Opinión | VERDIALES

El falso espejo de la estética machista

Es absurdo, y muy nocivo, que la apariencia exterior, ese falaz ideal de belleza, defina quiénes somos, nos dé identidad

Jodie Foster y Annette Bening, en la última edición de los Globos de Oro

Jodie Foster y Annette Bening, en la última edición de los Globos de Oro / EPE

No es la primera vez que escribo sobre ello. Lo he contado, valiéndome de la narrativa, que es el mejor espejo y también el refugio más efectivo, al menos en dos ocasiones. Una de ellas, en una novela, usando una primera persona ficticia que hubo quien malinterpretó como real. La otra, en un pequeño ensayo, este sí construido desde esa primera persona del singular que es personal y por tanto política.

En los dos casos, ese ejercicio memorístico, uno anclado en la ficción y el otro en mi propia vida, me sirvió para verbalizar, mediante la palabra escrita, mi condición de enferma mental, un hecho del que sin embargo he hablado poco, muy de puntillas, a veces desde una cierta frialdad que sólo busca camuflar el miedo, con las personas que han intentado enseñarme a quererme bien, sin hacerme daño.

Hace unas semanas, sin ir más lejos, una amiga de esas que es más familia que otra cosa, que me conoce desde hace ya casi dos décadas, me confesó que le sorprendió descubrir, a través de la lectura de Las formas del querer, lo que viví durante el tiempo en el que, a finales de 1997, estuve ingresada en un hospital debido a la anorexia que me diagnosticaron poco después de la muerte de mi madre. Lo dijo con tristeza, con ese brillo en los ojos que muchas veces precede a las lágrimas. Le dolió saber que había pasado por eso y, sobre todo, tener conciencia de ello, verdadera conciencia, gracias a las páginas de un libro.

Ella, que es médico de atención primaria y ejerce su profesión, su oficio, con compasión y empatía, pues es su único credo, profesional y vital, sabe que los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) suelen acompañar al paciente que los sufre prácticamente toda su vida, que sí hay tratamiento, pero quizás no cura, y es importante no perder de vista esa cronicidad invisible, no darle importancia, pero sí tenerla presente, no olvidarla.

Supongo que por eso nunca me ha hablado de mi aspecto físico. Ni siquiera ha comentado nada sobre si tengo o dejo de tener buena o mala cara. Jamás me ha dicho “¡Qué delgada estás!” o "Has perdido peso". Y eso yo, que hoy, 26 años después de empezar a convivir con esta enfermedad, soy todavía incapaz de mirarme desnuda en el espejo y llevo todo ese tiempo sin pesarme, lo agradezco y lo valoro como un gesto de cuidado y de amor.

Advertencia

Pero, una vez más, me veo, con esa perspectiva contradictoria de la autoría, distante y aun así subjetiva, escribiendo acerca de mi TCA, y lo hago por necesidad, como llamada de atención y advertencia. Lo dije en redes sociales unos días atrás: “Nunca le digáis ‘estás más delgada’ a alguien que padece un trastorno de la alimentación”. No me referí al “estás más gorda” por razones obvias y evidentes para todo aquel sensibilizado con este tipo de enfermedades mentales basadas en la restricción alimentaria con el objetivo de perder peso.

A la Navidad le siguen siempre las “dietas milagro”, una expresión disparatada, un dislate gramatical, ya que los milagros no existen

Me sorprendieron las respuestas que tuve, pues me daban la razón, sí, pero iban un paso más allá y pedían extender ese ruego a cualquier persona; es decir, no hacer alusiones al aspecto físico de nadie en ninguna circunstancia. Se trata de una costumbre dañina que tiene su origen en ese matriarcado que nuestras abuelas sólo pudieron ejercer de puertas adentro y que nosotras, especialmente nosotras, hemos heredado sin cuestionar su pertinencia, la seguimos practicando, y sufriendo.

Reflexión aparte merece lo absurdo y nocivo de que la apariencia exterior, ese falaz ideal de belleza, defina quiénes somos, nos dé identidad, si bien es una circunstancia más compleja de lo que parece, que hunde sus raíces, incluso, en el capitalismo salvaje. La dictadura de esa estética retrógrada y machista que concibe a las mujeres como objetos, nos cosifica, es tan vieja casi como la propia sociedad, pero es en fechas dadas a los excesos, gastronómicos y de todo tipo, en las que más se manifiesta.

A la Navidad le siguen siempre las “dietas milagro”, una expresión disparatada, un dislate gramatical, ya que los milagros no existen. Pero la causalidad sí, igual que la justicia divina, por eso en la ceremonia de los Globos de Oro del pasado domingo Jodie Foster y Annette Bening brillaron en el escenario sin necesidad de disfrazarse y, al día siguiente, Sofía Vergara le dijo unas cuantas verdades, incómodas y a la cara, a ese afamado presentador que ejerce su señoría desde su poltrona televisiva.

Dos circunstancias esperanzadoras, sin duda, aunque comparto la reflexión que, a propósito de esto y de todo lo demás, hizo en su perfil de Instagram la dramaturga y directora teatral Lucía Carballal: “Me ha saltado esta foto -la de Foster y Bening en los mencionados premios- y me ha hecho imaginar una industria en la que las actrices no estén obligadas a representar una idea de belleza (sea normativa o diversa o lo que sea), que pudieran ocupar el espacio simplemente como profesionales, en general: la interpretación como una disciplina más también en cuanto a esto y qué tipo de dinámicas/películas surgirían más a menudo a partir de ahí”. Ojalá algún día nos atrevamos a usar la imaginación para transformar la realidad.