ENCUENTRO

Rodrigo Moreno, director de 'Los delincuentes': "El cine es un arte de otro siglo"

De paso por Madrid para presentar en Casa de América una retrospectiva de su obra, el director porteño habla con EL PERIÓDICO DE ESPAÑA sobre su cine y reflexiona sobre la situación de la cultura argentina en la era Milei

El director argentino Rodrigo Moreno, el pasado miércoles en Casa de América.

El director argentino Rodrigo Moreno, el pasado miércoles en Casa de América. / ALBA VIGARAY

"El cine viene sufriendo un deterioro del lugar que ocupaba. El que fuera el gran rey del siglo XX ha sido desplazado en el XXI por las plataformas y las series, que son las que ocupan el centro del audiovisual. Ante ese panorama, había dos caminos y, en mi opinión, el cine ha elegido el peor, el de parecerse a las series. El otro era el de ser fiel a ese lenguaje cinematográfico muy complejo y sofisticado que se fue formando a lo largo de más de cien años de historia", explica Rodrigo Moreno.

Miembro del llamado Nuevo cine argentino, el realizador se encuentra en Madrid para presentar una retrospectiva de su obra en Casa de América e impartir una clase magistral titulada Sobre la libertad y otros regocijos cinematográficos. "El cine que yo hago está en los márgenes porque, a cambio de la libertad a la hora de dirigir mis películas, estas no acostumbran a situarse en el centro de la escena", confiesa Moreno que, ajeno al fenómeno de los formatos breves, las series y los vídeos de TikTok, presentará además el viernes, el mismo lugar, Los delincuentes, un película de atracos sui generis de más de tres horas que, a pesar de la cada vez mayor escasez de salas, ha conseguido estrenarse en diferentes países y ha tenido muy buena aceptación por parte de distribuidores, crítica y espectadores. Actualmente está disponible en Filmin. "Creo que la razón ha sido que plantea la idea de que otra vida es posible. Después de la pandemia, la gente empezó a darse cuenta de que el tiempo que le dedicamos al trabajo nos aliena y nos impide hacer otras cosas. Creo que ha sido eso lo que ha provocado que los espectadores entiendan la película no como una respuesta a esos problemas, pero sí como un bálsamo".

"¿Tres años y medio en la cárcel o veinticinco en el banco?", le plantea uno de los personajes de Los delincuentes, empleado en una oficina bancaria, a su compañero de trabajo. Este dilema entre una existencia gris o la libertad, aunque sea a costa de un periodo de sufrimiento, parece haber sido ya resuelto en el campo de la creación artística por Moreno que, para poder dirigir sin trabas, no ha dudado en asumir también las complicadas labores de producción.

"La figura del director-productor en el cine argentino tiene larga data. Los años 30 y 40 fueron una época dorada, en la que hubo grandes estudios que imitaron el modelo de Hollywood y que convirtieron a nuestro cine en uno de los más importantes de Latinoamérica. Sin embargo, cuando se perdieron esos mercados, el cine argentino se replegó y surgieron obras más vanguardistas, como las de Torre Nilsson, que producía sus propias películas. Ese modelo fue el que después siguió Leonardo Fabio y otros muchos hasta llegar a Campanella, que también produce sus propias películas, aunque dispongan de presupuestos mayores y tenga que asociarse a, por ejemplo, canales de televisión para sacarlas adelante", explica Moreno que, si bien niega que pueda existir un cine totalmente independiente, encargarse de la producción le garantiza dos aspectos clave para desarrollar su trabajo. "El primero, la libertad de hacer las películas que quiero hacer; el segundo, las condiciones bajo las cuales quiero trabajar. Con ello no me refiero a que me pongan un puro y una silla con mi nombre como John Ford, sino decidir con cuánto equipo quiero trabajar, que suele ser pequeño, o ahorrar en infraestructura para, a cambio, tener un poco más de tiempo para rodar. En el fondo, es mi argucia para poder tener cierta autoridad sobre aquello que imaginé".

