Opinión | ANÁLISIS

Vox se la juega con la moción

Todo indica que esta pirueta favorece al Gobierno y da alas a un PP que aspira a ser de nuevo el único y genuino representante de la derecha tradicional

Santiago Abascal y Ramón Tamames, en el Congreso de los Diputados

Santiago Abascal y Ramón Tamames, en el Congreso de los Diputados / David Castro

Este martes y miércoles asistiremos a la escenificación de una moción de censura impropia, ya que esta institución constitucional, que Vox utiliza por segunda vez, tiene por objeto según la Carta Magna la censura a un gobierno y su reemplazo en el mismo acto por otro distinto. En este caso, todo el arco parlamentario sabe que la matemática electoral no permitirá en modo alguno que este doble proceso se complete, lo que indica que Vox utiliza la mecánica parlamentaria para fines espurios: en este caso, tratar de desgastar a Sánchez y a su Gobierno, al tiempo que intenta recuperarse de la decadencia que la demoscopia registra, y que van incrementando la ventaja de su compañero de espacio político, el Partido Popular, una formación democrática que tiene comprensibles escrúpulos ante la expectativa de tener que pactar con Vox, que nace de la nostalgia franquista y que se asimila con la hez ultraderechista que recibe en Europa el repudio de las formaciones democráticas.

En Alemania, sin ir más lejos, la pasada semana la CDU-CSU, la derecha que fue de Adenauer, de Kohl y de Merkel, reafirmaba su negativa a pactar con Alternativa para Alemania (AfD), homóloga de Vox en las tierras germánicas. Como es sabido, actualmente gobiernan los socialistas del SPD en coalición con Los Verdes y con los liberales del FDP, estos dos últimos partidos menores que en las elecciones generales de septiembre de 2021 tuvieron suficiente envergadura para formar un gobierno de centro-izquierda, lo que ha permitido descartar una quinta "gran coalición" entre SPD y CDU-CSU. Sin embargo, la derecha democrática había descartado de antemano una alianza con AfD, que esta vez obtuvo más del 10% de los votos y 83 escaños en el Bundestag.

No parece que este doble objetivo —desgaste del Gobierno, impulso a la posición propia de Vox— vaya a ser alcanzado. En primer lugar, y en el supuesto de que la intervención de Tamames se parezca al borrador que conocemos por una filtración, la propuesta del viejo excomunista es plana e inane. Está escrita en el lenguaje de los años ochenta, desconoce que el mundo actual pivota sobre elementos nuevos —la evolución de China, el cambio climático y la descarbonización, la inteligencia artificial, el riesgo de los populismos— y se detiene en consideraciones surrealistas. Por ejemplo, en que nuestra política en Europa debería emular los hitos que marcó Felipe González, cuando inventó aquello de los fondos de cohesión… ¿No ha tenido Tamames tiempo de conocer los fondos Next Generation, ni la estrecha vinculación entre la Moncloa y Bruselas en la lucha contra la última crisis?

En este mismo orden de ideas, trata Tamames de ser actual reproduciendo algunas acusaciones que se le han hecho al actual gabinete, como la de generar inseguridad jurídica. Pero el ejemplo que aporta el autor de la archifamosa Estructura Económica de España es inapropiado: Zapatero realizó en 2010 concesiones muy bien retribuidas para construir plantas de energía fotovoltaica… pero Rajoy, en 2014, redujo drásticamente su rentabilidad por causa de la crisis, lo que generó un alud de querellas que todavía están en los tribunales.

La propuesta del viejo excomunista es plana e inane: está escrita en el lenguaje de los años ochenta, desconoce que el mundo actual pivota sobre elementos nuevos y se detiene en consideraciones surrealistas

¿Qué tiene que ver todo esto con el momento actual? El entorno del presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, ha negado tajantemente que, como se dijo en un cierto momento, la marcha de su sede central a Holanda tenga que ver con una situación de inseguridad jurídica en España, ya que en nuestro país la seguridad jurídica es comparable a la de las demás grandes democracias Europas. En definitiva, no parece que el discurso de Tamames vaya a debilitar al Gobierno, que cuenta además con un repertorio muy claro de argumentos para criticar esta pintoresca censura.

En segundo lugar, además, Vox quedará en ridículo al impulsar en su nombre a un personaje que está, sigue estando, en las antípodas de su posición. Es cierto que Tamames fue del PCE y luego tránsfuga en su día de IU en el ayuntamiento de Madrid, donde se sumó al CDS de Suárez para hacer alcalde a Rodríguez Sahagún, pero cualquier familiaridad de Tamames con el autoritarismo es un invento inverosímil. Tamames cree, por ejemplo, que hay que "ordenar" la inmigración, pero que nadie pretenda encontrar en sus palabras alguna huella de xenofobia, de racismo, y mucho menos de homofobia o de intolerancia con minoría alguna. Es más: aunque el ego incorregible del catedrático le ha llevado a dar este paso, que él mismo considera testamentario, no parece probable que se pronuncie en favor de un retorno del Estado español al castrador unitarismo centralista que padecimos durante la dictadura.

El aburrido alegato de Tamames, un conjunto de lugares comunes ya agostados por el largo proceso político que llevamos sobre los hombros los españoles desde la transición, confirma que el ideario de Vox, que saldrá a trompicones de la prueba, es un tedioso anacronismo. Y bien puede ocurrir que semejante representación ahuyente a un público que esperaba más imaginación y realismo de quienes afirman que son la savia nueva de un gran bosque agostado. Vox se la juega, y realmente todo indica que esta pirueta favorece al Gobierno —no hay mejor elogio que una crítica absurda— y da alas a un PP que aspira a ser de nuevo el único y genuino representante de la derecha tradicional.