Opinión | EL CUERPO EN GUERRA
Ahora, la vida
Pasadas las fiestas, volvemos a la vida real, la de estar aquí y ahora rodeados de problemas y sin dulce suficiente que lo aplaque
Pasadas las fiestas, volvemos a la vida real, la de estar aquí y ahora rodeados de problemas y sin dulce suficiente que lo aplaque, que lo de «o me come el amor / o me muero esta noche de bombones» -versos del poema ‘Disyuntiva’ de Juana Castro- ya no vale, porque no podemos permitirnos más bombones, que tenemos esfuerzos más grandes que hacer económicamente, que hemos dado todo lo que hemos podido (en todos los sentidos) estas navidades y... ¿Ahora qué? «Ahora, la vida», contestaría la Ana de siempre en una de sus frases lapidarias propias de pesimista patológica (¿o acaso simplemente realista?).
Hasta para mí resulta difícil agarrarme a ese axioma ahora, por mucho que entienda que es el más adecuado para este enero, para el año que comienza sin pena ni gloria, con ilusiones rotas o desbordantes, al que nos agarrábamos como salvación de... algo. ¿Pero cómo se salva una de la ola de destrucción que emana de sí misma, que sólo aplaca esa gata que duerme en nuestra cabeza o la vibración del móvil previa a un mensaje de apoyo de nuestros amigos? Nos agarramos a esas dos cosas muy fuerte. Y seguimos. Es lo único que cabe hacer. ¡Ah! Y nos forzamos a la ingesta de alimento, aunque nos apetezca hacer huelga de hambre, que el cuerpo necesita energía para toda la lucha interna que en él se sucede. De hecho, nos forzamos mucho más que cuando el dolor.
Quisiéramos de un tirón dormir meses enteros y despertar con la herida algo más cicatrizada, siendo la nueva versión de una que las circunstancias requieren pero... No. Sabemos que tenemos que presenciar cada lucha y cada llanto para llegar a esa nueva Ana que ese «ahora, la vida» esconde. No tengo miedo. Nunca me ha asustado lo terrenal, lo humano; sólo lo sobrenatural o pensarme en medio del universo. Lo demás, «la vida». Y a ello, junto a ese «también esto pasará» me aferro para encarar estos comienzos sobre arenas movedizas o a este suelo cubierto de canicas sobre el que he caminado tantas veces.
Ahora, mirarnos en el espejo y ver una nueva versión de una misma, crecer (más aún por dentro), recuperar canciones... creer en una misma muy fuerte con los dientes apretados. Y recordar que aprendimos a montar en bici y que subiremos esa enorme cuesta empinada. Y miraremos atrás y estaremos orgullosas de haberla subido, despacio, con algunas caídas, moratones, rozaduras y lágrimas pero sí, la subiremos. De eso va la vida ahora, ¿no?
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