Opinión | EL OBSERVATORIO

Aviso de pacto

Gobernar es la idea fija de Pedro Sánchez, el objetivo que da coherencia a su trayectoria política

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz durante la firma del acuerdo de gobierno.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz durante la firma del acuerdo de gobierno. / José Luis Roca

El mismo día que en las páginas de algunos periódicos se hablaba de dudas y nervios en las filas socialistas y se volvía a especular con una repetición electoral, Pedro Sánchez defendió la amnistía como la única opción que permitía a la vez impedir un gobierno reaccionario y la continuidad de la coalición de izquierdas. Nombrando la palabra maldita con todas las letras, alegó que era una petición de 56 diputados y, aunque admitió que se trataba de una decisión discutible, propuso hacer de la necesidad, virtud. Pedro Sánchez reconoció que el PSOE no podría gobernar sin el voto de los nacionalistas catalanes y vascos, pero para justificar la medida de gracia esgrimió el consabido argumento de recuperar la normalidad política de Cataluña y la convivencia entre los españoles. En su intervención, pronosticó que muchos catalanes iban a sentirse más españoles. A los miembros del Comité Federal de su partido debió resultarles convincente, porque cuando les pidió apoyo y confianza, todos, según apuntan las crónicas con la sola excepción de los manchegos, se levantaron y aplaudieron.

El líder socialista se muestra seguro de que va a presidir el Gobierno desde el momento en que supo el resultado de las elecciones. Yolanda Díaz ha asegurado en la presentación conjunta del acuerdo del PSOE con Sumar que llevaban tres meses de negociación. Sin embargo, Armengol aún no ha recibido la señal para fijar la fecha de la investidura. Los ciudadanos, ayunos de información, experimentan sensaciones variables provocadas por los mensajes cifrados que emiten los interlocutores nacionalistas, recordando sus reclamaciones. Mientras, los socialistas acatan el silencio impuesto. Pedro Sánchez ha anunciado que los afiliados al PSOE podrán pronunciarse durante una semana sobre el acuerdo con Sumar y las conversaciones con los nacionalistas, pero lo harán sin conocer el contenido de la negociación, los términos del posible pacto ni la extensión y los efectos de la amnistía.

Gobernar es la idea fija de Pedro Sánchez. Y para ello está dispuesto a aprovechar la mínima oportunidad que se le presente. Es su principal objetivo, el que da coherencia a su trayectoria política, por encima de la indisimulada volatilidad de sus opiniones y posicionamientos, y no cede ante las dificultades. La pretensión de formar gobierno con el apoyo condicional de los independentistas está en coherencia con el "no es no", el acceso al poder mediante la moción de censura de 2018 y las dos elecciones anticipadas que convocó posteriormente. Ahora lo intenta tras haber sido superado por Feijóo, si bien con una desventaja mínima, y viéndose obligado a hacer más concesiones de las que quisiera a los nacionalistas, todo con tal de evitar una sentencia electoral que podría suponer el fin de su carrera en la política nacional. 

La apuesta de Pedro Sánchez es arriesgada para él y para su partido. Ofrece progreso, convivencia y estabilidad, pero no será fácil que lo consiga. La sociedad española está profundamente dividida en torno a la amnistía y la cuestión catalana. Los gestos con los que el Gobierno español busca el reencuentro no son correspondidos por los independentistas con la misma disposición conciliadora. La coalición de izquierdas se esfuerza por integrarlos en la política española, en tanto que ellos ven en la presente coyuntura, que describen como de "crisis de régimen", una ocasión propicia para que sus comunidades autónomas respectivas sean reconocidas como naciones y puedan ejercer el derecho de autodeterminación. Los españoles dudan, con el fundamento que da la experiencia pasada y reciente, de que se obtenga la conformidad de los actuales partidos nacionalistas con cualquier fórmula de reparto territorial del poder y cunde el escepticismo entre ellos. La percepción de que la política comprensiva y generosa del Estado solo ha servido de incentivo para que los nacionalismos sigan actuando de la manera que lo vienen haciendo, fortaleciendo sus estructuras y aumentando sus demandas, está muy extendida.

Por otro lado, el Gobierno dependerá del respaldo constante de una coalición parlamentaria formada por numerosos partidos, unos con escasas afinidades ideológicas y otros con fuertes tensiones internas. Además, los socios nacionalistas competirán en el plazo de un año entre sí y con los partidos del Gobierno en elecciones autonómicas muy disputadas. Visto el desenlace del 1 de octubre de 2017 en Cataluña, es aventurado fiar la estabilidad de la política española a Junts y ERC. Pero Pedro Sánchez ha optado decididamente por gobernar y, en consecuencia, no tiene más remedio que arriesgar.