Opinión | VERDIALES

Propósitos

El 1 de enero es una página en blanco en la que no hay tachones y los borrones sólo pueden ser para cuentas nuevas

El confeti invade Times Square, en Nueva York, en una celebración de Nochevieja

El confeti invade Times Square, en Nueva York, en una celebración de Nochevieja / EPA

No es algo que me pase mucho. Sólo algunas veces me sucede. Y por eso tal vez lo valoro tanto como para reflexionar sobre ello, aunque no sepa muy bien, ni muy mal, si tiene algún significado, más allá del que yo quiera darle. Voy a la materia, que es puramente onírica. Se trata de sueños que tengo, si bien están muy relacionados con la vida, con la mía, al menos y, de todos modos, ya conocen las palabras de Calderón.

Suele ocurrirme, es cierto, cuando estoy inquieta. Y esa intranquilidad es muy literaria, pues se debe a que no encuentro el tema, la anécdota o el sentimiento desde el que me interesa escribir, dejarme llevar y acabar contando la historia que realmente quería. Son días en los que ando con la cabeza como una olla a presión: donde debería haber pájaros gorjeando, que es la manera más libre de imaginar, hay demasiadas preocupaciones, algunas justificadas y otras meras obsesiones. Imposible, como el equilibrio, dar rienda suelta a ese trino que debe inventar sin que abrume ni desafine. Encefalograma plano, y que me perdone la comunidad médica por la licencia.

Así me acosté hace un par de días, bastante agobiada, además, porque a las inquietudes personales se añaden las profesionales, el trabajo pendiente. “No sé de qué escribir”, le dije a L. Al llegar a ese estado, suelo transmitirles mi ansiedad creativa a ella y a P. Las respuestas de una y otra son tan dispares como sus caracteres. “Escribe del roscón de Reyes”, me dijo L. la última vez. “Escribe de la Iglesia”, me sugirió P. en esa misma ocasión.

Ensoñación

Pocas veces les hago caso, en eso. Pero esa noche, antes de quedarme dormida, justo después de dejar sobre la mesilla la novela de Daniel Remón que acababa de terminar, L. dijo algo que se quedó flotando en mi mente: “El año que viene quiero que sonrías más”. No la contesté pero, al cabo de un rato largo, supongo, pues quién sabe cómo medir el tiempo de la ensoñación, lo hizo mi imaginación, ya que tuve un sueño en el que escribía un artículo (este) sobre los propósitos del año que, en breve, por fin, comenzará.

En el año que empieza sonreiré más, me mimaré, me daré caprichos, me querré mejor y dejaré que me atiendan

Llegué a ponerle el punto final, incluso, y recuerdo sentirme satisfecha con el contenido, tanto por el fondo como por la forma. Pero al despertar fui incapaz de acordarme de una sola de las palabras elegidas por los Oniros para aliviar mi angustia y evitarme la vigilia. No es una excepción. Como digo, me ha pasado más veces. He llegado a escribir, en sueños, arranques o partes de capítulos, diálogos entre personajes, cuestionarios para entrevistas, y siempre con el mismo resultado: amnesia al abrir los ojos.

Página en blanco

Frente a la desazón suelo optar, también hoy, por la página en blanco, que es lo que representa el 1 de enero. No hay ese día, aún, tachones y los borrones únicamente pueden ser para cuentas nuevas. Olvidado lo soñado, me comprometo a hacer todo lo posible para cumplir el deseo de L., ese es mi principal propósito de año nuevo: sonreír más. No es tan difícil.

También quiero seguir cuidando de los demás, pero sin desatenderme. Todo lo malo sucedido en 2023 ha hecho que me haya olvidado de que siento y padezco tanto o más que los que me rodean. En el año que empieza me mimaré, me daré caprichos, volveré a quererme cuanto puedo, que no es mucho, pero menos es nada, y dejaré que me atiendan. Aspiraré a mirarme de nuevo al espejo sin miedo a verme de cuerpo entero, sin temor a ver reflejada a la mujer que soy, orgullosa de serlo.

Procuraré expresar lo que siento sin recurrir exclusivamente a la literatura. Hablaré más y, así, sufriré, espero, algo menos. Intentaré cederle el control a la vida, sabiendo que yo nunca lo tuve y jamás lo tendré. Escribiré, escribiré y escribiré, como me dice que haga una amiga estupenda que no se parece a Elena Ferrante aunque, como ella, sea una gran autora. Seguiré construyendo ese hogar en el que la familia no es sólo la biológica, sino la que tú te haces. Aprenderé a decir que no. Dudaré. Me equivocaré. Cometeré errores. Y todo lo haré sin dejar de sonreír. Feliz año.

P.D.: Al 2024 P. le pide que haga más caso a sus sugerencias temáticas.