejor y que me llamen de nuevo porque puedo aportar muchísimas cosas con toda la experiencia que estoy cogiendo en Francia”.

En Inglaterra, con un visado de 20 horas semanales

Si a Isabel Macías le diera por cruzar el canal de La Mancha para jugar al máximo nivel en la liga inglesa, el panorama no cambiaría demasiado. La capitana de Las Leonas, Cristina Blanco, lo hace desde hace unos meses en el Trailfinders Women de Londres para cumplir su deseo de competir al máximo nivel ya que en España, en lo que a clubes se refiere, “todavía estamos un poquillo lejos”. Al principio, la vida de una jugadora originaria de un país que no compite en el VI Naciones no es, ni de lejos, un camino de rosas. “No nos acogen igual que a las que vienen de selecciones con más nivel”. Blanco cree que eso puede obedecer a la escasa visualización que tiene en rugby español a nivel europeo. La mayoría de los clubes de la Premiership tiene un buen número de jugadoras escocesas, irlandesas o americanas “que son buenas y se merecen estar donde están”, sin embargo, la española está convencida de que muchas compatriotas podrían estar también luchando por disputar minutos de calidad, un privilegio reservado a día de hoy solo a otras dos jugadoras, Laura Delgado y Carmen Castelucci. “No nos consideran iguales, y eso es algo que duele”, afirma con vehemencia.

Cristina Blanco, internacional española que juega en el Trailfinders Women de Londres

Cristina Blanco, internacional española que juega en el Trailfinders Women de Londres / Trailfinders Women

A nivel retributivo llueve sobre mojado. Todos los jugadores del equipo masculino, que milita en la segunda división inglesa, tienen contrato profesional lo que les permite vivir del rugby. Muy a su pesar, a la capitana de Las Leonas no le ocurre lo mismo. El club tiene un límite salarial que no puede sobrepasar. En el presupuesto van incluidos los gatos de viaje, equipación, médicos, fisios o alojamiento que luego hay que repartir. “Más que de una liga profesional como dicen ellos, estaríamos hablando de una liga semiprofesional”, matiza. Y no le falta razón. Salvo las jugadoras de la selección inglesa que tienen contrato con su federación, el resto reciben alguna ayuda “extra” que tampoco les sirve para llevar una vida de muchos lujos. Por ejemplo, Blanco está buscando trabajo de fisioterapeuta. Su visado solo le permite trabajar 20 horas semanales que tendrían que estar fuera del horario de sus entrenamientos vespertinos y de los partidos de fin de semana. “No es fácil, pero ahí seguimos intentándolo”, añade.

Las cosas “poco a poco” están evolucionando a mejor, como señala Blanco. “Lo que no se puede pretender es cambiar todo de la noche a la mañana”, sostiene. La internacional española recuerda que su Trabajo de Fin de Grado (TFG) versó sobre la reincorporación de la mujer al trabajo tras el embarazo donde descubrió la existencia de aquellos contratos que rezumaban machismo por los cuatro costados donde a la mujer se lo obligaba a no quedarse embarazada si quería seguir en la empresa. “Ese tipo de cosas, afortunadamente, no las he visto jamás en el rugby”. Lo que reivindica es una mayor visualización del deporte que le ha dado tantas satisfacciones y, sobre todo, una mayor concienciación “desde pequeñitos” para evitar comentarios sexistas. Y lo dice porque aún estaba perpleja después de haber visto hace unos pocos días los comentarios vertidos en una red social en el que aparecía un video de una jugadora de Fiyi placando a una irlandesa. “Uno de ellos, que me resulta increíble que nadie lo haya borrado aún, decía que no entendía por qué dejaban jugar a mujeres contra hombres”. Su primer pensamiento fue decir: “Mira chico, se ve que es un torneo profesional que juegan mujeres contra mujeres y porque el placaje fuera de diez no se puede hacer ese comentario”.