Acierto y error

Esta forma de concebir el cine hace que los rodajes de Rodrigo Moreno se acerquen a lo artesanal, que la disciplina recupere su condición de oficio creativo y que se aleje de ese concepto neoliberal acuñado recientemente y que concibe al cine como una "industria cultural". "Mi forma de trabajar enlaza directamente con la idea del error. Mientras que en cualquier otra disciplina artística que prescinde de la industria, como la pintura o el teatro, los fallos forman parte del proceso y pueden abrir nuevos caminos que hagan progresar ese medio, la industria en el campo de la creatividad anula la posibilidad de error. En el caso del cine, al director se le exige una total claridad sobre lo que va a hacer, sobre dónde va a ir la cámara, sobre cómo va a interpretar el actor… Es una idea promovida probablemente por Hollywood y su necesidad de que las películas se rueden en tiempo, forma y ya está. Sin embargo, ¿qué pasa con ese otro cine? ¿Cómo se producen esas otras películas? En esos casos, creo que el error es importante porque abre puertas a la imaginación".

A pesar de la buena disposición de Rodrigo Moreno hacia el error, el realizador es muy riguroso en lo que a la dirección de actores se refiere. En esos casos, nada de lo que se ve en pantalla está improvisado ni tiene fallos. "No me gustan las propuestas literarias de los actores, por lo que no les dejo que improvisen en el rodaje. Lo que sí hago es dejarles jugar en los ensayos. En esos casos, si aparece algo superador a lo que estaba en el guion, entonces lo reescribo. Con eso consigo que los actores se aprendan un texto al que han contribuido, que lo interpreten siendo ellos mismos —porque lo del perfil psicológico del personaje no me interesa—, pero que en ningún caso deja de ser un texto cerrado".

Nacido en Buenos Aires en 1972, la ciudad es otro de los elementos característicos del cine de Rodrigo Moreno. "No exagero si digo que ruedo para filmar la ciudad y captar ese instante único e irrepetible que sucede delante de la lente —reconoce—. Cuando necesito rodar en un transporte público, por ejemplo, no contrato un colectivo, sino que voy con la cámara y le pregunto al chofer. Muchos me dicen que no, pero, cuando uno me dice que sí, subimos y rodamos. Esa posibilidad de enarbolar ficciones en lugares reales me interesa mucho y, en ese sentido, Buenos Aires es el lugar donde se me ocurre ambientar todas esas situaciones. Como te decía antes, esta disciplina es un arte de otro siglo y, en ese sentido, al cine le quedan mejor unos escenarios que otros, que los personajes fumen a que no fumen, que los autos sea geométricos a que sean gordos o anabólicos. En definitiva, al cine le quedan mejor unas formas que ya están en extinción, aunque con ello no quiero decir que tenga una mirada nostálgica. Personalmente, no renuncio al mundo que me tocó vivir, solo trato de ver cuál es la mejor manera de vivir en este mundo".

Adiós a todo eso

Moreno habla en Madrid pocos días después de que el gobierno argentino, con Javier Milei a la cabeza, haya desmantelado del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), anunciase la venta del cine Gaumont —equivalente al Cine Doré de Filmoteca Española con una programación centrada en cine argentino—, y ponga en riesgo la financiación del Festival de Cine de Mar del Plata. Decisiones todas ellas que no solo dificultarán el trabajo de los realizadores de cine argentino, sino que afectarán a la cultura del país y a su imagen en el exterior.

"Con Milei se han ensanchado ciertos límites del incivismo, que ya se venían ensanchando con formas más subterráneas como, por ejemplo, las redes sociales. El problema es que, ahora, ese lenguaje de Twitter es parte del lenguaje oficial y, si el presidente es capaz de hacer eso, los que están por debajo de él pueden hacer lo que quieran. Si esto sigue así, creo que en los próximos años tendremos una sociedad más violenta. Eso, evidentemente, me preocupa como ciudadano, del mismo modo que me preocupa que no vayamos a tener una política pública como la que ha hecho que el cine argentino esté donde está".

"Antes, en los años 30 —continúa Moreno—, el mundo se organizaba de otra forma y había un lugar en el que las películas argentinas en español podían competir de igual a igual con otras. Ahora eso es imposible y, si no hay políticas públicas, no se le pueden disputar las pantallas al cine de Hollywood. A todo eso se suma el hecho de que no todo en la vida tiene que ser rentable ni productivo. La cultura, por ejemplo, no tiene que serlo pero, cuando sí lo es, tampoco tiene que valorarse en términos puramente económicos. Si yo conozco Irán, por ejemplo, es por haber visto las películas de Kiarostami porque, incluso cuando no quieres mostrar una ciudad o un país, por el mero hecho de rodar allí, esa realidad se filtra a través de la cámara. En nuestro caso, mucha gente conocía Argentina por su cine. Ahora ya no será así".