Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA
De ‘La escopeta nacional’ a las mascarillas
Aquí la comedia costumbrista deviene tragedia. En lo peor del covid, los protagonistas del penúltimo episodio de corrupción muerden con mandíbulas de barracuda
En ‘La escopeta nacional’, la estupenda película de Berlanga, el actor José Sazatornil encarnaba a un vendedor catalán de porteros automáticos (Jaume Canivell) que apoquina una montería a unos gerifaltes franquistas con el fin de engrasar las bielas de un pelotazo. Las porteras solían ser fisgonas y los serenos de entonces, capaces de abrir la puerta al mismo Jack el Destripador a cambio de una propina, alegaba Canivell para colar su producto, mientras preparaba, sobre las brasas de la chimenea, unos ‘rovellons’ (níscalos) recogidos durante la jornada campestre. El yantar y el chalaneo congenian la mar de bien en estos pagos, pero los protagonistas del caso Koldo, el penúltimo episodio de corrupción, se desmelenaron en un restaurante asturiano de Madrid. En La Chalana, donde se colocaron micrófonos como en La Camarga de Barcelona, hoy reconvertida en la marisquería El Cangrejo Loco, se sirven centollos, bueyes de mar, nécoras hembra, cigalas que bailan la muñeira y gambas rojas, que los bellacos pagaron —craso error— con billetes de 500 euros, otrora llamados ‘Bin Laden’ (porque muy pocos lo vieron en persona). La primera ley natural del ‘trinque’ exige cautela, disimulo.
El dinero «al torpe hace discreto, hombre de respetar, / hace correr al cojo, al mudo le hace hablar», cantaba Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, mucho antes de que florecieran el 'Lazarillo de Tormes', el 'Guzmán de Alfarache' o la 'Celestina', excelsos personajes de la picaresca, género literario que tan jugosos frutos hizo brotar en este vergel. Será el compost católico, que todo lo perdona con un par de avemarías, y a otra cosa, mariposa. No lo sé. Pero si Lázaro le rateaba las uvas al ciego de dos en dos, lo hacía por hambre, por la imposibilidad de salir del fango, mientras que los ‘koldos’ y otros especímenes de su calaña practican el sablazo a degüello. Muerden con los músculos mandibulares de una barracuda. En plena pandemia. Con los cadáveres a espuertas. Y el empresario Juan Cueto, cuya firma obtuvo un beneficio de 9,6 millones de euros, tiene el cuajo de asegurar que trajo mascarillas (chungas) de China «en defensa» de los españoles. Completan el cartel de reparto el presidente de un club de fútbol de segunda división y un exportero de discoteca. Pero aquí la comedia costumbrista se transmuta en tragedia.
Por lo que respecta a José Luis Ábalos, exministro de Transportes y número tres del PSOE durante lo peor del covid, el juez acaba de señalarlo como «intermediario» en la supuesta trama. Si bien no figura como investigado en el procedimiento y tiene todo el derecho a defenderse, habría sido un gesto mucho más elegante renunciar al escaño de diputado, en la bancada que sea, sobre todo cuando tu partido ha hecho bandera de la lucha contra la corrupción. En lugar de usar el ventilador, hay que bajar al sótano con fregona y amoniaco. En el PP se frotan las manos; ellos, que rompen los discos duros a martillazos. Empieza el rock and roll, sí, un rock and roll que suena, por desgracia, a lata vieja.
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