Opinión | TRIBUNA

Feijóo y la clase política

El presidente el PP adopta en ocasiones la actitud de un 'outsider'

Alberto Núñez Feijóo

Alberto Núñez Feijóo / Iñaki Berasaluce

Preguntado por una cuestión de la política catalana en su última entrevista televisada, Feijóo respondió, tras un leve balbuceo, con una digresión. Es cada vez más frecuente que los políticos reaccionen a las preguntas de los periodistas, sin inmutarse, recurriendo al argumentario o yéndose por los cerros de Úbeda, esquivando el asunto. Pero este no es el caso. La pregunta no era especialmente incómoda y la respuesta de Feijóo no fue una mera divagación evasiva. Con pleno dominio de sus palabras, el líder popular hizo un giro en su contestación para afirmar con rotundidad que la política española actual es la peor de la democracia y que la clase política es en consonancia la peor de los últimos 45 años. No lo dijo una sola vez; lo reiteró poniendo énfasis en ello y, ante la interrupción de Susanna Griso, interesada en saber si incluía a su partido en la valoración, precisó de forma tajante que no hacía salvedades, aunque luego concluyera el excurso con una alusión a la diferencia que media entre el gobierno y la oposición.

El juicio emitido por Feijóo puede oírse repetidamente en las conversaciones que mantienen en su vida diaria los ciudadanos, pero en boca de un político de primera fila, que aspira a presidir el Gobierno, es insólita y resulta chocante. A pesar de haber cometido varios errores y deslices cuando ha referido datos, Feijóo se distingue por hacer declaraciones bien meditadas. Este carácter reflexivo, que tanto se agradece entre políticos que por lo general se expresan de manera idéntica a los papagayos, le lleva en ocasiones a adoptar la actitud de un outsider, como si él no perteneciera al gremio. Y el hecho es que no es un político cualquiera, sino el presidente del partido más votado, que dirige muchos gobiernos autonómicos y locales, y líder de la oposición y, por tanto, ejerce un gran poder de decisión sobre cargos públicos, candidatos, portavoces y el resto del personal político.

La confesión de Feijóo encuentra apoyo en la opinión pública española, reflejada en los barómetros del CIS. Los ciudadanos estiman por primera vez que la política en general es el principal problema del país y la consideración en la que tienen a los políticos está en mínimos históricos. No es una percepción particular de los españoles. Todas las democracias, de forma más o menos acusada, presentan los mismos síntomas de desaprobación, desconfianza y desafección hacia los actores políticos. Basta con echar una ojeada al panorama internacional para apreciar la tendencia creciente a poner a la clase política en la picota y la expansión a lomos del populismo de una actitud, la antipolítica, que denuesta sin contemplaciones la que otrora fuera actividad de prestigio.

En la mala fama adquirida recientemente la política ha influido un haz complejo de factores. Los españoles tenemos una larga tradición de relaciones difíciles con la política. Las redes sociales, a veces con la colaboración interesada de la televisión, ensucian la vida pública y contaminan la arena política. Los ciudadanos sienten que no cuentan para los partidos, que se han ido transformando en organizaciones cerradas cuyo objetivo es ganar elecciones y colocar a sus miembros en las posiciones de poder. La polarización ha introducido una dinámica en la que los electores, que deberían ser los mayores beneficiarios de la política, son enfrentados al servicio de los respectivos líderes. En fin, parece cierto que la mala política se ha adueñado de la gestión de nuestros asuntos. Nos vamos alejando de la promesa de la democracia representativa, consistente en elegir a los más cualificados e idóneos, los mejores, para el ejercicio del poder político. El comportamiento de los políticos no es el deseado y por eso cada vez un mayor número de ciudadanos se rinden a fórmulas autoritarias o tecnocráticas.

Feijóo es un político poderoso y tiene la oportunidad de hacer buena política. Tres asuntos de actualidad se ofrecen para demostrar que está dispuesto a dar ejemplo. Uno es el caso Koldo. La oposición cumple su función al pedir explicaciones, siempre que la motivación sea combatir la corrupción, hacer un buen servicio a la limpieza de las instituciones y a los ciudadanos, y no la de tumbar al Gobierno. Otro asunto es la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que negocian un ministro y un europarlamentario con la mediación de un comisario en Bruselas, cerca de donde el Ejecutivo y el PSOE celebran encuentros y pactos con Puigdemont, mientras las Cortes, faltando al encargo constitucional, se inhiben. Y, por último, Feijóo podría mejorar notablemente la política española si explicara con la claridad debida su propuesta para gestionar el problema catalán, que tantas energías está consumiendo. Conocido su firme rechazo a la amnistía, el PP aporta poco con su silencio.