Opinión | EL TRIÁNGULO

Estrangulada durante el grito del "se acabó"

Los asesinos no entienden de movilizaciones institucionales, ni ciudadanas, e imagino el desdén con que debía recibir a esas mujeres cantando que su mundo era otro

Una empleada de la limpieza trabaja en el inmueble donde se ha detenido al presunto agresor de la muerte por apuñalamiento de Tatiana, de 25 años, y su hija, de cinco.

Una empleada de la limpieza trabaja en el inmueble donde se ha detenido al presunto agresor de la muerte por apuñalamiento de Tatiana, de 25 años, y su hija, de cinco. / EFE/DANIEL GONZÁLEZ

La misma tarde de las manifestaciones contra la violencia de género, en el mismo momento en el que las mujeres salían divididas a manifestarse según su corazón era más violeta o rojo, a Leiticia, su marido Antonio la estrangulaba bajo la mirada de dos niños de dos y tres años. En esa casa, en las últimas horas es probable que se escapara por el sonido de la tele o la radio el "se acabó" de la campaña institucional del Ministerio de Igualdad. No debió pensar que en su caso iba a ser tan literal y terminar con su vida justo esa tarde.

Los asesinos no entienden de movilizaciones institucionales, ni ciudadanas, e imagino el desdén con que debía recibir a esas mujeres cantando que su mundo era otro. Él sabía que no era verdad, que además de la fuerza del mal tenía la del arma en su mesilla, y el coro de aquellos que niegan que la violencia de género existe, que antes todo era mucho más sencillo porque ellas no abandonaban el hogar, aunque te pegaran lo normal. Leticia no se iba a separar, ya se iba a ocupar él de no permitírselo.

Al día siguiente, de madrugada, Jhoel Anthony, absuelto por maltrato en 2020 acuchillaba a Tatiana, su exmujer, y a la niña de 5 años, en su casa también, en la misma que la amenazó otras veces, en la que estuvo protegida un tiempo por la Policía municipal, pero él salió absuelto judicialmente, porque hay tanta denuncia falsa, hay tantas mujeres que se aprovechan de la desigualdad de las leyes de género que dejan a los hombres en una situación insostenible.

Es tan difícil controlar la ira ante tanta desigualdad de derechos, que Jhoel la asaeteó hasta la muerte, y después a por su hija, que también es culpable de la inquina con la que es tratado. Le clavó un arma blanca en el cuello, así de negro, así de salvaje por ser hija de su madre y sobre todo por ser hija de un asesino. Esta crueldad se repite día tras día, a veces terminan en muerte, y las vamos contando una a una en cada concentración, pero las más de las mismas en una tortura continua de la que huir no es fácil.

El sistema de denuncia, protección y custodia se ha roto por algún lado porque no hay suficiente personal y recursos para proteger a tantas mujeres y niños en riesgo. Porque manifestarse y recordar no devuelve la vida a nadie, porque no pueden estar las concentraciones protagonizadas sólo por mujeres, porque el enfado es tan importante que hasta escuchar a María Jiménez cantar el Se acabó me irrita. No se ha terminado nada, cada vez hay más denuncias y el mensaje que se lanza cada vez que el sistema falla, cada vez que un juez se equivoca es que no estás segura, y es que muchas veces es así.