Opinión

Dos claves

La investidura depende de Junts, pero la cuestión catalana está en manos del resto de los españoles

Manifestación contra la negociación con ERC y JxCat para la investidura

Manifestación contra la negociación con ERC y JxCat para la investidura / MARTA PÉREZ

El trámite de la investidura no se está haciendo totalmente de acuerdo con las reglas y los usos de nuestra democracia. El Rey ha interpretado correctamente su papel, su primera propuesta fue votada, y rechazada, y la segunda sigue su curso. Pero la presidenta del Congreso tiene sobre la mesa el nombre de un candidato desde el día 3 y aún no ha puesto fecha a la sesión, a la espera de una indicación del candidato, dando abusivamente por supuesto que dispone del plazo entero establecido para la tramitación de esta o cualquier otra propuesta. Según el portavoz de ERC, su grupo inició los contactos para la investidura de Pedro Sánchez el mismo día después de las elecciones, como es posible que hiciera el resto de los partidos nacionalistas. Sin embargo, estos no acudieron a las consultas de Zarzuela. En los últimos días, tuvo lugar la puesta en escena de la negociación formal, en la que participaron todos los grupos, excepto Vox, por decisión expresa del líder socialista. Unos comparecieron ante la prensa, aunque sin facilitar novedad alguna, y otros optaron por emitir un comunicado.

La opacidad, más que la discreción, envuelve las conversaciones. Da la impresión de que la formación del nuevo gobierno se dirime en tratos privados entre los partidos y que estos procuran evitar la intromisión de los ciudadanos. Esto obedece en primer lugar a la prudencia que impone la categoría de los asuntos que son objeto de negociación. También se debe al hecho de que la confluencia de las izquierdas y los nacionalismos periféricos para forjar una mayoría parlamentaria no es un producto natural de afinidades políticas preexistentes, que las hay, pero básicas y circunscritas, sino de la necesidad de un pacto que permita a los firmantes, aun mirándose de reojo y por encima de la profunda desconfianza que se manifiesta entre ellos, ejercer el poder y perseguir sus respectivos fines. Y, a fin de cuentas, a la relación tan desequilibrada que mantienen los políticos con los ciudadanos, que en España se acentúa, provocando cinismo y desafección, dos actitudes contraindicadas para la buena salud de la democracia.

Lo acontecido durante la semana nos aboca a varias conclusiones. Una, preliminar, se presenta en forma de dilema: o resulta investido Pedro Sánchez o hay elecciones. La posibilidad de un acuerdo entre el PSOE y el PP parece definitivamente descartada. Otras dos tienen más enjundia. La primera apunta a que la decisión está en manos de Junts. La seguridad que intenta transmitir Pedro Sánchez de que será investido revela únicamente su empeño en serlo. Y lo tiene a su alcance. Sumar anda perdida por la escena política, pero no se duda de su colaboración para renovar la coalición de izquierdas. Cuenta con los votos de Bildu, que está obteniendo a cambio además de reconocimiento, un recurso de gran valor pensando en las próximas elecciones vascas, un potente altavoz para difundir su idea de la deseada república vasca, y que le ofrece su apoyo con tal de evitar un gobierno de la derecha. ERC, el PNV y el BNG han hecho pública su buena disposición, poniendo cada uno sus condiciones, que el PSOE podrá satisfacer sin problema. La dificultad se concentra en Junts, que no acaba de apearse de las exigencias planteadas por Puigdemont, entre ellas el derecho de autodeterminación, infranqueable para los socialistas. De manera que el acuerdo solo será posible si los separatistas catalanes renuncian a su principal objetivo. De lograrlo, Pedro Sánchez se anotaría su mayor éxito político. Pero a la vez, si no consigue rendir al recalcitrante Puigdemont, corre el riesgo de cosechar un gran fracaso.

El voto negativo de Junts nos llevaría directamente a las urnas, en circunstancias poco favorables para el PSOE. Y conviene no olvidar que el PP ganó las elecciones de julio. Ese resultado es imborrable y volvería a cotizar en el mercado electoral. Los socialistas encaran una negociación de extrema complejidad, con síntomas de malestar interno, mientras vigilan las corrientes de la opinión pública. Los españoles son muy sensibles a los asuntos que se discuten y están muy divididos al respecto. La ruidosa presión del PP, que promete no conceder tregua, sobrepuesta al silencio del PSOE, momentáneo pero sepulcral, contribuye a que la negociación sea vista con recelo. Se percibe un deslizamiento hacia posiciones que expresan disconformidad. El intento de Pedro Sánchez es políticamente cuestionable por diversas razones de mucho peso y una operación de alto riesgo para el PSOE. Basta mirar sin anteojeras a la sociedad española para darse cuenta de ello. Tendemos a olvidar que la otra clave de la cuestión catalana está en manos del resto de los españoles.