Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

El elefante de plata

Unos niños ven un ordenador.

Unos niños ven un ordenador. / PEXELS

Todos hemos tenido un amor –o varios– en la infancia. Si no real –todo lo real que puede ser a esa edad–, al menos platónico. A mí me gustaba un compañero de clase, pero me cuidé mucho de que nunca se enterara; más bien al contrario. Fui incluso antipática. En realidad, mi actitud era una forma de autodefensa; la timidez me hacía vulnerable y me aterrorizaba la idea de que, al mirarme, todos supiesen lo que sentía así que decidí levantar una barrera de fingida indiferencia.

Cuando cumplí diez años, celebré una fiesta en casa y aquel niño vino con un regalo que nunca olvidaré. Era un colgante de plata con forma de elefante. Al dármelo, me dijo: “Si te gusta, bien, y si no, también”. Creo que se hacía el duro y que, en el fondo, le daba un poco de vergüenza. Yo lo cogí como quien coge un puñado de pipas y le di las gracias sin mirarlo a los ojos, como si apenas me importase. Lo cierto es que el corazón me palpitaba muy rápido y deseaba con todas mis fuerzas que mis mejillas no estuvieran rojas. En mi afán por demostrar indiferencia hacia aquel colgante y el chiquillo en cuestión, lo guardé muy bien, tan bien que no volví a acordarme de dónde lo había guardado.

Las cosas no siempre ocurren así. Hay niños más extrovertidos que no tienen apuros en desvelar sus sentimientos y, tal vez, vivir un primer e inocente amor. Y no les importa que otros coetáneos se burlen de ellos, porque a esas edades el amor suele resultar vergonzoso. Siempre hay niños valientes, como los protagonistas de Vidas pasadas, la primera película de Celine Song que está en cartelera desde hace unas semanas. La joven directora coreano-canadiense se inspira en su propia biografía para construir la historia de Nora y Hae Sung, dos niños coreanos que son compañeros de clase y viven una tierna relación de amistad y amor platónico, porque ambos se gustan y son conscientes de queel otro le corresponde. Nora incluso se lo confiesa a su madre, afirmando, muy convencida, que “va a casarse con él”.

Pero su familia decide emigrar a Canadá y debe serpararse de Hae Sung. Hay una escena de la película en el que la cámara enfoca el momento en el que toman caminos distintos y se dedican una aparentemente fría despedida, “que te vaya bien”, aunque en sus miradas se leen todos los sentimientos que no exteriorizan. Las miradas, los silencios y los gestos son fundamentales en este filme en el que las cosas importantes no se expresan con palabras.

A partir de entonces, aquel amor inacabado, nunca llevado a la práctica, se convierte en idealización. Ni Nora ni Hae Sung pueden olvidar al otro, a pesar de que la distancia se impone con su aplastante realidad. Deben continuar sus vidas con aquel recuerdo. Y en este punto muchos nos sentimos identificados, porque cualquier amor que no haya llegado a realizarse, que haya permanecido en el terreno difuso de la expectativa, se transforma en algo imborrable, se cubre con el manto evanescente y precioso del tiempo. Todos nos preguntamos qué habría pasado si…

… Si pudiera volver a esa última noche, mirando las estrellas desde la cubierta del barco. Aquel chico italiano y yo, en silencio, intuyendo que nos gustábamos sin atrevernos a dar el primer paso. Hubiera sido imposible, porque vivíamos en países diferentes y hablábamos idiomas distintos. Ya no éramos niños; teníamos veinte años, una edad similar a la de Nora y Hae Sung cuando se reencontraron virtualmente y continuaron su particular relación de amistad con tintes amorosos a distancia. Durante un tiempo, al menos.

¿Qué sucedería si, pasados muchos años, nos reuniéramos con un antiguo amor platónico, siendo ya adultos? Ese es el conflicto de la película, cuando Hae Sung visita a Nora en Nueva York, a pesar de saber que ella está casada con un escritor norteamericano. Los viejos amigos hallan, intacto, ese pequeño mundo solo les pertenecía a ellos, cuando eran otras personas. Pero el tiempo ha pasado inevitablemente, ya no son los mismos. Surgen reflexiones acerca del amor, la madurez, los sueños no cumplidos y el destino. La directora traza, delicada y poéticamente, ese universo sentimental que conecta a Hao Sung, a Nora y al marido de Nora. A veces, el espectador se queda con ganas de una mayor profundidad en la historia, pero el regusto que subyace al salir del cine es tierno, conmovedor.

Aquel chico italiano al que conocí en un crucero protagonizó durante años relatos, poemas y sueños. Ahora comprendo que apenas sabía nada de él, pero el recuerdo me conmueve, igual que me conmovería encontrar un día, sin buscarlo, el elefante de plata en el que intenté esconder mis sentimientos.