Opinión | CAMBIO CLIMÁTICO

¿El ecologismo es cosa de pijos?

Hace 10 años era difícil de explicar las consecuencias del cambio climático, pero hoy ya lo tenemos aquí, nos afecta a nosotros, aquí, cada día y, sobre todo, a quienes viven peor

Un niño bebe agua en plena ola de calor en Madrid

Un niño bebe agua en plena ola de calor en Madrid / DAVID CASTRO

También lo habrá escuchado, seguro, que el ecologismo es cosa de pijos, de quien tiene la vida solucionada, o de urbanitas, hípsters bien pagados. O que el ecologismo es algo de lo que ya nos preocuparemos cuando tengamos resueltas las cosas materiales. Esta campaña hay muchos discursos contradictorios, el de los negacionistas del cambio climático, el de los apocalípticos del cambio climático, el de quienes ven en el cambio climático una preocupación que abordar pero más tarde, o quienes ven, también, una oportunidad para progresar.

De los negacionistas con el gorrito de plata tuvimos un ejemplo en el debate electoral de Telemadrid, cuando Monasterio (Vox) acusó a toda la izquierda de querer impedir a la gente trabajadora que vaya con sus coches viejos al centro. Le pareció una buena idea, para defender supuestamente a la clase obrera, defender el derecho al humo. No hay nada más pijo y más clasista que pensar que, a los barrios, a la gente humilde y trabajadora, no le interesa el cambio climático o que no le interesa el medio ambiente. ¿Realmente quieren defender a los trabajadores o defender su privilegio de ir a buscar a los niños al cole en Jaguar o en 4x4?

Para defender a los más humildes, lo primero es defender un transporte público que funcione, que sea rápido, que permita llegar al trabajo sin dejar media vida en el bus. Quienes más sufren cuando el transporte público va mal son quienes viven en la periferia. Quizás no quieren tener un coche viejo, ni seguir contaminando sus barrios en horas de atascos en autopistas urbanas, quizás, lo que quieren es poder llegar a trabajar en 15 minutos y cómodamente. El sitio más contaminado de Madrid está en el sur y es la Plaza Elíptica. Quienes defienden desde el norte que eliminar Madrid Central es defender la verdadera libertad, no quieren conseguir que en Lavapiés o en el sur también tengan un aire más limpio. Lo que quieren es conservar su privilegio.

Para quienes dicen que ya nos ocuparemos del cambio climático cuando solucionemos lo material, vengo con unos cuantos ejemplos de que el cambio climático y “lo material” son la misma cosa. Hace 10 años era difícil de explicar las consecuencias del cambio climático, pero hoy ya lo tenemos aquí, nos afecta a nosotros, aquí, cada día y, sobre todo, a quienes viven peor, a los más vulnerables, a quienes más les preocupan las cosas del comer. En Madrid hay muchos ejemplos, que no apuntan a pijos ni hípsters, de quienes luchan por la adaptación al cambio climático. Como los vecinos de Orcasitas, que se han movilizado y han conseguido que rehabiliten sus edificios para consumir menos energía y pagar menos luz. Como quienes están montando la primera Comunidad Energética en la Colonia Tercio Terol en Carabanchel. O los de Vallecas, que quieren cerrar Valdemingómez, para evitar los olores y las toxinas. ¿Son todos unos pijos?

En los distritos del Sur es donde peor se pasa cuando hay olas de calor. Porque, mientras quienes viven en las urbanizaciones con piscinas y arbolado están fresquitos, las casas de los barrios humildes están mal aisladas, rodeadas de cemento y son auténticas islas de calor. Las políticas de adaptación al cambio climático, que dicen que hay que construir plazas con árboles y zonas verdes en vez de cemento y hormigón, son las que consiguen bajar 5º las temperaturas en estos barrios. En cambio, Ayuso anunció en el debate que propondrá que todos tengamos una planta en el balcón (quien tenga balcón), gracias presidenta.

En los los colegios públicos, sin árboles, ni toldos, ni climatización, hemos normalizado que los niños se achicharren, que los padres hagan colectas para comprar un ventilador, o que no puedan salir al patio porque es una sartén. Hemos normalizado climatizar oficinas y transportes, pero no colegios. Incomprensible. Si se reducen los horarios escolares para que podamos “voluntariamente” sacar a los niños del cole a las 12h, como ya se ha hecho en Andalucía y se apunta en Madrid, quienes puedan costearse a quien los cuide o los lleve a la piscina, pasarán bien la ola de calor, quienes no, tendrán que dejar a los niños a 38º hasta que puedan salir de trabajar, o las madres serán quienes -de nuevo- carguen con la reducción de jornada. Lo material.

Mientras los trabajadores mejor pagados tienen sus trabajos fresquitos en oficinas de altos rascacielos, la clase obrera (literal) trabaja al sol, o en fábricas y talleres donde la temperatura es asfixiante, o cuidando y moviendo mayores en casas y centros de mayores sin climatizar. Por eso no veremos a las señoras mayores en estos centros haciendo su rehabilitación, sino consumiendo en la cafetería de un centro comercial, para poder sobrevivir a las temperaturas. Pijas, ¿no?

Viendo hoy la sequía, los incendios, las olas de calor y la contaminación es demasiado fácil anunciar el apocalipsis, o imaginar distopías con un futuro aterrador. Y es demasiado cómodo negarlo o decir que ha existido siempre. Es irresponsable aplazarlo, o pensar que no tiene que ver con las cosas del comer. En vez de ver un futuro negro, podemos imaginar futuro de autobuses rápidos y en el que poder ir en bici como en París, Holanda o en Dinamarca. Un futuro con zonas verdes donde pasear y viviendas baratas donde formar un hogar o espacios públicos climatizados donde los niños puedan jugar.

Porque en el contaminado sur quieren la salud y la esperanza de vida que tienen en el norte. En los barrios la gente también quiere mejor transporte, más tiempo libre y aire limpio, en el sur necesitan más árboles y más sombras, y en Vallecas no quieren un puente que solo trae ruido, contaminación y marginación. Son múltiples los ejemplos de que lo material, ya hoy, irremediablemente, tiene que ver con las consecuencias del cambio climático, de que a quien más afecta es a quien menos tiene. Para quienes tienen jardín, casas aisladas, hijos en piscinas y trabajos con aire acondicionado, lo del ecologismo puede esperar. Para todos los demás, la buena política es la que apuesta por la buena vida también para los más humildes, y encuentra en la adaptación al cambio climático una oportunidad para vivir mejor. Así que basta ya de prejuicios. Porque la política social y la política de lo material, hoy, ya toda es política climática.