Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

El imperio de las minorías

Una situación política en la que los menos imponen su criterio a la mayoría

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez. / José Luis Roca

Una cosa es proteger a las minorías y otra muy diferente que las minorías impongan su voluntad a la mayoría. Sobre esta anomalía se pronunció Felipe González en el muy sonado acto de la semana pasada en el Ateneo de Madrid. "No podemos dejarnos chantajear por nadie, y mucho menos por minorías en vías de extinción", proclamó contundente el expresidente del Gobierno. "No es posible –añadió–. Las mayorías se tienen que respetar a sí mismas".

El acto, que, como es sabido, tuvo una gran repercusión y reunió a destacados políticos socialistas, entre ellos nuestro ex presidente Javier Fernández, provocó un gran revuelo político en el momento en el que el presidente en funciones, Pedro Sánchez, está negociando el apoyo a su investidura con una amplia variedad de minorías.

La reacción de la actual cúpula del partido ante las palabras de los históricos dirigentes fue furibunda. "Carcamales", "vejestorios" o "dinosaurios" fueron algunos de los epítetos utilizados para descalificarlos. Pero aún mayor fue la de los líderes nacionalistas. Especialmente por parte del prófugo Puigdemont, quien llegó a decir: "cuando hablan sube el precio de la cal viva".

Lo que más molestó a los independentistas fue que González se refiriera a ellos como "minorías en vías de extinción". El expresidente pronunció esas palabras en un contexto en el que estaba reprochando a Pedro Sánchez empoderar a esos partidos y darles un protagonismo excesivo, cuando todos parecían en declive tras los malos resultados de los últimos comicios. De hecho, salvo Bildu, todos –Junts, ERC y PNV– habían tenido peores resultados en las últimas elecciones que las anteriores generales de 2019. De ahí su frase: "Mientras más pierden, más chantajean".

Lo cierto es que vivimos en un tiempo en que las minorías han adquirido un poder desmedido en detrimento de la legitimidad que ofrece la mayoría. Bien está que se proteja, que se compense de alguna manera la inferioridad de los que por ser pocos sufren discriminación. Pero de ahí a que gobiernen, sometan y subyuguen a la mayoría hay un trecho.

En la política es donde este imperio de las minorías resulta más visible. Pero ocurre en todos los ámbitos de la vida. No hay más que comprobar el protagonismo que han adquirido las lenguas minoritarias, las culturas minoritarias o las opciones sexuales minoritarias. Bien está que las lenguas y las culturas minoritarias sean protegidas en sus ámbitos territoriales –las comunidades autónomas en el caso de España–, pero de ahí a imponerlas a todo el Estado –donde ya existe una lengua común– y no digamos ya al continente hay otro trecho aún mayor.

Todos, quien más quien menos, somos parte de alguna minoría. Pacientes de una enfermedad rara, discapacitados físicos o psíquicos, fieles de una determinada práctica religiosa… Y bien está que se nos respete y que incluso se nos proteja si llega a ser necesario. Pero no por eso vamos a reclamar que la mayoría se someta a las rémoras propias de nuestras particularidades.

Felipe González y Alfonso Guerra disfrutaron, en el incomparable y muy selecto marco del Ateneo –debieron de sentirse émulos del añorado Azaña– de la encendida aclamación de sus fieles, en su mayoría antiguos cargos de sus gobiernos. Pero no deben olvidar que hoy, mal que les pese, forman parte dentro de su partido de lo que Juan Ramón Jiménez llamaría una "inmensa minoría".