Opinión | GRUPO WAGNER

Destino de un rival insolente

La muerte de Yevgeny Prigozhin, una señal para los descontentos con Putin de la élite rusa

Memorial informal en memoria del jefe del grupo Wagner, Prigozhin, en Rostov del Don.

Memorial informal en memoria del jefe del grupo Wagner, Prigozhin, en Rostov del Don. / EFE/EPA/STRINGER

Con sensación de venganza se quedó Vladimir Putin (VP), cuando su antiguo aliado Yevgeny Prigozhin (YP) le desafió con un efímero motín, el más grave que ha sufrido en sus 23 años en el poder.

Conocido como "el chef de Putin", convirtió a su grupo de mercenarios, Wagner, en una fuerza de seguridad paralela, de facto, con el sello de aprobación de VP. Y fue llamado a estabilizar el barco después de que el inicio de la invasión de Ucrania resultara un fracaso ostensible.

La tolerancia de Putin hacia el comportamiento de Prigozhin parecía formar parte de un intento de mantener bajo control las facciones rivales de los servicios de seguridad rusos. Pero el motín demostró que YP escapaba al control de VP.

Sin el respaldo de un movimiento político ni una ideología discernible, refutando llanamente la propaganda gubernamental, YP denunció que la guerra en Ucrania está devorando a sus hijos y no merece el terrible coste que la nación está pagando.

Apoyó su acusación en la calamitosa situación en el frente, el visible distanciamiento del zar, fuera de onda y pasó a criticar –sin tapujos– la proterva gestión de la operación militar especial, cuestionando el liderazgo de Shoigú, ministro de Defensa, y de Guerásimov, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, lo que convertía su queja en una censura temeraria al propio Putin.

Ni corto ni perezoso, con este equipaje y un vocabulario enjundioso y punzante, embarcó a su grupo mercenario en una audaz marcha sobre Moscú para protestar contra la gestión de la guerra en Ucrania por parte del Ministerio de Defensa ruso.

Desde los locos años noventa en San Petersburgo, VP favoreció el ascenso de YP, ignorando más tarde las señales de advertencia sobre Wagner –empresa militar privada fuera de control– lo que socava aún más su misticismo autocrático.

A pesar de las apariencias y haber cumplido condena –nueve años en prisión–, YP no era un personaje del folclore político ruso. Pertenecía a la intelligentsia, hablaba mejor ruso que VP y en términos de clase social, estaba un nivel por encima de su benefactor.

Convertido en señor de la guerra, a YP las cosas le habrían ido mejor si, tras entrar sin armas (esencialmente con instrumentos tecnológicos: Telegram y teléfonos inteligentes) en el cuartel general militar de Rusia para la guerra en Ucrania, situado en el centro de Rostov, hubiera continuado avanzando con su ejército hasta Moscú, cuando tuvo la oportunidad.

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La respuesta al motín de quien capeó temporales anteriores, gracias a su papel de árbitro de las élites rusas y a su reputación de firmeza, fue marca de la casa, con una variante en el procedimiento, el avión en el que viajaba un insolente rival se desplomó como lo haría un pájaro.

Hay discrepancias sobre el método utilizado: explosión a bordo, causada por una bomba u otro artefacto colocado en el avión (tesis de los servicios de inteligencia occidentales) o misil procedente de una batería antiaérea que habría derribado el avión (si se tienen en cuenta las declaraciones de testigos que declararon haber oído dos explosiones). Sin descartar la adulteración del combustible.

El accidente aéreo, un avión de negocios, Legacy 600, estrellado en un campo entre Moscú y San Petersburgo, habría sido exactamente lo que parecía: la eliminación de un rival acosador por orden de un despiadado gobernante, operación "húmeda" mediante, ejecutada por el FSB (Servicio Federal de Seguridad), que así reforzaría su poder en Rusia.

La lógica brutal de un régimen dictatorial, las pruebas, los motivos y los medios apuntaron desde el principio en la misma dirección: la orden de derribo tuvo un origen indubitado. Lo más probable es que eso nunca se demuestre. Sea lo que sea como haya ocurrido, la élite rusa lo verá como un acto de represalia.

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La primera advertencia pública que recibió YP –sin nombrarle– fue que quienes prepararon el motín "han traicionado a Rusia", lo que equivalía a una sentencia de muerte. Para el putinismo, la lealtad es una divisa más poderosa que la pericia militar, la traición es imperdonable y la revuelta de YP dañó el acreditado rol arbitral y la firmeza del zar.

Su error fue confiar en la astucia de quien le retiró los cargos formales, le invitó al Kremlin y le permitió exiliarse en Bielorrusia, aceptando como árbitro al "partner" bielorruso.

Todo parece indicar que VP nunca hizo las paces, el destino del hostelero estaba sellado desde hacía dos meses y la sentencia, pendiente de ejecutar. Sean cuales sean los hechos, el Kremlin se encargará de fomentar la sensación de que Putin se ha vengado, por mucho que impostara en sus primeras declaraciones, después del derribo del avión, prometiendo una investigación completa.

Con cinismo macabro, calificó a Prigozhin, aliado convertido en rival, como "persona con talento y un destino complicado, que cometió algunos errores graves en la vida, pero también logró resultados necesarios". Venía a decir, parafraseando las palabras de Omar Little, en "The Wire": "Si vienes a por el rey, es mejor que no falles". Si lo haces, será té con polonio, caída de un edificio alto, hombre al agua en alta mar o vuelo en un avión con una sola ala.

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Los errores de Putin se vienen sucediendo desde la impulsiva invasión a gran escala de Ucrania, que ha agrietado su imagen como autócrata intocable, capaz de arruinar cualquier otra alternativa política y aplicar una severa represión para desmovilizar a la población.

Sus tácticas han sido cuestionadas: retrasó la movilización del ejército ruso hasta mucho después de que quedara claro que la guerra no tendría un final rápido; vaciló sobre si retirar las tropas de un posible cerco el pasado otoño en Jerson; y cuando Prigozhin se amotinó, Putin tardó un día en reaccionar con decisión.

Las señales son perceptibles de que Putin podría empezar a estar de salida. Lo que está pasando tiene un aire a fin de régimen: drones sobrevolando Moscú, incursión relámpago de fuerzas especiales ucranianas en Crimea…

La guerra en curso está corroyendo la estabilidad del régimen y el poder de quien tiene orden de arresto de la Corte Penal Internacional, no puede viajar al exterior y se niega a volar. Para desplazarse, utiliza un tren de lujo, hecho a medida.

La lenta contraofensiva, largamente esperada, no ha tenido un avance militar importante desde noviembre de 2022. De modo que crece el consenso sobre la improbabilidad de que las tropas ucranianas lleguen este año hasta el Mar Negro, el premio que Ucrania busca en su contraofensiva.

Con una pregunta pendiente de respuesta ¿por qué Washington sigue dando rodeos al envío de ATACMS y ralentizando la remesa de F-16?

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Este puede ser el primer gran desafío al régimen, pero no será el último. Prigozhin ha demostrado que la fortaleza del putinismo puede ser asaltada. En la propia Rusia, la gran pregunta es si la muerte de YP fortalecerá o debilitará a VP y a su régimen.

En todo caso, con un desenlace que parece sacado de "El Padrino", es una señal para los descontentos de la élite rusa que, a partir de ahora, actuarán con cautela. Nadie es intocable ni tiene impunidad y a corto plazo puede fortalecerle.

Iremos viendo…