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Cuando todo es posible

La confusión domina el panorama político, el Estado español es hoy una incógnita

Pedro Sánchez, con militantes del PSOE en Ferraz

Pedro Sánchez, con militantes del PSOE en Ferraz

Existe, por fin, una mayoría parlamentaria para la investidura de Pedro Sánchez, que recibirá el voto favorable de siete grupos políticos. El candidato ha comparecido en la presentación pública del acuerdo suscrito por el PSOE con Sumar y el PNV, y ha evitado la foto con ciertos dirigentes. El apoyo de Bildu resulta llamativo, pues es el único que se produce sin que haya constancia alguna de una negociación previa. En unos casos los periodistas han tenido la oportunidad de preguntar a los portavoces y en otros la prensa solo pudo tomar nota. Las explicaciones han sido parcas y poco claras, dado que los puntos más importantes de los acuerdos remiten a negociaciones posteriores. Se ha percibido en general una complicidad entre los firmantes, pero salvo en Yolanda Díaz, con el gesto contrariado de Podemos, no ha habido muestras de entusiasmo, sino más bien de distancia y desconfianza.

El pacto con Junts, en particular, había levantado grandes expectativas para la polémica. Y el documento no ha defraudado. Contiene acuerdos y, sobre todo, desacuerdos que alimentarán durante mucho tiempo una controversia que promete estar llena de asperezas. Puigdemont tampoco faltó a la cita. En su declaración posterior, firme y rotunda, afirmó que solo el parlamento catalán pone los límites a su acción política. Negó haber cometido ningún delito, se complació en proclamar que no tenía ninguna necesidad de pedir perdón y concluyó diciendo: "mantenemos la posición". El líder independentista osciló con calculada ambigüedad entre la unilateralidad y el pacto. Acepta una negociación, no un mero diálogo, y capciosamente traslada al estado español la responsabilidad de demostrar al nacionalismo catalán que sus aspiraciones pueden ser satisfechas por la Autonomía, sin necesidad de formar un estado independiente. En todo caso, en la etapa que se inicia espera conseguir logros irreversibles para Cataluña.

El PSOE arriesga, midiendo sus pasos con mucha cautela. Cada acuerdo es una lista de concesiones políticas y económicas. Los catalanes y vascos consideran que el estatus político de nación es reconocido y elevan sus pretensiones al nivel correspondiente. Sus comunidades autónomas establecerán relaciones bilaterales con el Estado, que en los primeros meses de la legislatura se verán sometidas a un ritmo trepidante de mesas y reuniones, de las que han de salir avances verificables. Aunque en el pacto con Junts manifiesta sus discrepancias y se reserva la decisión final, el hecho es que ha rubricado un acuerdo sobre la amnistía, la creación de instancias bilaterales, un mediador internacional, una política exterior de Cataluña y País Vasco, además de otros compromisos de menor alcance, y ha admitido que en una futura negociación se discuta la soberanía fiscal de Cataluña, la transferencia de un volumen enorme de recursos públicos y la convocatoria de un referéndum de autodeterminación.

Pedro Sánchez consigue así lo que quería, como si no le importara otra cosa, de tal manera que parece inmune al reproche social en aumento que sufre su partido, a la tensión que se vive en la calle y a la voz de las encuestas, que coinciden, también la última del CIS, en ampliar la ventaja del PP en la evolución del voto. Una vez investido, será de nuevo dueño de la situación. Habrá cerrado el paso al PP, podrá disfrutar del ejercicio del poder y manejará la agenda, el calendario, los tiempos y el resorte decisivo de la convocatoria electoral, si bien en esta legislatura deberá estar mucho más pendiente del estrecho marcaje de los nacionalistas, que ven llegada su hora.

El pacto del PSOE con los nacionalistas catalanes ha sido calificado de acuerdo histórico, aunque hasta los mismos autores, recelosos y conscientes de las dificultades, dudan de su vigencia temporal. La formación de los gobiernos vasco y catalán tras las respectivas elecciones autonómicas, y el resultado de las europeas, elecciones propicias para castigar al gobierno de turno, serán pruebas de fuego para Pedro Sánchez. Puede que la duración de la legislatura se decida tanto en la ejecución de los acuerdos como en la negociación pendiente de los desacuerdos. Es razonable que nadie se atreva a hacer augurios. La confusión domina el panorama político y la incertidumbre es máxima. El Estado español es hoy una incógnita. El PSOE ha abierto la puerta a que pueda suceder cualquier cosa, incluso que la legislatura termine como ha empezado. Pero conviene no olvidar que la sesión de investidura se celebra con la finalidad de elegir al presidente del Gobierno de España, que tiene la función de dirigir la política interior y exterior del Estado. La resolución del conflicto planteado por independentistas vascos y catalanes es un asunto distinto, que habría que abordar en otras circunstancias.