Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Que viene el lobo

En caso de que Sánchez gobierne, lo hará democráticamente, nos guste o no, porque los pactos entre partidos son posibles en nuestro sistema democrático

Manifestación multitudinaria contra la amnistía en la Plaza de Cibeles de Madrid

Manifestación multitudinaria contra la amnistía en la Plaza de Cibeles de Madrid / FERNANDO ALVARADO

En su magnífico ensayo «¿Por qué habla tan alto el español?», León Felipe lo justifica desde un punto de vista lírico: «Hablamos a grito herido y estamos desentonados para siempre, para siempre, porque tres veces, tres veces, tres veces tuvimos que desgañitarnos en la historia hasta desgarrarnos la laringe». La primera, según el poeta, fue cuando descubrimos el continente americano y tuvimos que gritar «¡Tierra!». La segunda, el día en que Don Quijote –personificación del idealismo– se echó a los caminos para gritar «¡Justicia!», a pesar de las burlas del mundo. En cuanto al tercer grito, explica: «Fue el que dimos en la colina de Madrid, en el año de 1936, para prevenir a la majada, para soliviantar a los cabreros, para despertar al mundo: ¡eh! ¡Que viene el lobo!».

Pero toda precaución fue poca, porque el lobo vino y trajo en sus fauces una oscuridad que se extendió durante cuarenta años, y todavía hay quien vuelve la cabeza y niega que existiera. Todavía hay quien habla a susurros, en vez de afirmar, en voz alta y clara: España vivió bajo el yugo de una dictadura.

Por eso, lo que ha ocurrido estas últimas semanas debería parecernos escalofriante. Más allá de que estemos a favor o en contra de la amnistía –un tema en el que ahora no voy a entrar, pero que daría para mucho– o de que hayamos o no apoyado a Pedro Sánchez en las urnas, hay dos cuestiones inamovibles: la primera es que, en caso de que Sánchez gobierne, lo hará democráticamente, nos guste o no, porque los pactos entre partidos son posibles en nuestro sistema democrático. Y hay que recordar que los mismos partidos que critican ahora este punto se han beneficiado en otras ocasiones de él. La segunda es que nada justifica la reivindicación de sistemas dictatoriales como el nazismo o el franquismo. Manifestarse pacíficamente es un derecho, pero no deberíamos tolerar concentraciones como las que han tenido lugar en diferentes sedes del PSOE en España –antes de la manifestación oficial–, con grupos neonazis y ultras que han provocado detenciones y decenas de heridos. En Madrid ha sido especialmente terrible. Energúmenos agitando banderas con el aguilucho franquista, llevando simbología nazi y exigiendo otro «alzamiento nacional», agrediendo a periodistas o a mujeres en Plena Gran Vía al grito de «putas», por haberles recordado que la bandera del águila bicéfala es anticonstitucional.

¿De verdad no nos aterra, como sociedad, el descarado y agresivo exhibicionismo de estas ideologías radicales? ¿De verdad la historia no nos ha enseñado nada? Precisamente, creo que ahí está el problema. Lo he dicho muchas veces y no me cansaré de repetirlo: España necesita reforzar su Ley de Memoria Histórica. El desconocimiento y la ignorancia en este terreno son los peores ingredientes, los que desembocan en altercados como los vividos en los últimos días o en otros aún peores. ¿Podríamos imaginar escenas como estás en otros países europeos?

E insisto: no se trata de estar de acuerdo, a la fuerza, con la ley de amnistía. Somos muchos los que tenemos discrepancias –especialmente con la amnistía fiscal– y no nos da por salir cantando el «Cara al sol». Lo que están consiguiendo los radicales es, precisamente, la asociación de esa discrepancia con su postura antidemocrática. Como si no fuera posible la reflexión o la crítica respetuosa –y dentro de esa crítica incluyo las manifestaciones pacíficas–. ¿Por qué ocurre en nuestro país que cada vez que se juzga negativamente la decisión de un dirigente de izquierdas resurge, como una maldición, el fantasma del franquismo, que es algo que debiera repugnarnos independientemente de nuestra ideología?

El viernes pasado acudí a uno de los escasos cines madrileños donde se proyecta El maestro que prometió el mar, la película de Patricia Font basada en la novela homónima de Francesc Escribano que cuenta la historia de Antoni Benaiges, el maestro catalán que intentó hacer felices a los niños de Bañuelos de Bureba (Burgos). Su laicismo, sus artículos socialistas y, sobre todo, el idealismo –ese idealismo tan quijotesco– fueron las únicas razones que encontraron los franquistas para asesinarlo vilmente en 1936, como hicieron con tantos otros maestros republicanos. Estas obras que muestran la realidad de lo que vivió nuestro país en aquellos años debieran ser mucho más conocidas, en vez de quedar relegadas a dos o tres salas de cine. Quiero creer que, si algunas de las personas que aún reivindican la dictadura se informarán de lo que realmente fue, jamás volverían a defenderla. Tal vez de esa forma no habría que advertir de nuevo, con un grito, «que viene el lobo».