Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Lo impensable

Creemos ciega y equivocadamente en el sentido común de los seres humanos

La loca de los gatos

El conejo blanco

Daños causados por los bombardeos de Israel en Gaza.

Daños causados por los bombardeos de Israel en Gaza. / Europa Press

Me cuesta pensar en la guerra como una realidad. No entiendo que en pleno siglo XXI, en la era de la comunicación, rodeados de avances tecnológicos, algunas naciones se sigan matando entre ellas por no ser capaces de llegar a un acuerdo pacífico o democrático. Desarrollamos cuestiones tan complejas como la inteligencia artificial y continuamos atentando contra los derechos humanos. ¿Existe mayor sinsentido?

Si imagino una guerra, casi me parece ver a los soldados cabalgando, empuñando sus espadas. O a aquellos con un fusil al hombro, protegiéndose tras las barricadas, con una carta de su amor escondida en el pecho. Luchando contra los nazis o contra los franquistas, mientras Madrid o Berlín se descomponen en bombardeos y en algunos refugios subterráneos se bailan fox-trots o tangos para olvidar.

La guerra parece propia del pasado. Y sin embargo, mientras escribo esta inútil reflexión, decenas de personas mueren al mismo tiempo en diferentes puntos del planeta; la Franja de Gaza, Ucrania, Yemen, Siria… Tal vez incluso alguna de esas personas muertas habrá consultado unas horas antes su teléfono móvil, habrá escrito un whatsapp o redactado un correo electrónico. Personas reales, habitantes del presente. El presente y la guerra; el presente y la muerte.

Hace dos años, cuando comenzó el conflicto entre Rusia y Ucrania, los medios de comunicación insistieron sobre la posibilidad real de una hipotética Tercera Guerra Mundial. Se publicaron reportajes escalofriantes sobre el lanzamiento de bombas atómicas y el consecuente “invierno nuclear”. Si no muriéramos por las bombas, lo haríamos debido a un enfriamiento global, porque la luz del sol quedaría opacada por una enorme nube de polvo, resultado de la actividad nuclear. Los seres vivos dejarían de realizar la fotosíntesis, y ellos constituyen el eslabón más bajo de toda la cadena trófica. Sería el primer paso para la extinción de la vida en la Tierra.

De repente, la realidad se asemejaba demasiado a una novela de ciencia ficción. El destino de la humanidad dependía de las decisiones de uno o varios psicópatas. Y tuve miedo. Esto me condujo a reflexionar también sobre otras cosas impensables, como la pandemia de Covid-19. ¿Quién hubiera podido imaginar la situación que vivimos en 2020? Cuando oímos hablar de las epidemias de peste o de gripe española, no nos sorprenden: eran cosa del pasado, la medicina no había evolucionado… Pero no ahora, que se investiga con células madre. Sin embargo, el mundo se estremeció y la primavera vibró intacta por detrás de nuestros cristales.

El 18 de julio de 1936, Federico García Lorca se empeñó en celebrar su santo con su familia en Granada. Ese día estalló la Guerra Civil. Si hubiera permanecido en Madrid, probablemente habría sobrevivido. Pero resulta muy complicado imaginar que la realidad va a dar un giro de 360º, que en unas pocas semanas vas a ser fusilado junto con un maestro de escuela y dos banderilleros, cuando hace poco viajabas a Cuba y a Nueva York y tocabas el piano en la Residencia de Estudiantes. Las personas que vivieron la Guerra Civil o la Segunda Guerra Mundial eran gente normal, gente habitante de aquel presente, que pensaría algo parecido a lo que ahora pensamos: ¿cómo es posible esta situación en pleno siglo XX, cuando acabamos de inventar el cine sonoro, el aire acondicionado y el televisor?.

Creemos ciega y equivocadamente en el sentido común de los seres humanos. Sabemos que existen la ambición y la lucha por el poder, pero damos por hecho que hay ciertos límites que se respetan, por ejemplo, el de la vida, y la presencia de conflictos armados en nuestra época constituye una demostración de nuestro error. En la Antigüedad y la Edad Media, las guerras estaban a la orden del día, eran la forma de configurar el mundo y resolver los problemas políticos. ¿Pero ahora? Ahora nos seguimos matando, aunque esa idea nos sobrecoja y nos extrañe a los que no la estamos viviendo en primera persona. El progreso no nos resguarda de nada: ni de desastres naturales ni de locuras humanas. Amanece, que no es poco, diría José Luis Cuerda. El filósofo David Hume ya planteó esta cuestión, intentando llevar al extremo su principio de causalidad: que siempre haya amanecido no asegura que mañana vaya a amanecer.

Cuando leo en la prensa las noticias acerca de la guerra entre Israel y Palestina, me vuelven a la memoria aquellos versos de Ángel González: “la guerra ha comenzado, / lejos –nos dicen– y pequeña / –no hay de qué preocuparse–, cubriendo / de cadáveres mínimos distantes territorios, / de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños...”.