REPORTAJE

Ana María Moix, una escritora por redescubrir

Diez años después de su muerte, varios títulos rescatan la obra de una autora que fue mucho más que la hermana de Terenci Moix

Ana María Moix, fotografiada en su casa de Barcelona.

Ana María Moix, fotografiada en su casa de Barcelona. / EPE

Anna Maria Iglesia

"Si Terenci es nuestro Truman Capote, Ana es nuestra Françoise Sagan», sentencia Maruja Torres. Le cuesta creer que ya hayan pasado 10 años desde que falleció Ana María Moix (Barcelona, 1947-2014), 10 años a lo largo de los cuales su obra ha ido desapareciendo de los anaqueles de las librerías ante la ausencia de reediciones que preservaran su legado de la "gran prosista autora de Ronda de noche". "Uno de los grandes relatos de la literatura castellana de los últimos 30 años. ¡Ojalá alguien se anime a publicar sus relatos!", exclama Nora Catelli, responsable de la edición de Detrás del telón, donde rescata el texto de carácter autobiográfico y hasta ahora inédito que Moix escribió para el taller que impartió en julio de 2012 en Santander. Fue uno de sus últimos textos, junto a los artículos que semanalmente publicaba en Públic y que fueron recogidos en 2015 bajo el título de El present perdut.

Manifiesto personal fue el último de sus libros que vio publicado y en él se constata "la sensibilidad por los temas sociales y políticos que marcó sus últimos años de vida", recuerda Rosa Sender, con quien Moix compartió gran parte de su existencia hasta el final. Desde entonces, el nombre de Ana María Moix apenas ha aparecido en los catálogos de las editoriales. Sin embargo, las cosas comienzan a cambiar con la publicación de varios títulos, aparte de Detrás del telón: una reedición de Julia (Bamba), su primera novela; su poesía completa, a cargo de Andreu Jaume (Lumen), y Conversaciones en el tiempo (Amarillo), 29 entrevistas –a Gabriel García Márquez, Max Aub, Rosa Chacel, Ana María Matute, Salvador Dalí...– que realizó para Tele/eXprés.

Ni musa ni hermana pequeña

La publicación de estos títulos devuelve las obras de Moix a los lectores. Sin embargo, poner de nuevo en circulación sus libros no basta, es necesario que esta recuperación venga acompañada de una reivindicación que, sobre todo, deje de lado ciertos tópicos que han acompañado a la figura de Moix, a quien, como apunta Catelli en la introducción de Detrás del telón, se la ha encasillado "como musa de la Gauche Divine, niña precoz, hermana de Terenci". Precoz sí que lo fue, pero no es la precocidad lo que define su literatura. Lo que no fue es musa ni "hermana de". "La que vale es la nena", solía decir Terenci, recuerda Torres. "Tenía devoción por su hermana. La admiraba mucho y se querían mucho. Eran muy distintos: Ana, era todo lo contrario de Terenci, tímida, discreta, pero cuando hablaba te dejaba sin palabras por su inteligencia".

Ana, era todo lo contrario de Terenci, tímida, discreta, pero cuando hablaba te dejaba sin palabras por su inteligencia

Maruja Torres

— Escritora y periodista

Para Jorge Herralde, quien la define como "la mujer que todo lo sabía", la figura de Ana María "era indisociable de la banda de los seis, es decir, de Pere Gimferrer, Ramón [Terenci] Moix, Vicente Molina Foix, Leopoldo Panero y Guillermo Carnero". Sin duda los unía la amistad –"durante un tiempo, Gimfe y Ana mantuvieron una correspondencia que ojalá algún día se pueda publicar, pues las cartas que él le escribió son una preciosidad", cuenta Sender– y una complicidad literaria. Eso no fue excusa para que Ana María tomara "su propio camino", matiza su amigo Gimferrer: "Diría que ejercía mucha más influencia en Terenci que él en ella. Él tenía muy en cuenta todo lo que le decía; Ana María también, pero no de manera tan entregada como Terenci".

Sinceridad y desnudez

No hay mejor prueba de ello que la relación epistolar que Ana, como la llamaban muchos de sus amigos, estableció con Rosa Chacel. Conoció su obra gracias a Gimferrer, que, a su vez, había sabido de ella "leyendo el libro de Mara López sobre la narrativa española fuera de España". "En él, López hablaba bastante mal de Chacel –añade–, pero lo hacía de una manera que me hizo pensar que aquella autora debía ser muy interesante". También Gimferrer y Guillermo Carnero comenzaron a escribirle, pero fue la joven Moix con quien Chacel, que por aquel 1965 todavía estaba exiliada en Brasil, estableció la relación epistolar más intensa: "Las cartas de Ana María son de una sinceridad y una desnudez tales que, a veces, duelen. No porque hieran y ofendan a nadie, sino por lo que hay en ellas –¡y es mucho! – de pureza, de autenticidad, de confianza", apunta Ana Rodríguez Fisher en el prólogo de De mar a mar.

