Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

La libertad de estar preso en alguien

Al final, comprendemos que las "pobres criaturas" a las que alude el título son, en realidad, los hombres

Emma Stone, en 'Pobres criaturas'.

Emma Stone, en 'Pobres criaturas'. / ARCHIVO

Lo confieso: mis expectativas respecto a Pobres criaturas, la reciente película de Yorgos Lanthimos, eran muy bajas. A pesar de las excelentes críticas, se me ocurría que otra obra más sobre la emancipación femenina no iba a aportar nada nuevo, y que, además, iba a caer en la pretenciosidad.

Me equivocaba. Se trata de un filme tierno, profundo, divertido, magnífico también desde un punto de vista estético, al que no le sobra ni un minuto de los 141 que dura. La crítica la ha considerado una reinvención del mito de Frankenstein. Se desarrolla en Londres, en la época victoriana, pero con tintes fantásticos o surrealistas. La actuación de Emma Stone en el papel protagonista es impecable, y eso que no resultaba fácil. Ha tenido que ponerse en la piel de una mujer con cuerpo adulto que, sin embargo, posee el cerebro de una niña que va madurando y descubriendo el mundo a lo largo de la película. Su cuerpo pertenecía a una joven embarazada que se suicidó tirándose por el Puente de Londres. El extravagante doctor Godwin Baxter recuperó el cuerpo y le cambió el cerebro por el del feto. La bautizó como "Bella Baxter".

Aunque el argumento pudiera parecer sórdido, lo cierto es que los personajes son entrañables. De hecho, toda la película representa una oda a la inocencia. Bella, una criatura ingenua y sin prejuicios, sale de la casa del doctor Baxter, donde siempre ha vivido, y se interna en el mundo acompañada de un abogado vividor que quiere aprovecharse de ella. A pesar de sus salvajes aventuras sexuales con el abogado o de la época en la que trabaja como prostituta en un burdel de París, su inocencia sobrevive a todo. Se emociona con la música, se apasiona por la filosofía y llora amargamente al descubrir el dolor humano. Comprende que el más preciado de los tesoros es la libertad: la sexual, la intelectual, la sentimental... Reivindicar la libertad implica, a veces, ir en contra de todas las convenciones sociales.

Hay una reflexión sobre el amor, sobre cómo es imposible amar verdaderamente sin ser libre. Los personajes que más aman a Bella, el doctor Baxter y su ayudante, son los que le conceden más libertad. El amor no debería ser nunca una jaula, un motivo de represión, sino todo lo contrario. Nos cuesta mucho comprender esta sencilla verdad, porque a menudo tiende a confundirse el amor con la posesión. El personaje del abogado, por ejemplo, cree amar a Bella y busca poseerla, convertirla en su prisionera. Al final, comprendemos que las "pobres criaturas" a las que alude el título son, en realidad, los hombres.

Recuerdo un poema de Luis Cernuda que reza: "Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien / cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío". La paradoja de elegir, desde la libertad, una prisión, me parece fantástica para definir el amor. En la historia de la literatura, las metáforas carcelarias siempre se han asociado a lo amoroso. Inolvidable resulta, por ejemplo, aquella obra, Cárcel de amor, de Diego de San Pedro, publicada a finales del siglo XV. ¿Choca esto con la idea de amar en libertad que reivindica la película de Pobres criaturas? No lo creo. Es cierto que la metáfora de "estar preso" en el ser amado suena fatal en nuestra época; sin embargo, todos hemos podido sentirlo. El amor nos hace libres, pero también prisioneros de nuestro propio sentimiento. Aunque la idea de la dependencia emocional hoy es el demonio, lo cierto es que todos somos, en mayor o menor medida, dependientes emocionalmente de alguien. El miedo a perder a las personas que amamos nos empuja a serlo.

Antiguamente, amar en libertad era casi imposible. Existían los estamentos sociales infranqueables, los matrimonios concertados, los obstáculos de la religión… Sin duda, hemos avanzado, al menos en una parte del planeta. Yo no puedo aspirar a la absoluta independencia emocional, pero sí a no igualar el amor con la posesión. Si hago algo por amor, lo haré desde mi libertad, desde mi capacidad de elegir, no porque le deba nada al ser amado. De igual modo, no le exigiré que sea mi esclavo. No me gusta hablar de "medias naranjas", como si estuviéramos incompletos, sino de "almas gemelas". Dos almas que se encuentran en el mundo y que establecen una conexión única y especial. Una conexión que es algo más profundo que un fulgor o un deslumbramiento. Dice un famoso soneto de Shakespeare: "No es amor el amor que cambia siempre por momentos / o que a distanciarse en la distancia tiende. / El amor es igual que un faro imperturbable, / que ve las tempestades y nunca se estremece". Y así debemos contemplar el amor: como un faro que guía; jamás como una jaula.