Opinión | EL OBSERVATORIO
Nosotros somos ellos, y ellos, nosotros
El mundo está más ensimismado que nunca en un contexto donde la solidaridad global es urgente y necesaria, ya no solo por convicciones éticas y morales, sino por puro pragmatismo
"¿Cuántos niños muertos más podemos soportar?, ¿cuántos niños polvorientos desesperados buscando a sus padres entre los escombros de Gaza podemos soportar?, ¿cuántos secuestros e imágenes de muerte y destrucción más podemos aguantar?". Con estas tremendas preguntas retóricas abría Àngels Barceló el programa de radio 'Hoy por hoy' hace unas semanas. Podríamos añadir otras: ¿cuántos seres humanos (muchos de ellos niños) ahogados en el mar somos capaces de digerir?, ¿cuántas mujeres asesinadas por la violencia machista somos capaces de tolerar?, ¿qué más tiene que pasar para que reaccionemos de una vez? Bajo estas preguntas emergen diferentes elementos que de una forma gráfica y desgarradora describen el tiempo que nos ha tocado vivir.
Hoy más que nunca, necesitamos una sociedad empática, capaz de ponerse en el lugar del otro
En primer lugar, la dificultad de saber cuántas son las víctimas de los conflictos. De distinguir con claridad cuál es la verdad, si es que existe una, en un mundo cada vez más polarizado plagado de desinformación y fake news. Lo hemos vivido recientemente en la guerra desatada tras la invasión rusa de Ucrania y lo vemos hoy en Oriente Medio cuando la mayoría de instituciones internacionales, incluida Naciones Unidas y las organizaciones de periodistas se ven incapaces de verificar de forma clara e independiente las cifras de víctimas que el Gobierno de Israel o Hamás publicitan, en lugares como Gaza, que continúa inaccesible a los informadores extranjeros, y donde los periodistas palestinos corren un grave peligro por hacer su trabajo. En segundo lugar, la dificultad de respuesta de una sociedad abrumada, que se moviliza en mucha menor medida y de forma menos transversa que en otros conflictos pasados como la guerra de Irak, abrumados por las crisis encadenadas y confundidos por el ruido excesivo y permanente y por las estrategias populistas para evitar la respuesta. Sumemos también la fragmentación de los mandatarios mundiales, cada vez más polarizados, cuya acción contundente y unitaria ante la vulneración del derecho internacional brilla por su ausencia y deja impotente y gravemente herido al sistema multilateral (el único que hoy por hoy tenemos), a pesar del llamamiento desesperado del secretario general de Naciones Unidas cuyos trabajadores han sido recientemente también bombardeados. Por último, una solidaridad decreciente si la medimos en términos cuantitativos por el volumen de recaudación de fondos muy inferiores respecto a otras crisis, según las organizaciones humanitarias.
El mundo está más ensimismado que nunca en un contexto donde la solidaridad global es urgente y necesaria, ya no solo por convicciones éticas y morales sino por puro pragmatismo. Si algo nos debía haber enseñado la pandemia es precisamente a estar seguros de que nadie estará a salvo si no lo está todo el mundo, por lejanos que parezcan los otros. El mundo en el que hoy vivimos debería habernos convencido ya de que el conflicto en Ucrania, además de muertos y destrucción para quienes lo viven en primera persona, trae graves consecuencias económicas globales, en el abastecimiento energético de una parte importante de Europa, de inflación y déficit de cereales y pienso en todo el mundo con sus terribles consecuencias. Sin duda, además de un insoportable balance de muertos, la guerra en Oriente Medio traerá consecuencias irreparables para la seguridad y la estabilidad de todo el mundo, además de volar por los aires decenas de años de consenso humanitario internacional. Nada es casual, existe un interés emergente por deshumanizar los conflictos, y con ello dejar de generar empatía, para tomar distancia y mirar hacia otro lado. Siempre hay alguien que saca tajada económica y política de estos contextos.
Pero no todo es negativo, en este momento incierto y oscuro existen luces de quienes desde su responsabilidad púbica y a pesar de las amenazas de los extremistas, son capaces de ofrecer acogida a los seres humanos que llegan a Canarias, bajo la premisa de que nosotros somos ellos (como decía hace pocas semanas el alcalde de Mérida). A pesar de todo, existen periodistas dispuestos a hacer preguntas incómodas y a jugarse el empleo, y la vida, por informar. Existen ciudadanos activos y solidarios movilizándose sin fin contra la injusticia. Porque lo cierto es que, hoy más que nunca, necesitamos una sociedad empática, capaz de ponerse en el lugar del otro, y de saber interpretar que el cambio climático, la inflación, las pandemias y las crisis económicas de hoy solo se resolverán bajo el prisma de que nosotros somos ellos, y ellos, nosotros.
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