Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

Un respeto a la autoridad

Cada vez son más frecuentes las agresiones a padres, docentes y sanitarios

Aula de la facultad de Matemáticas de la Universitat de Barcelona.

Aula de la facultad de Matemáticas de la Universitat de Barcelona. / RICARD CUGAT

Ya no se respeta nada. Es una de las quejas más frecuentes cuando la autoridad se ve minada, algo que sucede cada vez con mayor frecuencia. Los datos así lo revelan. A lo largo de 2022, se han registrado casi 4.500 casos de agresiones a padres por parte de sus hijos. Los sanitarios han sufrido en el mismo periodo de tiempo 843 episodios de violencia. Los ataques de alumnos a docentes han subido en un 21,4% con respecto al año anterior.

Las redes sociales están llenas de imágenes de violencia policial, pero cada vez con más frecuencia ganan popularidad vídeos en que los agentes son superados por los delincuentes y acaban huyendo cuando no malheridos. Son las mismas redes que se han convertido en lugar de denuncia, sustituyendo a las comisarías, y, lo que es peor, en tribunal de justicia, dictando sentencias de culpabilidad a diestro y siniestro para cualquiera que desagrade a la masa. "La culpa siempre es del otro –decía en un artículo Gregorio Luri–, porque ya no hay un sentido de la responsabilidad".

A propósito de la justicia, mencionaba el otro día José Antonio Marina una viñeta publicada por "The New Yorker", muy representativa de las causas de la pérdida de respeto a la institución. Aparecen un juez en el estrado y, frente a él, en la sala, el defensor y el fiscal. El magistrado les dice: "Miren ustedes, para acelerar el procedimiento, vamos a prescindir de las pruebas y pasar directamente a la sentencia". Según el filósofo, "eso es lo que estamos haciendo, vamos a quitarnos lo pesado, que son las pruebas, los datos, los argumentos... y vamos directamente a insultar y descalificar".

Qué decir de los políticos. Hablar hoy de la autoridad de los políticos suena a broma cuando es una cosa muy seria. El viernes pasado tuvimos un ejemplo en la agresión sufrida en el tren de Valladolid a Madrid por el diputado socialista Óscar Puente. El mismo día, en el pleno del Ayuntamiento de Madrid, asistíamos a otro caso de esa absoluta falta de respeto: un concejal socialista palmoteaba por tres veces la cara del alcalde. Un político nos puede caer mejor o peor, puede ser más o menos afín, pero nada justifica que organicemos una trifulca, con la cámara preparada, para ponerle en evidencia. Merece respeto como persona, por supuesto, pero además como representante de todos aquellos ciudadanos que le han votado.

Sé que hay quien dirá que los políticos se lo tienen merecido, ya que muchos de ellos no son precisamente ejemplares en su comportamiento. Y es cierto. En los mítines, en las entrevistas o en el mismísimo parlamento. Cada vez son más frecuentes las demostraciones de falta de respeto a lo que representan con insultos y descalificaciones: "mentiroso", "ladrón", "golpista", "okupa", "fachas con toga", "corrupto", "traidor", "comegambas" o "mamarracho", por citar solo algunos de las últimas semanas. Pero eso tampoco justifica la pérdida de respeto.

Podría pensarse que en España vivimos aún el trauma heredado de la dictadura, donde el autoritarismo era una práctica habitual. El "por orden de la autoridad" no se les caía de la boca a nuestros mandatarios de entonces. Hoy, sigue habiendo un temor inconsciente a defender la autoridad por miedo a que nos tachen de autoritarios o antidemócratas. Cuando la autoridad moral es precisamente lo contrario del autoritarismo y un sostén de la democracia.

Pero no es solo un fenómeno español. Es un problema que afecta a todo el mundo occidental. Es una crisis que comienza en el mismo seno de la familia; como bien dice el prestigioso psicoanalista y ensayista milanés Massimo Recalcati, que ha estudiado a fondo las relaciones entre padres e hijos, "hemos pasado de los hijos que querían agradar a sus padres a los padres que quieren agradar a sus hijos"; que sigue en la escuela, donde los profesores intentan hacerse amigos de los alumnos y la denostada disciplina se ha convertido en una perversión; y que termina en una sociedad, en la que ni siquiera merece respeto la autoridad científica y si no, acuérdense de la pandemia.

Natalia Velilla, que ha abordado el fenómeno en el ensayo "La crisis de la autoridad", asegura que hemos pasado de la auctoritas a la celebritas. Alude a las redes sociales, en las que prima la popularidad, en las que los muchos seguidores dan carta de autoridad a las opiniones de los influencers. Como siempre, ya nos los advirtieron nuestros clásicos: "Cuando una multitud ejerce la autoridad, es más cruel aún que los tiranos", en palabras de Platón.