Opinión | EEUU
Caos en el Capitolio de Estados Unidos
El sector conservador clásico del Partido Republicano asiste impotente a los retos del trumpismo
La destitución de Kevin McCarthy como presidente de la Cámara de Representantes, provocada por la facción más recalcitrantemente trumpista del Partido Republicano, es el último episodio de la nada soterrada batalla interna que se libra desde hace meses en el apodado Gran Viejo Partido, provocando esta vez un insólito bloqueo legislativo. Nunca antes en la historia de Estados Unidos la tercera autoridad del país había corrido la suerte de McCarthy, con la paradoja añadida de que el impulsor de la iniciativa, el torvo Matt Gaetz, y otros siete representantes ultras necesitaron que la minoría demócrata de Cámara contribuyera con sus votos al éxito de la operación. Sin que, por lo demás, se den mayores coincidencias entre el ala ultra republicana y la bancada demócrata que el deseo de esta última de ajustar las cuentas al ‘speaker’ después de que pusiera en marcha la maquinaria del ‘impeachment’ contra Joe Biden.
La debilidad de McCarthy fue una realidad desde su elección en enero después de 15 votaciones y de que hiciera un sinfín de concesiones. Para la ultraderecha era solo cuestión de tiempo echarle de la presidencia, y la ocasión se presentó cuando el último día de septiembre se aprobó una prórroga del presupuesto hasta el 17 de noviembre que evitó el llamado cierre del Gobierno. McCarthy desempeñó un papel esencial en el acuerdo bipartidista, incluidas las condiciones impuestas a los demócratas para sacarlo adelante -la congelación de nuevas ayudas a Ucrania, entre otras-, pero el trumpismo no perdonó la maniobra al sector más moderado de los republicanos y así se llegó a la cancelación del mandato del presidente.
Es una incógnita lo que de aquí en adelante puede suceder para recobrar la normalidad institucional en un poder legislativo bicameral. Porque más allá de la necesidad de dar salida a la crisis para que el Congreso cumpla con sus funciones, se ha desencadenado en las filas republicanas una pugna insana entre quienes creen que hace falta moderar los mensajes para no ahuyentar a votantes tradiciones del partido y quienes se han convertido en la guardia personal de Donald Trump, convencidos de que la mejor forma de contrarrestar las acciones judiciales contra el expresidente es abundar en la radicalidad. Los primeros temen que, como sucedió en noviembre pasado, el desempeño de los ultras lastre al partido en las urnas; los segundos entienden que su base electoral interpretará como una traición renunciar al perfil desafiante que llevó a Trump a la Casa Blanca en 2016.
En tales circunstancias es difícil evitar que la crisis escale. Algunos de los nombres que suenan para ocupar la presidencia de la Cámara tienen un perfil entre poco convencional e inquietante. Forman parte de la corte que justifica el asalto al Capitolio, que sostiene que las causas judiciales abiertas contra Trump son fruto de una conspiración liberal, que cultivan un nacionalismo desenfrenado y entienden contrario a sus intereses cualquier intento de serenar la política. Más allá de la movilización de seguidores de Trump allá donde va, el conservadurismo clásico emite señales de cansancio ante el reto de un expresidente inmune al asedio judicial y a todas las convenciones políticas, a poco más de un año de la elección presidencial.
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