Opinión

Segundo Nobel a las mujeres iranís

La determinación de la resistencia femenina contra el régimen merece que esté presente y no se olvide

La activista iraní Narges Mohammadi.

La activista iraní Narges Mohammadi. / EFE

Es significativo que el Premio Nobel de la Paz haya recaído en una mujer iraní aunque ya fuese galardonada en 2003 la abogada Shirin Ebadi, responsable del Centro de Defensa de los Derechos Humanos de Teherán. La decisión del Comité Noruego del Nobel de conceder el galardón de este año a la activista en derechos humanos Narges Mohammadi resulta coherente con la importancia y la repercusión internacional que ha alcanzado la lucha de las mujeres en ese país. Con su decisión, el comité ha querido resaltar la determinación de las mujeres iranís en su movilización en pro de la vida y de la libertad, pese a la represión sufrida por parte del régimen teocrático de Teherán.

Condenada en una farsa de juicio que solo duró unos minutos a una pena de 18 años y ocho meses y a sufrir 150 latigazos por un supuesto delito contra la seguridad nacional, Narges Mohammadi es un símbolo de la represión del Gobierno iraní y de la resiliencia de las mujeres de su país ante ella. Su condena, dictada el día la muerte de la activista Mahsa Amini, detenida por no llevar el velo de acuerdo a las normas establecidas, se produjo por denunciar las torturas y la violencia sexual que se produce en las cárceles iranís contra las mujeres, en el libro La tortura blanca. Mohammadi, de 51 años, está detenida en una cárcel, donde padece problemas cardiovasculares y neurológicos, y no quiso apelar la sentencia para poner de manifiesto la arbitrariedad de un régimen que se ceba con especial virulencia contra las mujeres.

Entendemos que este Premio Nobel de la Paz va destinado a las miles de mujeres iranís comprometidas y represaliadas que protagonizaron masivas manifestaciones a raíz de la muerte de Amini. Constituye una condena internacional y una presión sobre el régimen de los ayatolás para que dejen en libertad a Mohammadi y a otros activistas detenidos que podrían alcanzar, según algunas organizaciones de derechos humanos, los 20.000.

En los últimos años, el Nobel de la Paz ha tenido a menudo un valor universal, de premio a quienes defienden la libertad desde situaciones especialmente difíciles, en Rusia, China, en países árabes y en otros lugares. En ese sentido, es de resaltar que la presidenta del comité que lo otorga, Berit Reiss-Andersen, haya advertido de que la democracia se encuentra en declive en varios países. Muchos otros de los 351 candidatos que habían sido nominados merecían recibir el premio, en su condición de activistas por los derechos humanos, en particular algunos que luchan por los derechos climáticos, cada vez más relevantes.

El nombramiento de Narges Mohammadi continúa compensando también el sesgo de un Nobel de la Paz que solo ha recaído hasta ahora en 19 mujeres, de los 140 galardonados. Este sesgo se ha empezado a corregir en los últimos 20 años y el comité noruego ha acertado, sin duda, en nombrar a una mujer. Lo más probable es que el régimen de Teherán no se dé por aludido (aunque el premio quizá sirva de escudo ante nuevas vejaciones), pero la distinción constituirá un apoyo a todas aquellas mujeres que popularizaron el lema Mujer, vida, libertad en muchas ciudades iranís y que consiguieron con ello conquistar parcelas de libertad importantes pero frágiles que requieren la atención y el apoyo de la comunidad internacional.