Opinión | EDITORIAL

El 'no' de Netanyahu a la tregua

Los argumentos del primer ministro israelí incomodan a EEUU y chocan con parte de la opinión pública de su país 

Primer ministro Israel Benjamin Netanyahu

Primer ministro Israel Benjamin Netanyahu / EUROPA PRESS

Forma parte de la lógica de la guerra en Gaza el anuncio hecho por el primer ministro de Israel, Benyamín Netanyahu, de que rechaza la propuesta de tregua hecha por Hamás. No por previsible deja de ser un revés notable para Egipto y Catar, los mediadores en los sucesivos intentos de detener la matanza, de hacer posible el intercambio de rehenes en poder de Hamás y de prisioneros palestinos en cárceles israelís y de atender las necesidades más perentorias de los gazatís que se hacinan en la ciudad de Rafah. Es, asimismo, un revés indirecto para el secretario de Estado de EEUU, Antony Blinken, que por quinta vez ha viajado a la región sin doblegar la voluntad de Netanyahu de seguir en la guerra hasta la derrota completa de Hamás, un objetivo que se antoja inalcanzable a la mayoría de expertos.

El argumento del primer ministro de que una tregua en tres fases de 45 días cada una, tal como ha propuesto Hamás, sería tanto como dar alas a la organización islamista, choca con el sentir de una parte importante de la opinión pública israelí, que teme por la suerte que pueden correr los rehenes. Mientras, todas las encuestas vaticinan un descalabro del Likud, el partido de Netanyahu, cuando se pongan las urnas, y se da por poco menos que imposible la posibilidad de rescatar al centenar de rehenes mediante el descubrimiento y ocupación de los túneles en los que se presume que se encuentran. Incluso hay conocedores de la situación que van más allá y auguran que una operación de estas características pondrá en grave riesgo la vida de los secuestrados.

Incluso entre los países árabes más moderados y afectos a la estrategia de seguridad de Estados Unidos en la región es cada día más difícil aceptar la prolongación sine die de la guerra y el parte de bajas palestino. Mientras Netanyahu aventura que el final de la guerra, una vez liquidada Hamás, precipitará el reconocimiento de Israel por muchos de los socios de la Liga Árabe que aún lo han hecho, Arabia Saudí se ha ocupado de subrayar durante los últimos días que el establecimiento de relaciones no será posible si no hay un alto el fuego sin fecha de caducidad. Hay en Riad, pero también en El Cairo y Amán, la impresión de que la calle árabe, sometida al férreo control de regímenes autoritarios, puede estallar en cualquier momento y sumar a la crisis en curso otras de índole local, movilizadas las sociedades árabes por el castigo colectivo infligido a la comunidad palestina.

El elemento más contradictorio de esta situación es que Estados Unidos, el primer valedor de Israel y que mantiene una alianza con Arabia Saudí, Egipto y Jordania, se ve obligado a implicarse en la crisis de forma más explícita cada día que pasa a causa de la resistencia de Netanyahu a aceptar un final negociado de la guerra. No es la primera ocasión en que la Casa Blanca se encuentra en una situación de dependencia de las decisiones que toman los gobernantes israelís, pero sí la vez en la que tal realidad quiebra su conocida voluntad de reducir su presencia en Oriente Próximo después de décadas de actuar en la región como un poder tutelar. Y todo ello en mitad de los primeros episodios de la campaña electoral presidencial, con el voto joven y el voto árabe cada vez más alejado de Joe Biden, incapaz de matizar su apoyo a Israel.