Opinión | INVESTIDURA

El PP en la oposición

La difícil tesitura de ser el partido más votado y perder el Gobierno

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, durante un acto del PP contra la amnistía.

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y la secretaria general del PP, Cuca Gamarra, durante un acto del PP contra la amnistía. / Ricardo Rubio / Europa Press

Gobierno y oposición forman el dúo que hace funcionar una democracia. Es una prueba del pluralismo político que caracteriza a toda sociedad, una condición indispensable para someter la acción del poder ejecutivo al necesario control político y permite, llegado el caso, el relevo en la dirección de un país. Sin la existencia de una oposición no es posible la democracia. De manera que la oposición debe ser reconocida, respetada y tratada con especial deferencia. Claro está, siempre que la oposición sea democrática y cumpla con su función. Ante la amenaza o el peligro que implica una oposición que se propone destruirla, la democracia debe activar todas las defensas con el fin de asegurar su continuidad.

En principio, son los ciudadanos quienes a través del voto expresan sus preferencias y efectúan el reparto de papeles. Pero ocurre en ocasiones, en una democracia parlamentaria como es la nuestra, que el escrutinio electoral no decide de modo inequívoco esa suerte y la responsabilidad se traspasa a los grupos políticos. No ha sido el resultado arrojado por las urnas, sino los pactos de la izquierda con los partidos nacionalistas los que han decretado, de acuerdo con el procedimiento establecido en la Constitución, que el PSOE se encargue de gobernar, dejando al PP en la oposición. Es la primera vez que el partido que ha ganado las elecciones generales en España no gobierna. El hecho merece ser discutido, pero no cabe apelar a ningún precepto legal que lo desautorice.

El PP se encuentra en una difícil tesitura. Siendo el partido más votado, siente que se le ha arrebatado el gobierno mediante una maniobra desleal y oscura que pone en riesgo el orden constitucional. El esfuerzo del partido por asumir el revés e interiorizar cuanto antes el papel de oposición es loable. No tardaremos en saber si, además, la línea política por la que ha optado es la acertada. En las circunstancias políticas actuales, su objetivo no puede ser otro que la ampliación del apoyo electoral recibido en julio, con la vista puesta en el acceso a La Moncloa. En una entrevista concedida durante la campaña electoral, Feijóo proclamó su propósito de convertir al PP en el gran partido del centroderecha, moderado, abierto y reformista. Él mismo se presentó en Madrid para liderarlo, encarnando ese espíritu. Ahora, acaba de anunciar que el PP hará una oposición «proporcional y proporcionada» a la acción del Gobierno, que considera, quizá con razón, el más radical que ha tenido España desde la Transición. Y, para ello, ha formado en la portavocía del grupo parlamentario del Congreso, un equipo compuesto por diputados que se han distinguido por su retórica doctrinaria y afilada.

La estrategia diseñada por Feijóo se orienta a disponer de una mayoría electoral y parlamentaria más abultada. Persigue la absorción a Vox de votantes que un día lo fueron del PP, con la intención de que el partido de la ultraderecha, que por momentos parece tentado a abandonar el juego democrático, no sea un obstáculo en su camino al poder. En apenas unos meses, cuando se celebren las elecciones gallegas, vascas y europeas, podrá realizar un primer balance. Hasta entonces, nos espera una fase de enfrentamiento frontal entre el gobierno y la oposición, con la amnistía y el problema catalán por medio, asuntos que atizan la polarización política al máximo.

Pedro Sánchez se mueve constantemente, cambia de opinión o de posición a su antojo, para desconcierto de su interlocutor, su audiencia o sus adversarios"

Ejercer de oposición hoy en la política española no es tarea fácil. El gobierno no es un objetivo fijo. Pedro Sánchez se mueve constantemente, cambia de opinión o de posición a su antojo, para desconcierto de su interlocutor, su audiencia o sus adversarios, achica el espacio a sus rivales, salta sin reparo entre las reglas escritas y no escritas de la democracia y se escabulle habilidosamente de las instancias de control, el parlamento, la prensa, la judicatura y la administración. El trato con líderes que exhiben un estilo personalista y populista no se atiene a pautas convencionales, estables y previsibles. El PP está en el dilema de actuar como Pedro Sánchez o practicar una oposición democrática impecable y pulcra. Sus primeros movimientos indican que es presa de la indecisión, aunque abundan los gestos que presagian una etapa de política turbia.

El PP podrá aducir que el Gobierno no le deja otra opción, pero lo que desean los españoles es que los políticos sean transparentes, les inspiren confianza y seguridad, y que la oposición sea rigurosa en su misión de controlar al ejecutivo y les proponga con claridad un programa, en actitud conciliadora y cooperativa, en beneficio del país entero.