Opinión | AL PASO

Tamames, el aventurero

Tamames se ha embarcado en una operación de excepcionalidad, y eso siempre tiene consecuencias imprevisibles

Ramón Tamames, junto a Santiago Abascal

Ramón Tamames, junto a Santiago Abascal / EUROPA PRESS

Al poco de filtrarse el discurso de Tamames como candidato a la presidencia de Gobierno, me llegó su texto. Sueño de protagonismo largamente acariciado -hubo rumores en 1977 de que Tamames debería ser número uno en las listas por Madrid, y no Carrillo-, por fin se cumple, aunque a destiempo. Pero como sabía Freud, las aspiraciones del inconsciente no tienen edad. Suelen rozar la megalomanía y llevar la impronta de la omnipotencia y, cuando se imponen, es siempre a costa de despreciar el principio de realidad, como también sabe cualquier lector de Freud. Conocer ese discurso me interesaba, por tanto, desde diversos ángulos científicos.

Aunque iba en coche y me encontraba en medio de un largo viaje, lo leí nada más recibirlo, a pesar de la letra pequeña del móvil. Desde el principio me dominó una impresión de contraste. Tamames, en un autohomenaje a los grandes hombres de su generación, invoca su larga experiencia, su estatuto de catedrático, su gran trayectoria y sus rotundos éxitos editoriales. Sin embargo, no es capaz de reflexionar sobre el hecho de que su actuación forma parte de una lógica de excepcionalidad. Esta invocación de experiencia y sabiduría contrasta con la clamorosa falta de autopercepción. Tamames se ha embarcado en una operación de excepcionalidad, y eso siempre tiene consecuencias imprevisibles.

Lo que ha puesto en marcha VOX es una moción de censura que rompe el espíritu de la Constitución. Una moción de censura no es un acto electoral. Sin embargo, esta lo es. Nuestra moción de censura es siempre constructiva y debe incorporar un gobierno alternativo con su programa. Esta no lo tiene ni lo presenta. Una moción de censura debe tener fuerzas de partido que la respalden y con las que se podría contar para desplegar un gobierno según un programa. Esta moción se coloca más allá del sistema de partidos. Tamames no es el general Armada, ciertamente, pero desde aquel día fatídico nadie ha ensayado nada tan perturbador, al introducir en el Parlamento un actor ajeno a su lógica.

Por eso, estamos ante una moción de censura irresponsable. Sabemos que es metafísicamente imposible que prospere, lo que ya la sitúa al margen de la Constitución. Pero si prosperase, nadie se responsabilizaría de lo que sucedería tras su triunfo. El Sr. Tamames no tiene fuerza política propia, por lo que no puede comprometerse con un curso dado de actuación. Lo que pudiera hacer en los meses en que fuera presidente de Gobierno sería tan imprevisible como aquel milagro del que hablara Carl Schmitt en su famosa definición de estado de excepción. Al confesar que lo único que quiere es que coincidan las elecciones de mayo con las próximas generales, esta moción de censura aspira en el fondo a ejercer poderes presidenciales, soberanos o regios, que son los únicos que tienen el poder de disolver parlamentos.

Quien se enrola en estas operaciones, que tuercen el espíritu constitucional sin atender las consecuencias, tiene que disponer de un espíritu aventurero. Pero como sucedió en el caso famoso de Carl Schmitt, esas aventuras sirven a los verdaderamente poderosos. Los aventureros buscan el minuto de gloria asumiendo su instrumentalización. Eso hará Vox, cuya aspiración fundamental es colocarse por encima del sistema de partidos, en relación directa con los anhelos populares de escapar a la ley de hierro de las oligarquías. En realidad, solo quieren destruir a Sánchez.

Por eso, esta no deja de ser una operación política inteligente, en la que Tamames encaja con plena funcionalidad. Forjado en largos años de tertulias de la capital, su discurso es el vademécum de la zona nacional, con sus autoridades, sus tópicos, sus lugares comunes, sus shibbholeh de tránsito. Ese manual será revestido de la autoridad de la tribuna parlamentaria. Pues de eso se trata, de definir el sentido común de esa específica nación española que necesita la elite de poder, cuya sensibilidad comenzó a definirse en la foto de Colón. Ese sentido común implica una lectura de la República, de la oposición a Franco, de la Transición y de la experiencia democrática. De todo menos del franquismo, gran ausente del discurso. La tesis de fondo es clara: España está perturbada por los nacionalistas vascos y catalanes. Su poder excesivo exige una nueva ley electoral para reducir su influencia. Esa es la única medida urgente que se propone. Una medida constituyente.

Lo ausente es lo más presente. En realidad, estamos ante una revisión franquista de la Transición. Los auténticos españoles ya quedaron reconciliados. Los rojos y los azules ya son hermanos: Tamames y Abascal. Los únicos que impiden que la Constitución española sea perfecta son las minorías nacionales. Esos no se han reconciliado. En la Transición no fueron nada, pero han llegado a perturbar la existencia nacional plenamente constituida. Este es el discurso real.

Lo demás no es sino una complexio oppositorum rojoazul de tópicos antibancos, defensa de intereses agrarios, alabanzas del viejo ICONA y su política de bosques, defensa del IBEX 35 y reproches al Gobierno por exceso de gasto público para comprar voluntades. El denominador común es una política de renacionalización del más rancio estilo corporativo, con alabanzas de todas las corporaciones nacionales de abolengo, academias, colegios profesionales, todo adobado con guiños a Felipe González y José María Aznar, grandes estadistas. Su única mancha, que tuvieron que pactar con nacionalistas. Con eso acabará Vox. Una ley electoral nueva y la Constitución quedará blindada por siglos. La revolución pasiva de Franco llegará a su perfección.