Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA
Estupidez artificial
Me asusta mucho que haya alguna vez una máquina con miedo al semejante, una máquina capaz del racismo, del machismo
Espacio vacío
Creer y odiar
En este sur que habito y que me habita llamamos ‘agüita calaera’ a lo que en Galicia es orballo y en Euskadi txirimiri, es decir, esa lluvia fina, apenas perceptible, que sin embargo lo acaba empapando todo. Y así, como un txirimiri, como un orballo, como un agüita calaera, día a día vamos sabiendo más de eso que ha dado en llamarse ‘inteligencia artificial’ y que muchos vaticinan que acabará imponiéndose sobre los seres humanos y controlando el mundo, en el caso, no improbable, de que no esté pasando ya.
En estos días hemos sabido que la inteligencia artificial ya puede hacer lo que se dijo que sería imposible que alguna vez hiciera. Hasta ahora pensábamos que la capacidad de las personas para aprender un concepto e interrelacionarlo con otros era un rasgo exclusivo de nuestra inteligencia y que las máquinas nunca alcanzarían a hacerlo, que esta capacidad humana era una barrera insalvable para la inteligencia artificial, que nunca sería capaz de establecer estas conexiones. Pues ya puede y, al parecer, con resultados similares e incluso superiores a los de los humanos. Ya es un presente, una realidad diaria, la IA en nuestras vidas, y cada día va ganando más terreno hasta que acabe empapándolo todo.
A mí me preocupa mucho todo esto, cada día más. A fuerza de imitar la inteligencia humana temo que la inteligencia artificial acabe también reproduciendo la estupidez humana, que es, como dicen que dijo Einstein, lo único infinito. Me asusta mucho que haya alguna vez una máquina con miedo al semejante, una máquina capaz del racismo, del machismo, una máquina capaz de la violencia, de bombardear niños y ancianos, de masacrar adolescentes en un concierto, máquinas dispuestas a agarrar un rifle automático y entrar en una bolera disparando indiscriminadamente.
Se nos va a ir (se nos ha ido ya) de las manos esto de la inteligencia artificial (como se nos va de las manos casi todo), y acabaremos construyendo máquinas con la capacidad de volverse tan estúpidas como nosotros y hacer daño, como nosotros. De todo ese esfuerzo inmenso que estamos haciendo para que las máquinas aprendan a pensar quizás conviniese destinar una parte a que los humanos también lo hagamos, que ya va siendo hora.
Porque nos están metiendo en la cabeza así, como si fuese un txirimiri, un orballo, un agüita calaera, que muy pronto las máquinas serán tan maravillosas que harán lo mismo que Leonardo, que Mozart, que Velázquez y que Federico García Lorca, pero no nos advierten si no acabarán también haciendo lo mismo que Hitler, que Stalin, que Netanyahu o Ismail Haniya. Y me lo temo, me lo temo, me lo temo.
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