Ellos, a hoteles y ellas, a campings

Si hay alguien pionera en el rugby femenino esa es Paloma Loza. Su pasión por el balón oval y el de otras mujeres de su generación que ahora pueden rondar los sesenta años allanó el camino de muchas chicas que ahora se llevarían las manos a la cabeza al comprobar los obstáculos que las más veteranas tuvieron que superar para cumplir sus sueños. Llegó al rugby “por casualidad”, como ella misma reconoce. La barra de un bar fue el testigo de excepción de una conversación con una amiga suya donde le propuso la idea. Entró en el equipo del CEU. A partir de entonces su nombre está asociado a la palabra primera. Formó parte de la primera selección que compitió en el mundial femenino que se celebró su primera edición en 1991. En 1995 ganó en Treviso (Italia) el primer campeonato de Europa de selecciones al derrotar a Francia (21-6). Fue en esa época donde comenzó a percatarse de que el trato que daba la Federación a los hombres y a las mujeres distaba mucho de ser igualitario. “Ellos iban a las concentraciones a hoteles y les pagaban dietas y a nosotras nos llevaban a un camping”, recuerda. Ese fue el motivo de que días antes de que comenzara aquel campeonato de Europa las jugadoras se plantaran para exigir un trato igualitario que, al menos, cumplieron durante aquel evento.

Paloma Loza, en un partido entre Irlanda y Francia

Paloma Loza, en un partido entre Irlanda y Francia / Rugby Europe

Loza también fue la primera, junto a Coral Vila, en probar suerte en el extranjero. “Aquí en España nos teníamos que pagar la ficha, la equipación, los viajes… En fin, todo”, afirma. Sin embargo, lo de viajar a Italia obedecía más a su espíritu aventurero que a cuestiones económicas. “No recuerdo lo que nos pagaban. Sé que era en liras y que nos daba para la estancia y para algún que otro capricho”. Mesina, la ciudad más oriental de la isla de Sicilia, fue su destino. El primer sueldo que recibió relacionado con su actividad deportiva incluía sus servicios como jugadora y entrenadora. No lo debieron hacer nada mal a juzgar por los resultados, pero antes de finalizar la temporada Loza y Vila regresaron a España “dejando al equipo primeras en la clasificación”. El paso de los años no le ha hecho arrepentirse de aquella experiencia. Al contrario, se la recomienda a cualquier jugadora joven que quiera mejorar. “Es bueno para ella, porque fuera hay mucho más nivel y si después de unos años decides regresar también puede ayudar a mejorar el nivel de aquí”.

Con ese espíritu de mujer decidida no resulta difícil de adivinar quién fue la primera en arbitrar un partido masculino de División de Honor. Pues efectivamente, fue esta madrileña de 58 años que al retirarse como jugadora le dio por recorrer los campos de rugby con su vestimenta de árbitro para impartir justicia. En esta nueva faceta nunca percibió desigualdad alguna. “Nos pagaban igual y teníamos los mismos derechos que los chicos”, reflexiona. Otra cosa bien distinta es que le designaran para dirigir un partido de la máxima categoría masculina, algo nunca visto hasta entonces en el rugby español. “Al principio les dije que no porque yo estaba muy cómoda con lo que hacía, pero al final me convencieron”. Su debut fue en 2006, en San Sebastián, y más concretamente en el estadio de Anoeta, donde los anfitriones de Spyro Bera Bera se medían a los catalanes del USAP Barcelona.

Durante su etapa arbitral no recuerda una mala palabra, ni siquiera por ser mujer. “La verdad es que me respetaban mucho”. Lo mismo dice de sus excompañeros. Eso sí, a modo de “chascarrillo”, cuenta que a los hombres les sorprendía “muchísimo” el hecho de que a ella le llamaran por su nombre y a ellos por su apellido. En la actualidad, Loza es la vicepresidenta del Comité Nacional de Árbitros en la Real Federación Española de Rugby. Casualidad o no, lo cierto es que es la primera mujer en ocupar ese cargo.