La joven Moix estableció una intensa relación epistolar con Rosa Chacel, que por aquel 1965 todavía estaba exiliada en Brasil

"Lo primero que leímos de Chacel fueron los cuentos. Luego, Memorias de Leticia Valle y Teresa», novela que entusiasmó a una Ana María, que aún no había publicado nada. "Pero ya tenía bastantes cosas escritas", puntualiza Gimferrer, que desde el inicio fue lector de casi todos sus manuscritos. "Empecé con algunos de sus cuentos y, a continuación, leí su poesía. Recuerdo un poemario en catalán que nunca llegó a publicarse y que, creo, no se conserva. Leí también El gran King, la primera novela que escribió y que no llegó a publicar". Este libro se quedó en proyecto, al igual que Cuca Fera y Monty no ha muerto. Eran los primeros textos de una autora que se estaba formando. "Era una lectora de literatura exquisita", recuerda Catelli, que conoció a Moix de la mano de Esther Tusquets y con quien coincidió en el jurado del Premio Femenino Lumen.

"Me descubría autoras constantemente. De hecho, uno de los primeros recuerdos que tengo es ella regalándome Bonjour tristesse", relata Torres. "Estaba muy entregada a la causa feminista y a la defensa de las mujeres escritoras. Por eso descubrió a tantas escritoras, muchas de ellas extranjeras, en parte gracias a su trabajo como traductora, y yo me beneficiaba de sus descubrimientos", prosigue Torres, para quien "Ana fue esencialmente un ser literario: se ganó la vida traduciendo y leyendo para editoriales. Nunca ganó un duro fuera del mundo de la literatura, porque la literatura era su vida. Siempre se la tomó tremendamente en serio".

Novelas autobiográficas

"Si Terenci escribió El día en que murió Marilyn, Ana escribió Julia", comenta desde el otro lado del teléfono Sender. Con solo un año de diferencia, los dos hermanos publicaron sendas novelas de corte autobiográfico, que se inscriben dentro del género del bildungsroman (novela de aprendizaje) y que retratan la Barcelona de los 50 y los 60. ¿Julia es Ana María? "En gran medida sí", confirma Sender. Se la emparentó, y se la emparenta todavía hoy, con Nada, de Carmen Laforet, aunque poco tienen en común. "Son 15 años de diferencia y estilos muy distintos: con Nada, Laforet se desprende de la literatura influyente castellana de su época y se saca de encima el realismo del XIX", apunta Catelli. Con Julia, por el contrario, Moix redefine el género de iniciación, en el sentido de que nos propone "una novela donde terminar la adolescencia y comenzar la juventud significa comprender que el mundo da muy pocas oportunidades, que el mundo es algo opaco y que madurar significa aceptar el fracaso. Además, Moix está más cerca de Gertrude Stein, de Françoise Sagan y de Corpus Varga que de Laforet".

Moix está más cerca de Gertrude Stein, de Françoise Sagan y de Corpus Varga que de Carmen Laforet

Nora Catelli

— Escritora y crítica literaria

La asociación con Nada refleja la ausencia de una lectura atenta de la obra de Moix, ausencia que aparece también cuando se piensa en Vals negro, quizá su obra más ambiciosa, como una novela histórica: "Se la consideró una biografía de Sisí, pero es todo lo contrario: es una construcción de voces alrededor de una figura prácticamente imposible de descifrar", subraya Catelli. "Pensó en hacer una novela similar a Vals negro pero con Bécquer –cuenta Sender–, pero se quedó en proyecto". En cambio, escribió algunas páginas, máxime un capítulo, de Cabo Chic, "una novela cuyo título aludía a su padre, una especie de Clark Gable de la calle de Ponent", y de otra sin título que comenzaba "con una vista sobre el cementerio y mezclaba vivos y muertos, realidad y alucinación", recuerda Gimferrer, destacando la excepcionalidad de aquellas pocas páginas.

Única poeta de los novísimos

De aquel poemario en catalán del que Gimferrer tiene algún recuerdo no se ha encontrado nada, pero en la edición de sus poesías completas aparecen dos inéditos. Por un lado, Palabras, que según explica Andreu Jaume, responsable del volumen, se trata de "un poemario escrito en 1966; es un libro perfectamente acabado, casi un único poema largo dividido en varias secciones". "Es una obra juvenil –añade–, pero me sorprendió por su fuerza lírica, su inventiva y la riqueza de las imágenes. Se nota la influencia de la generación del 27 –Vicente Aleixandre y Luis Cernuda, sobre todo– y también la de Gimferrer".

En efecto, Ana María conocía bien la poesía de su amigo Gimferrer, que la introdujo tanto en la generación del 27 como en la poesía en catalán. El otro inédito es Cancionero para una dama, poemario de principios de los 70, un libro no terminado con "poemas de factura muy clásica –sonetos, octavas reales– pero que abordan cuestiones amorosas, algo que Ana no había hecho nunca en su poesía publicada".

Si en narrativa sus maestras fueron Chacel y Matute, y sus referentes, Carson McCullers, Gertrude Stein, Juan Gil, Mercè Rodoreda y Corpus Varga, en poesía vemos a una lectora atenta de Alejandra Pizarnik, "decisiva para su madurez". Moix, dice Jaume, "empezó siendo una poeta vanguardista" y, aun así, nunca fue "una poeta convencional ni confesional. En ese sentido, participó de la estética de los novísimos, alejándose de la poesía social cultivada por la generación anterior, y también del poema que se identifica con la voz del autor".